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martes, 24 de mayo de 2022

LA NICOSIA TURCA (LEFKOSIA)





 

Cruzamos andando el Check-point situado al final de la calle Ledra. Era una caseta militar, donde hicieron el control de Pasaporte y la aduanera nos saludó bromeando en español. Caminamos unos metros por una galería con techado de madera y pasamos el control turco. Rápido y fácil, aunque más fácil sería ningún control. Salimos a una calle llena de terrazas de restaurantes y tiendas de estilo turco, con dulces de miel y frutos secos. Ya estábamos al otro lado.

Uno de los rincones con más encanto de la Nicosia turca era el Caravanserai Buyuk Han, construido en 1527 por el gobernador Lala Mustafa Pasha, el caravanserai otomano mejor conservado. En la época fue alojamiento de mercaderes y peregrinos; en la planta baja había establos para los caballos, almacén y sala de rezos. El caravanserai tenía dos plantas con galerías con arcos ojivales, y en el centro del patio había una estructura rematada con una cúpula. En la actualidad el gran patio tenía dos cafés restaurantes, y en los arcos había tiendecitas de artesanía. Allí celebramos mi cumpleaños;  el mejor regalo era pasarlo viajando.

 



Cerca estaba el Kumarcilar Han, otro caravanserai más pequeño sin la estructura central del patio. En los alrededores vimos la Mezquita Solimiya del s. XIII, una mezcla de iglesia gótica francesa y mezquita. Sufrió la depredaciópn de los genovese, los mamelucos y los otomanos, que despojaron lo s elementos cristianos y añadieron dos minaretes. Curioseamos el Old Baazar, con puestos de frutas, cestería, textiles y artesanía.



Paseamos hasta la bonita Puerta Kyrenia y alrededor de la muralla con los bastiones. Visitamos el Museo Mevlevi Tekke, la casa de los Derviches Sufís Mevlevis, la rama mística del Islam, del s. XV. Esta secta surgió en Konya (Turquía) en el s. XIII. Tenía una sala circular con un altillo, en la que los derviches realizaban sus danzas giradoras y sus rezos (el semahane), una reproducción de la cocina, su lugar de reunión y las tumbas de piedra, cubiertas de terciopelo de colores y con sus sombreros en una esquina de la tumba. En el exterior exhibían piedras blancas tipo estelas, con caracteres arábicos labrados. Un museo curioso.



Luego visitamos la Mansión Derviche Pasha, del s. XIX. Pasha publicó el primer periódico turco en Chipre. Era una rica casa transformada en Museo Etnográfico. Reproducía la vida cotidiana de la época con maniquíes en varias habitaciones: la cocina con sus recipientes metálicos, la sal del telar, cerámicas, cristalería, trajes turcos bordados, objetos de uso doméstico…En los alrededores había algún hammán, pero estaban cerrados.

 






Otra mansión que visitamos fue la Casa Lusignan, de una familia noble francesa. Las habitaciones tenían alfombras, quinqués y lámparas colgantes, baúles…Unos maniquíes reproducían la vida de la familia en el comedor con chimenea, bordando y escuchando música de una gramola. El jardín era pequeño y bonito.

En resumen, nos gustó más la Nicosia Norte turca, con sus caravanserais, hammanes, mezquitas, bazar y ambiente algo más abigarrado, aunque ambas eran atractivas y era un gusto pasear por sus callejuelas.





martes, 9 de febrero de 2021

LA COREA RURAL

















Hahoe era una pequeña población tradicional con mucho encanto, junto al río Nakdong y entre arrozales, parcelas de viñas, maíz y chile verde. Estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. Conservaba las casas centenarias llamadas minbak, de los tiempos de la dinastía Joseon, que se fundó en 1392. Nos alojamos en una de esas casas, con ventanas de papel de arroz y edredones apilados en el suelo de tarima a modo de colchón. Era el sistema llamado “ondol”.

Los muros eran de adobe arenoso con tejadillos negros y puertas de madera color miel oscura, que se abrían a patios llenos de arbustos y macetas de plantas. Algunas eran casas-museo, aunque sin apenas mobiliario. Visitamos la casa de un estudioso de Confucio, que exhibía libros con caligrafía coreana.  





























Paseamos totalmente solos por las callejuelas del pueblo, atravesando huertos con aperos de campo y tinajas, y corbertizos de paja entre los tejadillos orientales de tejas negras. El sol de la mañana lo inundaba todo. En el centro del pueblo había un gran y nudoso árbol de 600 años de antigüedad. La gente había atado a su alrededor papelitos blancos con deseos escritos. También escribimos nuestros deseos en un fino papel de arroz, entre ellos el deseo de seguir viajando y conociendo gentes y lugares.

 

















Visitamos el Museo de Máscaras, coreanas y de todo el mundo: Indonesia, Thailandia, Papua, Filipinas, Islas del Pacífico, Venecia, India, indios de América del Norte, Sudamérica, África…Una exposición muy interesante y completa. En las tiendas turísticas del pueblo vendían máscaras tradicionales de recuerdo.

Al atardecer cruzamos el río Nakdong con una pequeña barca y vimos las Escuelas Confucianas, un conjunto de pabellones. En la orilla opuesta había un peñasco escarpado al que subimos. Desde arriba se contemplaban las bonitas vistas del pueblo. Era fácil imaginar la vida en los pueblos coreanos en épocas antiguas.








© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego




 

martes, 14 de mayo de 2019

EL ENCANTO ALBANÉS DE GJIROKASTRA




Para llegar a Gjirokastra desde Korça, atravesamos las montañas Gremaz, bonitos paisajes alpinos con bosques y puertos de montaña a 1759m., por una carretera de curvas. Luego descendimos al valle Vjose hasta Permeti, pasando por la garganta del río Vjose, de aguas verde claro. Gjirokastra (o Gjirokaster) era un pueblo con encanto Patrimonio de la Humanidad, con antiguas casas otomanas del s.XI, de madera y piedra blanca, con techos de piedras planas apiladas y calles empedradas. Las casas-torre tenían de tres a cuatro plantas y se llamaban kules, de origen turco y típicas de los Balcanes. La base era alta, con planta baja para el invierno y segunda planta para verano, balcones y múltiples ventanas interiores decoradas con motivos florales. El nombre de Gjirokastra en griego significa “castillo de plata”. Fue cuna del escritor Ismail Kadaré y del dictador Enver Hoxha.




Nos alojamos en una preciosa y acogedora casa medieval, con vistas a la montaña y terraza con panorámica de la ciudad. La habitación era enorme, con chimenea, hornacinas en la pared, kilims colorido, techos de madera y asientos otomanos con cojines bajo las ventanas para sentarse a leer. Salimos a callejear y subimos al Castillo del s.XV. Se utilizó como prisión, luego lo ocuparon los nazis y posteriormente los comunistas. El interior estaba muy bien conservado, con altísimos arcos. En una de las galerías exhibían 22 cañones a cada lado. En el patio de la Fortaleza había un avión americano que aterrizó en Tirana en la época comunista. Dentro del recinto estaba el Museo de Armamento y el de Historia. El museo de Historia nos gustó más, con trajes antiguos y detalles sobre el país. Había una zona dedicada a las prisiones de la época comunista, mostrando las celdas o mazmorras en los largos y laberínticos pasillos. Era sobrecogedor imaginar el frío y las penurias a las que estuvieron sometidos.





Había varias casas museo. La Skendeli House del s.XVIII, tenía numerosas habitaciones, 64 ventanas, 40 puertas, 9 chimeneas, 5 hammams y pasadizos secretos. La habitación más grande era la de los huéspedes y ceremonias como la pedida de mano, con divanes laterales y chimenea decorada con pinturas florales y granadas, el símbolo de la fertilidad y la prosperidad. Todo esto nos lo explicó el dueño de la casa, que vivió treinta años allí con su familia. Los comunistas le expropiaron la casa y en el 91 se la devolvieron.


El Museo Etnográfico estaba ubicado en otra casa histórica de 1870. Había sido propiedad de una familia de mercaderes y después la casa de Hoxha. Tenía 40 habitaciones, 34 puertas y 50 ventanas. Estaba muy decorada y con detalles como la cocina con sus cacharros, piedras de moler, cunas, kilims, chimeneas adornadas con telas de puntillas, baúles.



La tercera casa museo fue la Zekate House, de 1811. Era la más grande, inmensa con sus cuatro pisos. Fue un regalo del emir turco Alí Pasha a la familia Zeko, que todavía vivía allí, en una construcción de piedra anexa. También tenía grandes habitaciones con muchas ventanas con visillos blancos y divanes para hombres y mujeres, con multitud de alfombras de colores. Además, visitamos la casa del escritor Ismail Kadaré que tuvo que exiliarse a París. La habían restaurado en estilo moderno y estaba dedicada a su obra.


Callejear por la medieval Gjirokastra descubriendo sus casas y rincones fue un auténtico placer y una forma de adentrarnos en la historia de Albania.



© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego
   Texto y fotos

domingo, 5 de abril de 2015

EL ENCANTO COLONIAL DE LEIVA Y BARICHARA

Villa de Leyva de estilo y arquitectura colonial, y rodeada de montañas, nos impresionó. La guía de la Lonely Planet la describía así. “La fotogénica y aletargada Villa de Leyva parece haber quedado anclada en el pasado. Declarada Monumento Nacional en 1954. Ha conservado sus calles adoquinadas y sus edificios encalados”. 

La Plaza Mayor era inmensa, una de las mayores y más bellas plazas principales de las Américas. Tenía unas dimensiones colosales y los edificios del otro lado se veían como una línea blanca diminuta, como una maqueta. Frente a la Iglesia Parroquial, en el centro de la plaza había una fuente Mudéjar.



Los edificios coloniales, muchos del s.XVI, tenían balcones y porches de madera, y patios interiores con jardines. Destacaban casas históricas como la Hospedería Roca, la Casa de Juan Castellanos y la Casona La Guaca, convertidas en tiendas de artesanía, bajo los soportales. O la Casa Museo de Antonio Ricaurte, que visitamos, luchó a las órdenes de Bolívar y es recordado por su sacrificio en la batalla de San Mateo en Venezuela en 1914. Exhibía armas y mobiliario. El jardín era precioso, con un pozo y repleto de flores.




También visitamos la Casa Museo de Antonio Nariño, uno de los pioneros de la Independencia de Colombia, y defensor de los derechos humanos.

Luego fuimos paseando hasta la Hostería del Molino de Mesopotamia, con un molino de 1586. Eran varias edificaciones bajas pintadas de rojo terracota y amarillo intenso, alrededor de jardines. Había un estanque circular de piedra, donde nos dijeron que se bañó Bolivar.



Callejeamos viendo los comercios: pequeños cafés, panaderías y pastelerías, jugos de frutas, roas y artesanía, algunas peluquerías y numerosos restaurantes con encanto. Cenamos trucha y mazarcada, un gratinado de carne mechada de pollo y ternera, con maíz y queso. Delicioso.


Al día siguiente fuimos con una furgoneta a Barichara, otra ciudad colonial española de 300 años de antigüedad. Era más pequeña y menos majestuosa que Leyva, pero coqueta y con mucho encanto. Apenas vimos turismo. Decían que en el pueblo se filmaban muchas telenovelas, al ser tan pintoresco. Las casas eran blancas con tejados rojos y puertas y ventanas verdes o azules. Las calles empedradas tenían bastante pendiente y eso las hacía más fotogénicas. 



Recorrimos las callecitas admirando los tejadillos voladizos con travesaños y faroles colgantes, balcones de madera con algunas macetas, las ventanas con celosías de madera. Algunos muros estaban adornados por buganvillas.

En la Plaza estaba la Iglesia Catedral Inmaculada Concepción, del s.XVIII, de piedra arenisca labrada, y de un dorado anaranjado, según la luz.






Había tiendas tipo colmados que ofrecían todo tipo de mercancías expuestas en las estanterías. En algunas vimos letreros de venta de hormigas culonas, la especialidad culinaria de Barichara y el Departamento de Santander. La tradición se remontaba a 5000 años atrás, cuando los guabos criaban y comían hormigas fritas o asadas por sus supuestas propiedades afrodisíacas y curativas. Decían que sabían como polvo crujiente mezclado con granos de café. Pero no las probamos porque preguntamos en varios sitios y en todos nos dijeron que no había cosecha, q1ue todavía no habían salido.



Desde Barichara emprendimos el Camino Real al pueblo de Guane. El sendero era ancho, bordeado de árboles y estaba empedrado. Lo construyó un alemán. Había grandes árboles con raíces aéreas, algunos árboles con lianas colgantes que llamaban “barbas de viejo”, y otros con campanillas amarillas que se esparcían por el suelo. Fue un recorrido muy agradable y relajante, los dos solos y contemplando la verde naturaleza y las montañas.


Guane era un pequeño pueblo, similar a Barichara, con apenas dos calles alrededor de la plaza. En el pueblo había motocarros pequeños amarillos, aunque apenas había tráfico. Nos sentamos en la plaza y tomamos bebidas y helado casero de coco. Cartagena de Indias era la ciudad colonial colombiana por excelencia, la más conocida. Pero Leyva, Barichara y Guane nos enamoraron, conservaban su encanto colonial