Mostrando entradas con la etiqueta árboles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta árboles. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de mayo de 2013

LA PLAYA DE LOS BAOBABS

 




Al llegar al Lago Malawi tuvimos la sensación de estar frente al mar. Había olas, playas de arena y era inmenso: no se veían las orillas, sólo la línea del horizonte. El lago tenía 550km. de longitud y 75km. de anchura, con una profundidad de 700m. en algunas zonas. Lo “descubrió” Livingstone en 1859 y quedó impresionado por su belleza. Como nosotros. Era el tercer lago africano después del Lago Victoria y el Lago Tanganika.

Dentro del lago había varias islas. Una de las paradas que hicimos fue la preciosa isla de Likoma. La guía la describía “salpicada de bahías en forma de media luna…el relativo aislamiento del resto de Malawi les ha permitido mantener su cultura en parte por el legado religioso de los misioneros, pero también por la falta de población. Son 17km2 que flotan sobre las aguas cristalinas del lago...” No decepcionaba las expectativas.




Nos alojamos en la bahía Ulisa, en uno de los extremos. En aquella playa contamos unos catorce enormes baobabs alineados junto al agua. Pero los baobabs estaban presentes en el interior y en toda la isla. De hecho, era el árbol que más se encontraba en Malawi. Su corteza gris y rugosa parecía la piel de un elefante. Con la luz del atardecer los troncos cambiaban del gris a un tono dorado intenso. Abracé sus troncos y alguno medía casi nueve abrazos míos de circunferencia, unos catorce metros de diámetro.






En la playa había secaderos para el pescado y embarcaciones varadas en la arena, hechas de troncos de árboles vaciados. Los niños jugaban a bañarse en el agua retenida en el interior de las estrechas barcas, a modo de piscina. Nos hicieron participar en sus juegos, y contemplamos la puesta de sol entre las copas de los baobabs.

 

© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego

martes, 7 de mayo de 2013

LA FORTALEZA DE LOS BAOBABS

 

 
En Malawi leí un interesante y completo artículo de Kate Evans sobre los baobabs., en la revista “The eye”. Lo traduje del inglés sobre la marcha y anoté en mi cuaderno de viajes algunos datos. Las diferentes partes del baobab se usan para fabricar redes de pesca, cuerdas, cestas, ropa, sombreros y zapatos. La corteza, la madera, las semillas y las hojas tienen uso en la medicina tradicional. Nos sorprendió saber que  el interior de los troncos se había utilizado para albergar pequeñas tiendas, bares, establos, paradas de autobús, prisiones, puestos de correos, nichos funerarios e incluso lavabos. Hay que admitir que eran usos imaginativos y originales.
Los baobabs son sinónimo del paisaje africano. Han sobrevivido a la agresividad de los elefantes y al contacto humano. En la II Guerra Mundial se usaron bulldozers, tanques militares y dinamita para eliminarlos, sin éxito. Permanecían arraigados al terreno con fuerza.


 
La primera descripción del baobab de la que se tiene constancia fue la del viajero tangerino Ibn Batuta, nacido en 1304, y que viajó por África fascinado por este espécimen único. David Livingstone también remarcó la circunferencia de varios baobabs en sus expediciones, e incluso talló sus iniciales en su corteza. Buscamos la histórica inscripción, pero naturalmente no la encontramos.
Los científicos no se ponen de acuerdo para determinar la antigüedad de estos árboles. La prueba del carbono determinó la antigüedad de 1.010 años de un ejemplar. En Malawi muchos dicen que por cada metro de circunferencia el árbol tiene 100 años de antigüedad.


 
El baobab más grande registrado en los años ochenta tenía 25m. de circunferencia y 33m. de altura. Sudáfrica tiene el mayor baobab del mundo con 46,8m. de circunferencia. Por eso creí acertada la cita del explorador alemán Friedrich Humboldt que describió a los baobabs como “los monumentos orgánicos más antiguos del planeta”.
Kate Evans acababa afirmando que en Malawi los baobabs forman parte de la historia de la tierra, de la cultura y de la gente, y añaden belleza y misterio al panorama africano. Después de contemplarlos y admirarlos era imposible no estar de acuerdo con ella.
 
© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego

miércoles, 24 de abril de 2013

LA ISLA DE IBO

 




Desde Pemba una pequeña barca nos llevó hasta la isla de Ibo en un trayecto de hora y media. La isla de Ibo era la más grande del Archipiélago de las Quirimbas, al norte de Mozambique. Había sido un importante puerto comercial árabe cuando llegaron los portugueses en el s. XV, y a finales del s. XVIII se convirtió en un puerto crucial para la trata de esclavos. Afortunadamente eso formaba parte de su pasado; en la actualidad era una población tranquila y con encanto.

La isla tenía tres fuertes: Sao Joao Baptista con forma de estrella, Sao Antonio y Sao José. Una mezquita y una iglesia proporcionaban el alimento espiritual, aunque la mayoría eran musulmanes liberales.




Paseamos por sus bonitas calles de edificios de planta baja desgastados. Eran casas coloniales de piedra con porches sombreados. Algunas estaban restauradas, y otras estaban invadidas por las raíces de grandes árboles que entraban por las ventanas y crecían entre sus muros abandonados. Hicimos alguna foto en blanco y negro y parecían transportarnos más en el tiempo.




En el centro del pueblo varias mujeres bombeaban un pozo y llenaban sus recipientes de agua, un bien preciado. Proyectos de abastecimiento de agua como ese, financiados por España, se habían interrumpido al reducirse el presupuesto de Ayuda Oficial para el Desarrollo.

Una de esas mujeres jóvenes que bombeaba agua y la transportaba sobre su cabeza. tenía un peinado adornado con letras, y en el centro de su frente colgaba la letra "M", como un símbolo de Mozambique. Ella misma tal vez era, sin ser consciente de ello, un símbolo de la lucha por la supervivencia y de ese precioso país africano.

 

© Copyright 2013Nuria Millet Gallego

martes, 15 de mayo de 2012

BAOBABS Y QUIVERS






La primera vez que vi un baobab pensé que eran unos árboles de cuento. En el trayecto de Opuwo a Windohek, atravesamos una zona con muchos baobabs gigantes. Se necesitaban varias personas para abarcar el diámetro del tronco. Eran altos, de corteza gris claro, tronco grueso y ramas retorcidas. Siempre me recordaban el libro de "El principito" de Saint-Exupèry, que los utilizó como una metáfora de los problemas que hay que solucionar antes de que se compliquen y que las raíces destruyan el planeta. Pero cuando los miraba veía unos árboles bellos. Me hubiera gustado dibujarlos.

Habíamos visto otros baobabs años atrás, en Madagascar, los que formaban la preciosa Avenida de los Baobabs en Morondava. Uno de los más grandes necesitaba el abrazo de seis personas para rodearlo, unos dos metros de diámetro. Si yo fuera árbol me gustaría ser baobab.
 

 


 

 
 

Otro árbol curioso de Namibia era el llamado Quiver. De hecho, no era un árbol, sino una planta de la familia del aloe. También era llamado Kokerboom; Koker es la palabra en idioma afrikaans para Quiver. Algunas tribus Bosquímanas y Hotentotes usaban su corteza flexible y sus ramas para hacer carcajs y flechas. El árbol puede medir nueve metros de altura y tener más de un metro de diámetro.

Estos estaban junto a la ciudad de Keetmanshop. Eran naturales, no plantados por humanos. El bosque fue declarado Monumento Nacional en 1955.

Las ramas crecían bifurcadas hacia arriba y terminaban en brotes verdes con flores amarillas. La corteza era dorada y como fragmentada o resquebrajada en láminas. Los contemplamos con la luz dorada del atardecer y en la puesta de sol. Los árboles más grandes tenían entre 200 y 300 años de antigüedad. Un paisaje para recordar.

 

© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego