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domingo, 21 de enero de 2018

FORTALEZAS OMANÍS

Omán era un país de ensueño para visitar Fortalezas medievales, Fue un sultanato, la sola palabra resulta evocadora, territorio gobernado por un sultán. Y las Fortalezas, fuertes-castillos se construyeron como defensa y muestra de poder.


El Fuerte de Nizwa era uno de los más bonitos y mejor restaurados. Era el más grande de la Península Arábiga, construido durante doce años en el s. XVII por el Sultán bin Seif al Yaaruba, el primer imán de la dinastía Yaruba. Primero rodeamos todo el perímetro de la muralla, pegada al casco antiguo de la ciudad. El sol iluminaba las almenas y las palmeras adornaban los rincones. Al estar rodeado de casas, resultaba más difícil tener una visión de conjunto de la fortaleza. Pero su torre circular llamaba la atención por sus grandes dimensiones: 40 metros de altura y 35 metros de diámetro. 




El interior del recinto era laberíntico con infinidad de salas que eran el museo más completo que vimos en Omán. Exhibía joyas, vestidos, armas, sellos, monedas, mapas, fotos antiguas, vasijas y recipientes en la cocina…Acabamos la visita en un bar frente al torreón, tomando deliciosas limonadas con menta y contemplando la puesta de sol entre las almenas.



El Fuerte de Jabreen estaba a unos 45km. de Nizwa. Fue construido en 1675 por el Sultán Bil-arab. Fue un importante centro de enseñanza de astrología, medicina y leyes islámicas. El interior estaba más desnudo que el Fuerte de Nizwa. Recorrimos las múltiples salas con hornacinas de obra en la pared, y alfombras y cojines por el suelo. Algunas hornacinas tenían coranes antiguos en atriles. Los techos tenían vigas de madera con dibujos en tonos rojizos. La cocina tenía vasijas de cobre y un pozo en el patio. También había una cárcel con las argollas en la pared, y las habitaciones de los soldados y los caballos. Estuvimos subiendo y bajando escaleras y visitando las estancias.




El Fuerte de Bahla fue el que más nos impresionó de los tres. La altura de los muros era imponente, una gran mole, en medio de un oasis de palmeras. Era Patrimonio de la Humanidad. La construcción del fuerte fue una muestra de poder de la tribu de los Banu Nebhan, que desde el s. XII hasta finales del s. XV dominó el próspero y frondoso oasis de Bahla. En la época tenía una muralla defensiva de 12km de largo, 16 entradas y 132 torres patrulladas día y noche. Quedaba parte de la muralla. Como las otras fortalezas tenía infinidad de habitaciones con hornacinas en las paredes, alfombras y cojines. Tenía varios niveles comunicados por escaleras laberínticas que a veces llevaban a patios cerrados y nos perdimos un poco. Había un torreón alto con forma de chimenea en el patio principal. Recorriendo aquellas impresionantes fortalezas era fácil imaginar los tiempos de esplendor del sultanato de Omán.




© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

domingo, 14 de enero de 2018

LOS WADIS OMANÍS



Viajando por Omán tuvimos oportunidad de recorrer y disfrutar varios wadis. Los wadis eran valles abiertos por los cauces de los ríos, donde crecían palmeras y otros árboles que formaban verdes oasis a los pies de las áridas montañas rocosas. Los omaníes habían construido un sistema de canales de irrigación que llamaban Falaj. En aquellos oasis se cultivaban hortalizas y frutos, en especial dátiles.


A unas tres horas de trayecto desde Mascate, paramos en el Sink Hole, en un pequeño oasis con palmeras. Era una poza circular de piedra caliza con agua verde turquesa transparente. Su nombre significaba “agujero profundo”. Medía unos 40 metros de diámetro, por 20 metros de profundidad. Se accedía a él bajando por unas escaleras. El agua era salada por su proximidad al mar de Arabia. Realmente bonito.





El Wadi Shab significaba “garganta entre desfiladeros”, en lengua árabe. Una barca nos cruzó hasta la otra orilla donde empezaba el camino. El sendero seguía los canales de riego o acequias y se adentraba en el cañón de altas paredes de piedra rocosa, bordeado por palmeras. El paisaje era precioso y brillaba el sol tiñendo de dorado las rocas. La llegada al final del wadi fue espectacular. Había varias pozas o piscinas naturales de aguas azul turquesa, que comunicaban entre sí. El agua estaba deliciosa y el entorno era una maravilla natural: un verdadero cañón de paredes rocosas cruzado por el cauce de aguas verde azuladas. Tras el baño hicimos picnic allí mismo con nuestras provisiones.



Al día siguiente fuimos en todoterreno al Wadi Tiwi. Su nombre significaba el “wadi de los nueve pueblos”. Los pueblos eran manchas de casas blancas entre oasis de palmeras. El gobierno pagaba vehículos con conductor para que llevara a los niños del pueblo al colegio, que estaba en el pueblo principal. El recorrido completo eran 16km. Caminamos entre los canales y palmeras. Había huertos y limoneros, y el ambiente era menos caluroso con la sombra que ofrecía el oasis. Llegamos a una zona rocosa donde se escuchaba el rumos del agua. Tuvimos que bajar entre las rocas, algunas estaban muy resbaladizas y nos obligaban a agacharnos y agarrarnos a cualquier saliente. Finalmente llegamos abajo, donde caía una cascada que formaba una laguna a sus pies. El paisaje, con las paredes rocosas del cañón recortándose contra el cielo azul, y el baño fueron la recompensa.






El tercer día, de camino al desierto, visitamos el Wadi Bani Khalid. Se entraba por un palmeral entre paredes de roca y de pronto aparecía una gran piscina natural al nivel del suelo. El agua era verde transparente. Nos bañamos en seguida y unos pequeños peces vinieron a mordisquearnos los pies y las piernas. La gran piscina comunicaba con otras pozas sucesivas y se podía ir nadando. Cuando te cansabas te podía agarrar a los salientes de la roca. Cada wadi era diferente y tenía su encanto.Un verdadero paraíso, una maravilla de la naturaleza.


© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego