Mostrando entradas con la etiqueta Egipto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Egipto. Mostrar todas las entradas

sábado, 23 de mayo de 2009

LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA

 




Siempre me ha gustado buscar lugares míticos. Como la desaparecida Biblioteca de Alejandría, destruida por un incendio. La actual Biblioteca se inauguró en el 2002, y las guías la describían con la forma de "un disco gigante inclinado incrustado en el suelo, como un segundo sol que emerge del Mediterráneo". La estructura metálica le daba un aspecto plateado y delante tenía un gran estanque de agua azul intenso. Era toda luz. Tenía gran altura y el techo inclinado estaba formado por cientos de ventanas formando una enorme claraboya. Tenía capacidad para ocho millones de libros. Impresionaba.

En las mesas grupos de mujeres con velos de colores estudiaban con sus apuntes desplegados. Otras llevaban el velo islámico en su versión integrista, sin conceder tan sólo una ranura para los ojos, y usaban guantes negros mientras utilizaban ordenadores de pantalla plana. Todo un contraste. Tradición y modernidad.

 
 



© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

martes, 19 de mayo de 2009

EL ZORRO DEL DESIERTO BLANCO



 

El Desierto Blanco es una de las maravillas naturales del mundo. Es un Parque Nacional de 300 km2, al que se llega desde el oasis de Farafra. Por todas partes había grandes rocas redondeadas y con formas curiosas, de un blanco cegador. Es un tipo de roca calcárea, que en algunas zonas se desgajaba con facilidad. Parecían merengues espolvoreados de cacao. Lo visitamos con jeep, acompañados por Wael, el maestro del pueblo. Leímos que aquella zona había estado cubierta por el mar, y encontramos restos de corales y fragmentos de conchas nacaradas;, así que caminábamos sobre el fondo de un mar desaparecido hacía milenios.







 

Íbamos parando por el camino, donde nos resultaban más curiosas las formas de las rocas. Era fácil imaginar halcones, pájaros, perfiles de mujeres, un caballero con su yelmo, leones, una pequeña esfinge, una que llamaban el champiñón...

Mientras montábamos el campamento vimos las huellas en la arena de algún animal. Nos dijeron que eran pequeños zorros inofensivos. Dormimos al raso con mantas. De madrugada me desperté sintiendo un peso en los pies y vi un zorro a la luz de la luna.....sobre mi! Creo que los dos pegamos un salto simultáneamente. Eran dos zorros y los vimos rodear el campamento, buscando comida. Pero ni el sustillo del zorro estropeó la belleza del lugar.



© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

viernes, 15 de mayo de 2009

EL AGUJERO AZUL DEL MAR ROJO





Los corales formaban una pared vertical que se hundía en las profundidades del Mar Rojo. Allí se acumulaban peces de todos los tipos, tamaños y colores: peces naranjas, amarillos, rojos. plateados, con franjas negras, verdes y azulados.

Había corales ramificados y otros con forma de laberinto o cerebro, erizos con púas rojas, valvas azules y onduladas que se abrían como bocas hambrientas, anémonas rosadas como dedos buscadores...





Decían que el Mar Rojo era uno de los mejores lugares para practicar submarinismo, después de la Gran Barrera de Coral Australiana y de otras zonas del Caribe y del Índico. Habíamos probado en todos esos lugares y siempre era un espectáculo fascinante contemplar la vida submarina. Nos olvidábamos del tiempo en medio de aquel silencio y mecidos por el suave oleaje.


En Dahab, en la Península del Sinaí, buceamos con tubo y aletas, disfrutamos del mar y en las tumbonas de la playa, tomando zumos de limón, barracuda y calamares con tahina, la rica pasta de sésamo. Mientras, algún camello pasaba indiferente a nuestro lado con su paso cansino. Uno de los camellos había elegido un cartel indicador del lugar, como un instrumento para rascarse. Se frotaba contra el palo aliviando sus picores.

 
 
La zona llamada Blue Hole era conocida porque habían fallecido varios submarinistas, buscando el gran arco de coral que se abría al océano. Arriesgaban demasiado, se quedaban sin oxígeno, y entraban en narcosis sin advertirlo. Decían que la profundidad del agujero podía ser de 130 metros. Impresionaba encontrar en las rocas de la playa las lápidas de recuerdo de los jóvenes submarinistas. Y lo que más fascinaba es que fallecieron en la búsqueda de un sueño.
 
© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego
 

martes, 12 de mayo de 2009

EL MONTE SINAÍ Y EL MONASTERIO DE SANTA CATALINA

 

En la Península del Sinaí fuimos a visitar el Monasterio de Santa Catalina. El paisaje era montañoso y muy árido, en algunos momentos parecía lunar. El Monasterio de Santa Catalina era una fortaleza amurallada, construida alrededor de la capilla original y tenía una basílica, además del monasterio. Las murallas eran altas, impresionantes. Había sido declarado Patrimonio de la Humanidad. 

El monasterio era un lugar sagrado y de peregrinación. Tenía una hospedería y estaba considerado una de las comunidades monásticas de actividad ininterrumpida más antiguas del mundo. Gran parte del recinto estaba cerrado al público. 


Entramos a través de una puerta no muy grande y visitamos la Iglesia de la Transfiguración del s. VI. Allí estaban enterrados los restos de Santa Catalina. Era una iglesia ortodoxa llena de iconos, había una exposición de ellos en el recinto, y lámparas colgantes. Vimos a algún monje ortodoxo, de largas barbas y túnica negra. Hablé con uno de ellos y me dijo que la comunidad la formaban 30 monjes y que él vivía allí hacía más de quince años. Tenía ganas de conversar y nos preguntó sobre nuestras vidas. 

Junto a la Iglesia estaba la zarza ardiente de Moisés, que crecía verde sobre un muro. Todos los peregrinos se hacían una foto tocando las ramas bajas de la zarza, que estaban más secas a fuerza de tocarlas.

El camino era de tierra y gravilla, ascendente y con escalones en el tramo final. Fuimos viendo el monasterio desde diferentes ángulos. Habíamos leído que el monte era muy ventoso, pero aquel día soplaba en rachas y se agradecía con el calor. Llegamos al lugar donde el profeta Elías oyó la voz de Dios, donde crecía un ciprés de más de 500 años de antigüedad, la única nota verde en aquel entorno árido. 

Poco antes de la cima paramos en un cobertizo con jarapas que vendía bebidas y snacks. Descansamos un rato, refrescó y hasta dormimos una breve siesta tapados con unas mantas que olían a camello.



A la una emprendimos el ascenso del Monte Sinaí. Había dos vías de ascensión: la Ruta de los Camellos y la Ruta del Arrepentimiento. La Ruta del Arrepentimiento tenía 3750 escalones, la abrió un monje como forma de penitencia. Como no teníamos interés en ser penitentes, escogimos caminar por la Ruta de los Camellos. También había la posibilidad de subir en camellos, que vimos por allí, con sus coloridas sillas.


En la cima había una iglesia cerrada y muy poca gente, apenas diez personas. Los que accedían de noche para ver la salida del sol dormían allí, muertos de frío sobre las rocas. Leímos que se agrupaban cientos de personas. El paisaje era de montañas rocosas. Nosotros contemplamos la puesta de sol en el Monte Sinaí, tranquilamente, envueltos en silencio. El disco solar se ocultó tras las áridas y bíblicas montañas, y estas perdieron su tonalidad dorada y se oscurecieron. 

La bajada en teoría era más fácil, pero se hizo eterna porque oscureció pronto. Llevábamos linterna, pero el terreno era irregular con muchas piedras, bajábamos deprisa y teníamos que fijarnos donde poníamos los pies. Era fácil derrapar con la gravilla. Tardamos una hora y media en bajar. Y llegamos al hotel con ganas de una ducha que nos quitara el polvo bíblico.








viernes, 8 de mayo de 2009

EL BAÑO DE CLEOPATRA Y EL FUTURO

 
 
 

Imaginaos el baño de Cleopatra: una gran piscina de piedra circular con agua cristalina de manantial, rodeada de palmeras que se reflejan en la verde superficie.
Llegamos hasta allí en taxi-burro, un carromato cubierto con un toldillo y asientos laterales, desde el oasis de Siwa. No podía negarse que era un transporte tranquilo y ecológico.

Y en aquella agua verdosa y fresca me sumergí, sintiendo la caricia de las algas que crecían en el fondo. Fuera leyenda o no, el lugar era un rincón idílico, digno de una reina.

Pero Cleopatra, la soberana que intentó afirmar la independencia de Egipto ante Roma, representa el pasado. Creí ver el presente y el futuro en todas aquellas estudiantes reunidas en la explanada ante la Biblioteca de Alejandría. Y aunque la tradición del velo negro se mantenga, es una pincelada en el presente. El futuro de Egipto se viste de colores claros. Ellas son el futuro.


 
 
 
©Copyright 2015 Nuria Millet Gallego


lunes, 4 de mayo de 2009

LA MÍTICA ALEJANDRÍA



Desde que leí a Lawrence Durrell y su libro "El cuarteto de Alejandría" quise conocer esa ciudad. Y el deseo es una fuerza que empuja.
La ciudad de Justine, de Mountolive, de Balthazar, de Clea, de tantos otros personajes...La ciudad en sí era otro de los personajes de esa novela caleidoscópica.

Qué maravilla es conocer una ciudad siguiendo los pasos de personajes que te han hecho sentir, siguiendo el hilo de su historia. En esta esquina Justine se cruzó con Mountolive, en este café estuvo sentada Clea...Es un placer que sólo conocen los que disfrutan de la literatura.

Nos adentramos en el barrio turco y fumamos perfumados narguiles en los viejos cafetines. Curioseé en los zocos llenos de carnicerías, pescado fresco, verduras, esponjas naturales, frutas, dátiles y frutos secos, pan, dulces, olivas, quesos...

 


 

Entré en varias mezquitas, espectaculares por dentro y por fuera. Estaban enmarcadas por palmeras y tenían altos minaretes y cúpulas redondeadas con dibujos labrados en la piedra.

Vi la casa de Durrell, una fachada antigua con jardín. Imaginé.

Visité el Museo Kavafis, en la casa donde vivió. El edificio era precioso y habían mantenido las habitaciones tal como las dejó. Curioseé su escritorio y los objetos cotidianos de los que se rodeó. Su poesía "Itaca" me acompaña en todos los viajes desde hace mucho, mucho tiempo.

Recordé a otro escritor, Terenci Moix, un hedonista con el que comparto el origen y muchas palabras escritas, y que confesó que Alejandría era una de sus ciudades favoritas. También lo es para mí. Seguro que mi admirada Maruja Torres comparte esta opinión (además de su adorado Beirut). Es curioso como las personas se hacen querer a través de las palabras. Y así, algunos escritores nos hacen querer ciudades que desconocemos.


 

Paseé por la Corniche, a un lado el mar azul, al otro una línea de edificios centenarios con carácter. Algunos de los edificios estaban restaurados y otros en estado decadente, pero uno podía imaginar el esplendor de aquella ciudad cosmopolita que fue Alejandría. En el extremo de la escollera estaba la Fortaleza de Quatbey, construida sobre los restos del famoso y mítico faro de Alejandría, que estuvo en funcionamiento unos diecisiete siglos y que fue destruido por un terremoto.

En el último paseo por la Corniche observé una vez más las parejas jóvenes que sentadas en el muro contemplaban el Mediterráneo, ese Mediterráneo que nos une y nos separa.
 

Alejandría me dejó huella. Siempre será para mí una ciudad soñada, vivida y querida. Durrell fue uno de los culpables.


 
 

© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

viernes, 1 de mayo de 2009

EL VALLE DE LOS REYES

 

Desde Luxor fuimos a visitar el Valle de los Reyes, en la orilla occidental del Nilo. Era una Necrópolis Tebana con tumbas de faraones, de nobles y algunos templos. También habían enterrado reinas, príncipes y princesas y hasta algunas mascotas como perros, monos y aves. Formaba parte del conjunto llamado Antigua Tebas, declarado Patrimonio de la Humanidad. 

El paisaje era totalmente desértico y seco. Un pequeño tren nos acercó a la entrada para evitar cansarse antes del recorrido. Había que pagar la entrada principal y el acceso a cada tumba adicionalmente.

La primera que visitamos fue la nº 62, la Tumba de Tutankhamón, el rey niño de la dinastía XVIII. Aunque la guía de Lonely Planet avisaba de que no era la más grande ni la más espectacular, estaba claro que era la más mítica. Habíamos leído con interés el libro de Howard Carter sobre el descubrimiento de la tumba, financiado por Lord Carnavan. Cuando Carter estaba a punto de abandonar, descubrió la entrada y le envió un telegrama a Lord Carnavan. Y el resto era historia. El primer escalón se descubrió el 4 de noviembre de 1922. 

Fue el hallazgo arqueológico más importante del s. XIX. Se encontraron cuatro cámaras con un auténtico tesoro, repletas de joyas, muebles, estatuas, carros, instrumentos musicales, armas, cajas, jarrones. Gran parte de todo ello había sido trasladado al Museo de Arqueología de El Cairo, que visitamos. La momia de Tuthankamon se exhibía en una vitrina precintada. Era una momia delgada, pequeña y negruzca, con los pies bastante carcomidos.

Visitamos la Tumba de Ramsés IX con una amplia entrada con un largo pasillo en cuesta. Decorada con dibujos de animales, serpientes y demonios, y dos grandes figuras de sacerdote vestido con túnica de piel de pantera. 

La Tumba de Tutmosis III, estaba oculta entre altos precipicios de piedra caliza y accesible solo por una empinada escalera. Tutmosis III estaba considerado “el Napoleón del Antiguo Egipto”, y fue uno de los primeros en construir su tumba en el valle. Las paredes estaban adornadas por cientos de dioses y semidioses. 

La Tumba de Tutmosis IV era una de las más grandes y profundas. Fue la primera sobre la que se aplicó el fondo amarillo. La recordaré por los vestidos adornados con cuentas de colores de la diosa Hator..


Ascendimos por colinas para ver la panorámica del Valle de los Reyes, totalmente árido en contraste con las orillas del Nilo con campos verdes cultivados que se distinguían a lo lejos. Las tumbas de Amenhotep II y Horembeb, que recomendaban, estaban cerradas por trabajos de arqueología.

El Templo de Deir el-Bahri era impresionante, erigido bajo una montaña de roca arenisca. Era el templo de la reina Hatshepsut de la dinastía XVIII, el más monumental del valle, con una construcción porticada con columnas, de tres niveles. Se accedía por una rampa central con escalinatas. Tenía hileras con figuras gigantes de faraones coronados con los brazos en cruz.







Luego visitamos las Tumbas de los Nobles, la de Mona y Nakht, y otras cuyo nombre no recuerdo. Los nobles eran escribas y los encargados de recaudar o contar los impuestos. Estaban dispersas por una colina bastante abandonada. Algunas de las tumbas de los nobles no tenían nada que envidiar a las de los faraones. Recuerdo una en particular, con una gran sala con columnas, mucho más grande que la tumba de Tutankhamon. 



En otro lugar encontramos los dos Colosos de Memnón, dos grandes estatuas de piedra del faraón Amenhotep III, sentadas y mirando en dirección al río Nilo.

Las tumbas del Valle de los Reyes permanecieron abiertas desde la antigüedad. fueron visitadas por turistas griegos y romanos. Con la conquista de los musulmanes el valle se sumió en el silencio y el olvido. Muy pocos viajeros europeos harían aparición en el Valle hasta la llegada de la expedición francesa de Napoleón en 1799, cuyo grupo de historiadores exploró y cartografió el lugar por primera vez e incluso identificó algunas tumbas que permanecían olvidadas, como la de Amenhotep III. 

Después llegaron otros arqueólogos como Champollion, Lepsius, Maspero y Carter, entre muchos otros. Y decían que el Valle de los Reyes tal vez escondía más tesoros desconocidos. Un lugar lleno de historia y misterio.