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domingo, 30 de octubre de 2016

JIVA, LA CIUDAD DEL DESIERTO




Jiva (o Khiva) era dorada, arenosa, una ciudad del desierto, y sus minaretes asomaban sobre las terrazas de adobe. Los minaretes a veces parecían faros adornados con cenefas de mosaicos. De hecho leímos que la altura de las torres era como un faro o guía que señalaba la ciudad a las caravanas que iban por el desierto.


Un taxi nos llevó desde Bukhara a Jiva en un trayecto de cinco horas y cuarenta y cinco minutos. Jiva era una ciudad amurallada, otra de las ciudades Patrimonio de la Humanidad en Uzbekistán. Atravesamos la Puerta del Norte (Kogcha Darvaza). La muralla era impresionante, con muros de adobe de 2km. de longitud, 8m. de altura y 6m. de grueso. Fue reconstruida en el s. XVIII al ser destruida por los persas. Caminar entre sus muros era entrar en  otra época y su nombre evocaba caravanas de esclavos y jornadas por el desierto en la Ruta de la Seda.

Callejeamos entre las casas de adobe y paja, viendo asomar las torres de varios minaretes. El más grande e impresionante era el Kalta Minor de 1851. Era de mosaicos azul turquesa y estaba inacabado por la muerte del Khan, lo que le daba un aspecto diferente con la parte superior plana.



Visitamos la ciudadela Khuna-Ark, del s. XII. Los Khanes la ampliaron en el s. XVII construyendo harenes, casas de moneda, establos, arsenales, barracones, mezquitas y una cárcel llena de grilletes, cadenas y armas. Era una sucesión de patios y recintos. Subimos a la terraza superior y contemplamos las vistas de la ciudad. En el recinto estaba la Mezquita de Verano con mosaicos azules y blancos, y el techo con rojos, naranjas y dorados. En la Sala del Trono había un gran espacio circular al aire libre para instalar la yurta real. 




La Mezquita Juma (del Viernes) estaba construida en el s. XVIII sobre lo que quedaba de una mezquita del s.X. Tenía 218 columnas de madera talladas con dibujos geométricos. La abundancia de columnas era influencia de las antiguas mezquitas árabes (como la de Córdoba, pero sin arcos). Subimos por una estrecha escalera los 47m. de altura del minarete y contemplamos otras vistas espectaculares.




Entramos en varias madrasas abandonadas y pudimos subir al segundo piso y ver las habitaciones de los estudiantes, con estanterías en la pared para los libros coránicos. La Madrasa Islam-Hoja de 1910 albergaba un museo con múltiples salas exhibiendo alfombras, tejidos, trajes, cerámicas e instrumentos de los artesanos y de la vida cotidiana. Subimos al minarete que con sus 57m. de altura era el más alto de Uzbekistán. Subimos por una estrecha y oscura escalera de caracol, ciento cincuenta escalones de piedra y madera. Las vistas de la ciudad dorada al atardecer nos compensaron.






© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego