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sábado, 10 de diciembre de 2022

LAS PLAYAS DE MARTINICA

Martinica era una isla del Caribe con preciosas bahías naturales, ocultas en su litoral, y decidimos conocer las más destacadas. Desde Fort-de-France cogimos un minibus para ir a Sainte Anne, a 47 km.Allí estaba la preciosa Plage des Salines, con arena blanca, aguas azules y altas palmeras inclinadas por el viento, El gran palmeral estaba bordeado por casuarinas, que formaban un muro verde frente al mar. Nos dimos un baño delicioso. Los chiringuitos ofrecían pescado asado con ratatouille, con zumos de guayaba y piña. 


Otro día cogimos un barco desde la capital Fort-de-France hasta Les Trois Ilets. El barco nos dejó en Pointe du Bout. Fue la playa que más nos gustó, con palmeras en torno a varias piscinas naturales protegidas por rocas negras, y con ambiente local. Familias con niños se bañaban en sus tranquilas y azules aguas.



Desde allí compartimos un taxi hasta la gran bahía les Anses d'Arlet, con palmeras y aguas transparentes verde azules. Nos prestaron gafas con tubo y pudimos hacer snorkel, nadando cerca de las rocas en un extremo de la playa.  Vimos bancos de peces que se mecían con las olas. Había peces con rayas negras, amarillos, verdes. La playa l'Anse a l'Ane era grande y con vegetación. 

El pueblo Anse d'Arlet du Borg estaba en primera linea de playa, con verdes montañas detrás. Tenía un embarcadero con la Iglesia de puntiagudo campanario en el centro. Era un bonito rincón caribeño.



jueves, 8 de septiembre de 2022

SAPANTA Y EL CEMENTERIO ALEGRE

 


Sapanta era un pequeño y tranquilo pueblo de Rumanía, junto al río Tisza, en la región de los Maramures. Tenía casas tradicionales de madera con tejados triangulares, a dos aguas. Caminamos por las afueras y vimos caballos cerca del río, rebaños de ovejas, pajares y verdes campos.

El Cementerio Alegre era obra de Ion Stan Patras, un humilde tallista que en 1935 empezó a cincelar cruces de madera para señalar las tumbas del viejo cementerio de la Iglesia. Las pintó de azul, el color tradicional de la esperanza y la libertad, y en la parte superior de las lápidas inscribió ingeniosos epitafios, con sentido del humor e ironía.




El carpintero talló unas 700 cruces. En cada cruz los muertos contaban su historia y oficio a los vivos. El texto en primera persona explicaba lo mucho que trabajaron en la vida, los hijos que tuvieron y la edad en que fallecieron. Utilizamos el Google Lens para traducir el texto del rumano. 

En imágenes había pastores que cuidaban las ovejas, tejedoras con sus telares, profesoras con sus pizarras y alumnos, médicos, veterinarios, policías, militares, agricultores, cocineras, mineros, campesinos con tractores…todas las profesiones tradicionales. Un lugar especial, original y simpático. El interior de la Iglesia del cementerio era bonito, con coloridos murales y sillería tallada.







Como curiosidad vimos las lavadoras públicas en el río, hechas con tablillas de madera, aprovechando la fuerza de los remolinos del agua. Las utilizaban especialmente para lavar las grandes alfombras y ropa de lana.




Ion Stan Petras también talló y pintó su propia cruz, con su autorretrato con sombrero. Visitamos su casa natal, convertida en museo. Tenía porche con galería y balconada de madera con filigranas, y mazorcas de maíz colgando. Era muy colorida. El interior también rebosaba colorido: camas con mantas tejidas, sillas decoradas, alacenas pintadas, decenas de iconos colgados en las paredes y el taller donde el carpintero Petras elaboraba sus cruces. La habitación con la cama me recordó a la habitación de Van Gogh, mucho más recargada.





Por la tarde fuimos caminando por el bosque hasta el cercano Monasterio Peri-Sagasta. Tenía tres estructuras: una Iglesia con tejadillo puntiagudo, típica de los Maramures, una construcción circular y el Monasterio de cuatro pisos con tejado de tablillas. 

La Iglesia estaba abierta en la parte subterránea. Allí había un monje ortodoxo que entabló conversación con nosotros. Adivinó que éramos de Barcelona. Nos habló de Gaudí y preguntó si estaba acabada la Sagrada Familia. Comentó que había poco turismo y poca natalidad en Rumanía. Dijo que en el Monasterio vivían cuatro monjes, y que eran necesarios para mantener la espiritualidad en tiempos de pandemia. Un monje afable y parlanchín. El Monasterio Peri-Sagasta desprendía serenidad y belleza. Otro lugar de interés del pueblo de Sapanta.





domingo, 13 de febrero de 2022

SAN JUAN CHAMULA

Desde Sancris cogimos una combi o colectivo, las furgonetas compartidas, que por unos pocos pesos nos llevó hasta San Juan Chamula. Estaba a solo 10km de distancia y tardamos media hora. Fuimos un domingo, el día de mercado cuando se montaban los puestos en la plaza. El día estaba nublado y lluvioso. Había puestos de flores, frutas apiladas, hortalizas y algunos gallos y gallinas vivos.

 


Era la población principal de los chamulas, un grupo indígena txotail muy independiente. Decía que era el centro de alguna prácticas religiosas singulares, que había que respetar las sensibilidades locales y que era una visita interesante. Lo fue y mucho.



Los hombres llevaban anchas túnicas de lana negra de borrego para protegerse del frío y la lluvia, y las mujeres vestían faldas largas de lana negra con chales de colores. Pero me llamó la atención que las mujeres usaban chanclas y sandalias, y algunas iban descalzas. Le pedí permiso a una de ellas para fotografiar sus bonitas sandalias de cuero, con adornos de plata y ámbar.






Lo más impactante fue el Templo de San Juan, una iglesia blanca con el arco de entrada pintado de verde y azul, y decorado con aspas, estrellas y círculos El interior era oscuro, sin bancos y con el suelo cubierto de pinaza. Estaba repleto de parpadeantes velas con devotos arrodillados, entre el humo del incienso de copal. Alrededor había imágenes de santos con vestiduras sagradas, encerrados en vitrinas y venerados por grupos de fieles que rezaban ante ellos. En el altar principal estaba San Juan Bautista, al que los chamulas veneraban por encima de Jesucristo.



Algunos fieles sentados en el suelo de pinaza bebían refrescos de cola o naranja, porque se creía que los eructos expulsaban a los espíritus malignos. También bebían pox, el alcohol destilado de caña de azúcar y maíz. Ofrecían velas delgadas, que colocaban directamente en las baldosas de mármol del suelo. Oraban y cuando se derretía la cera unos hombres la retiraban con rasquetas.

Leímos que podía haber curanderos que canturreaban mientras frotaban el cuerpo de los pacientes con huevo o huesos. Eso no lo vimos, pero sí como una mujer restregaba un ramo de hojas sobre la cabeza y los hombros de otra mujer, para limpiar las energías malignas, al estilo chamánico.

Otros hombres oraban en dialecto indígena y ofrecían velas pagadas por los fieles. Vimos un hombre con la túnica de lana de borrego blanca y con un pañuelo blanco en la cabeza. Le pregunté cual era su función y dijo ser un mayordomo de Santa Rosa. Había otros mayordomos e Guadalupe; eran como cofradías o hermandades, que se agrupaban de pie junto a sus imágenes. Los otros fieles estaban arrodillados o sentados.

 


Lo más sorprendente que vimos fue el sacrificio de gallos y gallinas, dentro del mismo templo. El curandero los bendecía sobre las velas. Y los hombres quebraban el cuello del animal, que aleteaba fuertemente en su agonía. Una vez muerto el animal, las mujeres lo metían en bolsas de plástico. Vimos el sacrificio de cinco gallos de ese modo.

Fue un espectáculo ancestral e hipnótico, una ceremonia indígena con siglos de tradición y una atmósfera muy especial. No era un templo habitual y nos sentimos muy privilegiados de poder contemplar aquellas escenas.


viernes, 17 de mayo de 2019

BERAT Y LAS MIL VENTANAS




La “ciudad de las mil ventanas”, así la llamaban, porque todas sus ventanas estaban orientadas en la misma dirección y eran de proporciones similares. Producían un efecto curioso.
Estaba situada junto a un meandro del rio Osuma. C
onsiderada Patrimonio de la Humanidad, con su Castillo y sus casas escalonadas en la colina, entre la verde vegetación, era una de las ciudades más bonitas de Albania. 

A un lado del río estaba el barrio Mangalem, tradicionalmente musulmán, y al otro el barrio Gorica, cristiano. En Mangalem estaba la Mezquita del Sultán, una de las más antiguas de Albania, en restauración. Callejeamos y visitamos el Museo Etnográfico, una casona de piedra del s. XVIII con dos plantas y balcón de madera. El piso superior era la residencia de la familia. La habitación para recibir visitas tenía divanes otomanos, mesas bajas, braseros, chimenea, palmatorias. La habitación del taller mostraba dos telares, ruecas, huso, plancha de hierro, ovillos, tejidos. La cocina era el centro de la casa, con una claraboya en el techo, balanza, chimenea, piedra de moler, sartenes y morteros, entre otros objetos. La parte baja y porche de la casa eran para el ganado y almacén de productos (olivas, aceite, cereales).





Subimos a la Iglesia St. Michael, a media altura de la colina, bajo el castillo. Estaba cerrada, pero el camino era muy bonito entre el verde, amapolas y flores amarillas, y compensaban las vistas.
Tres puentes cruzaban el río Osuma, dos peatonales y uno para vehículos. Uno de los peatonales era el Puente Gorica, de 1780. De piedra con nueve arcos y 130 m. de largo.

Cruzamos al barrio Gorica, donde estaba el Monasterio Spiridon rodeado de cipreses, con frescos originales bastante deteriorados, iconos y un iconostasio restaurado. Recorrimos el barrio paseando sus estrechos callejones blanqueados, con parras.




Subimos al castillo por una cuesta empedrada, bastante empinada. La Kala Ciudadela del s.XIV era impresionante, con 24 torres. El recinto interior era enorme, todo un pueblo de casas blanqueadas. Sus moradores ofrecían bordados, visillos con vainica, mermeladas y compotas artesanales. Vimos la antigua cisterna de aguas subterráneas, la iglesia Holy Trinity y la Acrópolis. Recorrimos la muralla hasta el torreón del promontorio más alejado. Las vistas desde allí eran panorámicas, de las casas y tejadillos de Berat. Una imagen para el recuerdo.
                                                                                                                                                                            
© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego
    Texto y fotos