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martes, 9 de febrero de 2021

LA ISLA ULLAUNGDO




Pohang era una ciudad costera coreana con un bonito paseo marítimo con mucho ambiente, con músicos callejeros y restaurantes de pescado. Desde allí cogimos un ferry hasta la Isla Ullaungdo, en el Mar del Japón. Durante el trayecto de tres horas y media nos acompañaron grupos de gaviotas juguetonas, que revoloteaban alrededor. Seguían la estela del barco y les gustaba sumergirse en la espuma de la estela, para ellas debía ser como un jacuzzi.

La isla era volcánica y la vegetación había crecido generosamente en sus montañas y acantilados. Atracamos en una bonita y resguardada bahía. La montaña más alta tenía casi 1000m de altura. En su cima estaba el Observatorio, y en otros puntos se erigían estatuas blancas de Buda y tablillas verticales con caracteres coreanos. 




Estuvimos un par de días en la isla. Nos apuntamos a un crucero alrededor de la isla. El paisaje era precioso con el mar azul intenso y los altos acantilados tapizados de vegetación verde. El sueño de un náufrago en la distancia, o su pesadilla por los abruptos acantilados. Había peñascos rocosos separados de la costa, como guardianes de la isla. El mar rompía en espuma contra las negras rocas. Por cierto, que la isla era disputada por los japoneses, y los coreanos defendían que era de su territorio.

Recorrimos el camino de pasarelas por los acantilados, atravesando grutas donde se adentraba el mar, erosionándolas y formando hendiduras. En el camino había algunos pequeños bares que ofrecían pulpo y mejillones. Luego llegamos hasta el Faro subiendo por el bosque. Desde allí se veía el otro lado de la isla, la bahía con un muelle.

Llegó el momento de despedirnos de la luminosa isla. Las gaviotas nos acompañaron de nuevo en el regreso al continente; nuestro viaje por Corea seguía y nos esperaba Hahoe.











© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego

 

domingo, 7 de febrero de 2021

LOS ACANTILADOS DE LA ISLA DE YEYU


Un Ferry nos llevó desde la población de Wando a la isla de Yeyu, en un trayecto de tres horas. Yeyu era una isla volcánica, formada a partir de un derramamiento de lava. Era conocida por sus mujeres buceadoras, sus acantilados de basalto, el volcán Seogsan Ilcheon-bong, las cuevas de lava Mangjang-gul, y el Parque Hallasan, los dos últimos Patrimonio de la Humanidad.

Los acantilados de lava basáltica tenían un nombre complicado, Jusangjeollidae. Eran formaciones espectaculares, enmarcadas por pinos y flores amarillas junto al mar. Las columnas rectangulares se formaron al enfriarse y contraerse la lava al contacto con el mar. Se extendían a lo largo de 2km de costa y tenían entre 140.000 y 250.000 años de antigüedad. Las columnas eran poligonales y tenían cinco o seis lados.

Recorrimos las pasarelas contemplando los acantilados desde diferentes ángulos. Eran un precioso ejército de columnas entre aguas verdes y azuladas.

 


Alrededor, y esparcidas por toda la isla, había algunas “piedras de abuelo”, estatuas de piedra negra fálicas con un carácter protector. Decían que eran primos lejanos de los moai de la isla de Pascua, en pequeño.




Las cuevas de lava Manjang-gul eran grandes túneles de 7,3km de longitud, aunque sólo podían recorrerse 1km. La entrada era una gran boca y la altura variaba entre 2m y 23m en la gran Allí vivían murciélagos, arañas y otras especies. Las rocas estaban húmedas y formaban estalactitas y estalagmitas. Los niveles de lava se marcaban en la pared con diferentes colores por los carbonatos de su composición, acanalando la roca. Al final de la cueva había un gran pilar de 7,6m de altura. Leímos que en la isla de Yeyu había 160 túneles de lava.



Otra curiosidad de la isla eran las mujeres buceadoras, que aprendieron a bucear a pulmón libre. Como el arroz no crecía en la isla y cuando los hombres desaparecían durante semanas en los barcos de pesca, las mujeres se dedicaron a pescar entre las rocas. La edad media era de 65 años, incluso algunas con 80 años, aunque cada vez quedaban menos. Una muestra de adaptación y del carácter del pueblo coreano.  



© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego




miércoles, 6 de octubre de 2004

LOS DOCE APÓSTOLES AUSTRALIANOS


 

Caminamos al borde de los impresionantes acantilados verticales de piedra caliza, de colores ocre y amarillo. Junto a ellos, en el mar, había gigantescos pináculos o agujas marinas que llamaban los Doce Apóstoles. Estábamos en el Parque Nacional de Port Campbell, próximo a Melbourne. Sólo quedaban ocho apóstoles y decían que debido a la erosión marina acabarían por desaparecer. Leímos que cada catorce segundos la piedra recibía el impacto de una ola. Esa erosión formaba cuevas y agujeros arqueados en las rocas. El mar tenía fuerza en aquella zona y una franja de espuma blanca festoneaba los acantilados.


Vimos la ensenada donde naufragó un barco que viajaba de Londres a Sidney en 1878, tras tres meses de travesía. Estaba a punto de llegar y haciendo los preparativos de una fiesta para celebrarlo, cuando naufragó. Sólo sobrevivieron dos personas. El lugar se bautizó Loch Ard Gorge en recuerdo del barco. A pesar de lo dramático de los sucesivos naufragios en aquellas costas, las playas eran bellísimas.




Junto a la ensenada, una roca formaba un puente natural sobre el mar. La llamaban London Bridge. Los apóstoles se erguían imponentes resistiendo los embates de las olas, cuyo impacto podíamos oír. Una muestra más del perfecto arquitecto que puede ser la erosión en la naturaleza.