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sábado, 11 de mayo de 2013

LOS COMERCIOS DE LILONGWE

 

 
 
Siempre me han gustado los mercados africanos. En Lilongwe, la capital de Malawi, encontramos atractivos mercados, llenos de color y de vida.
Lilongwe era una ciudad un tanto extraña. Lo más parecido a un centro era el casco antiguo, alrededor del mercado y la mezquita, la que llamaban Old Town. El resto era una ciudad dispersa y discontinua, con muchos solares sin construcciones, donde crecía la vegetación libremente.





El mercado estaba muy ambientado, sobre todo la zona de pescado seco, con sus montoncitos dispuestos simétricamente. Entre ellos encontramos langostas fritas y crujientes, un aperitivo original. Lo demás eran tiendecillas dispuestas de forma laberíntica, con estrechos pasillos, que ofrecían todo tipo de productos. Había muchos puestos de artículos de higiene y cremas hidratantes. La zona de los sastres era una de las más laboriosa y animada. Trabajaban entre telas multicolores, junto a sus máquinas de coser Singer y de marcas chinas.


 
Los carteles anunciadores de algunas tiendas eran bastante ilustrativos y de carácter inequívoco. Me gustaban los dibujos un tanto ingenuos en las fachadas exteriores. Podías encontrar tiendas de venta de chancletas coloridas, de productos domésticos, de móviles, o de extensiones de pelo para adornar los peinados de las bonitas mujeres de Malawi.
 
© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego

domingo, 1 de noviembre de 1998

EL SASTRE ETÍOPE



El explorador inglés Richard Burton fue el primer occidental en entrar en la mítica ciudad de Harar, en Etiopía. Harar fue y es una de las santas ciudades musulmanas, y durante mucho tiempo estuvo prohibida la entrada a los no creyentes. Burton, que también fue el primero en entrar en La Meca, consiguió entrar en 1854, disfrazándose de peregrino. Y casi un siglo y medio después la visitamos nosotros. Eso me confirma que he nacido tarde, me correspondía otro siglo.

En el mercado había toda una calle repleta de tiendecillas de sastres. Estaban instalados con sus viejas máquinas de coser Singer, o de marcas chinas, y rodeados de telas multicolores. Los pedales de las máquinas no paraban en todo el día. Mi abuela tuvo una máquina Singer. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas y cosía una cremallera. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas más y cosía un dobladillo. Con el tiempo, la máquina cayó en desuso y desapareció. Mi abuela también.

 Cerca estaban las planchadoras, con antiguas y pesadas planchas de hierro.



La ciudad era origen de la comunidad rastafari. Sus calles eran tortuosas y las casas eran de piedra desnuda o estaban pintadas de blanco, verde manzana o azul turquesa. Muchas tenían patios interiores sombreados, que se entreveían por las puertas abiertas. En los patios las mujeres lavaban la ropa y los niños jugaban.

El poeta francés Rimbaud vivió en esta ciudad varios años, antes de su muerte prematura. A lo mejor encontró poesía en esos patios o en el pedaleo incesante de los sastres.

Un paseo nocturno por las callejuelas fue nuestra despedida de la Harar medieval, la Harar prohibida y misteriosa.



© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego