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sábado, 21 de abril de 2018

LOS TEMPLOS DE CHAMPASAK

 



Champasak fue desde 1773 hasta 1946 la sede de la realeza laosiana. En la actualidad era una población tranquila con algunos edificios coloniales dispersos y casas de madera tradicionales. Era la base para visitar las ruinas de los templos Wat Phu Campusak, del periodo de Angkor, “descubiertas” en la jungla por el explorador francés François Garnier en 1866.

Alquilamos bicicletas por 10.000 kips al día (1 euro!). El Wat Phu Champasak estaba a 10km. Era un complejo de templos religiosos Khmer, y considerados Patrimonio de la Humanidad. Algunos edificios eran milenarios, del s.V y la mayor parte del s.XI-XIII.




Dividían el complejo en tres niveles. En el nivel bajo empezamos visitando el estanque sagrado con flores de loto y búfalos que pastaban por allí. Pasamos por una larga avenida con pilares de piedra negra.



Por una escalinata medio derrumbada y de altos escalones accedimos al nivel medio. En él estaba el Templo Principal con relieves tallados en la piedra de sus muros. En la entrada había varias apsaras (deidades mitológicas) talladas en la piedra, como en los templos de Angkor de Camboya. Unos monjes de túnica azafrán visitaban los templos. Era uno de los principales lugares de peregrinación budista.





         

En el interior había pabellones cuadrangulares con esculturas Hinduistas y Budistas, de Brahma, Vishnú, Shiva, el toro Nandi y centinelas.También habían lingams, las piedras fálicas simbólicas, ofrendas de incienso y flores diente de león naranjas. Las ventanas tenían columnas de madera torneada.

En la parte superior de la montaña Phu Pasak, sagrada para las tribus euroasiáticas, estaba la huella de Buda. También la piedra elefante y la piedra cocodrilo/serpiente. El cocodrilo era una figura semi divina en la cultura khmer. 

Desde arriba se tenían buenas vistas de los templos principales a los lados y de la escalinata ascendente. La guía Lonely Planet los describía como bucólicos y decrépitos por su estado de conservación. Nos pareció un lugar lleno de belleza y misterio, y era fácil imaginar los tiempos de esplendor con desfiles de elefantes y laosianos ataviados con sus ropas festivas. En el Museo adyacente, que visitamos después, había totos de estas escenas de celebración y del estado de los templos cuando los descubrió François Garnier, invadidos por la vegetación de la jungla.


Seguimos con las bicis por la carretera con poco tráfico. La bordeaban casas bajas con jardines y plantas. Nos desviamos por una pista de tierra roja para visitar el Wat Muang Kang, el templo más antiguo y uno de los más interesantes del sur de Laos.

De él destacaban la Librería Tripitaka, que combinaba elementos de arquitectura china, vietnamita y francesa. Era un edificio curioso y muy bonito. El resto del templo estaba bastante deteriorado. Nos tumbamos a descansar en la hierba a la sombra de un árbol y a Javier le cayó un mango maduro en la cabeza, un buen coscorrón. Los monjes nos invitaron a beber refrescos y charlaron un poco con nosotros.





Por la noche de una representación de marionetas con música tradicional, tocada por once músicos, y tenían instrumentos curiosos. Los músicos eran más numerosos que el público, que éramos ocho personas. Las marionetas contaban la historia épica del Ramayana, con personajes como Shiva o Hanuman, el dios mono. Disfrutamos del espectáculo, al aire libre y a orillas del río Mekong.




jueves, 8 de octubre de 2009

LOS TEMPLOS CAMBOYANOS DE ANGKOR


Estas sonrisas son del s.XIISonrisas de piedra que nos hablan de un gran imperio del pasado, el Imperio KhmerEra impresionante observar de cerca los detalles de la piedra labrada, expuesta a lluvias y soles. Sólo la decadencia del imperio las sumió en el olvido, y permanecieron durante siglos escondidas entre la vegetación,hasta que en 1860 fueron descubiertas por el explorador francés Henry Mouhot.


La visita de los templos de Angkor se queda grabada para siempre en la memoria. Pasamos tres días enteros recorriendo los templos, en dos motos alquiladas. Boram y Chetra fueron nuestros simpáticos conductores. La moto era el transporte ideal porque van a poca velocidad, puedes disfrutar del paisaje y alivias el calor.











La primera visita fue el impactante Angkor Wat. Un amplio foso de agua lo rodeaba. La civilización khmer tenía un complejo sistema de regadío. La avenida que conducía hasta el templo era larguísima; leímos que tenía 475 de longitud y 9,5m. de anchura. A lo largo de toda la avenida había una balaustrada de piedra con forma de serpiente, la mitológica Naga, y a ambos lados estaban dos estanques con nenúfares flotantes. Al fondo aparecían las tres torres principales, de piedra oscura, y el resto de torres asomando por los laterales. El entorno era muy húmedo y verde. Era un templo enorme, nos sorprendió su gran tamaño.
Recorrimos durante horas el laberinto de galerías. Había muy pocos turistas, y de vez en cuando nos cruzábamos con un monje de túnica azafrán. Las paredes de las galerías tenían bajorrelieves muy bien conservados, considerando que eran del s. X. Representaban escenas de la mitología hindú: guerreros luchando, figuras en elefantes, hombres en barcas…En las paredes había muchas apsaras, una especie de capillas esculpidas en la piedra con bailarinas de pechos redondos y descubiertos, y aretes en los tobillos. Cuando salía el sol iluminaba las figuras y bajorrelieves dándoles una tonalidad dorada.

Seguimos visitando el Angkor Tom, que es una ciudad fortificada con cinco puertas. Las puertas impresionaban porque parecían una entrada a la selva, y delante tenía cincuenta y cuatro estatuas de dioses y demonios, casi todas decapitadas por el expolio que sufrió Camboya después de la guerra. Dentro de la ciudad de Angkor Tom recorrimos los templos Bayon, Bapturon y la Terraza de los Elefantes.
El Templo de Bayón, pese a lo leído, fue otra gran sorpresa. ¿Cómo no va serlo encontrar en la jungla doscientas caras de piedra sonrientes? Las caras estaban esculpidas en los cuatro lado de las cincuenta y cuatro torres góticas que formaban el conjunto. Como había varios niveles podías acercarte junto a ellas. Cada cara tenía la altura de una persona. Los labios eran gruesos, sonriendo, y las orejas alargadas. Decían que las caras representaban a su constructor, Jayavarman VII. Por todas partes había perfiles y rostros observándonos. Eso convertía al templo en único.

Vimos la salida del sol frente al Bayón. La luz iluminó sus caras de un tono amarillo pálido. Todo estaba en silencio, estábamos prácticamente solos (solo había diez guiris más, dispersos entre las piedras) y se oía el canto de algún pájaro en la jungla.
El Bapturon tenía forma de pirámide y representaba el Monte Meru. Caminamos por la Terraza de los Elefantes, de 350m. de longitud, donde celebraba las ceremonias el rey del imperio Khmer. Pasé todo el día preguntándome cómo una cultura capaz de construir aquellos templos tan magníficos había pasado del esplendor a la decadencia y destrucción.
Visitamos muchos más templos de forma relajada, entrando en las pequeñas capillas done un monje quemaba incienso, sentándonos en las antiguas piedras para leer, charlar, tomar frutos secos y simplemente contemplar el espectáculo. Encontrábamos algunos niños, o a algún guía oficial y guardián del templo, vestidos con un uniforme gris con un brazal blanco en la manga. Pero eran muy discretos y no imponían sus servicios.
Mi templo favorito fue Ta Prom, una simbiosis entre la naturaleza y la arquitectura. Había más árboles de lo que pensábamos creciendo sobre muros y puertas, abrazándolos, desplegando sus tentáculos. A veces parecían resquebrajar las piedra, y otras apuntalarlas. Creo que había sido un acierto no talar aquellos magníficos y altos árboles de gruesos troncos, que embellecían el conjunto del templo y le añadían encanto. Era salvaje. Esa es una de las imágenes que me quedaron grabadas con más fuerza.



© Copyright 2017 Nuria Millet Gallego

jueves, 2 de noviembre de 2006

CUEVAS DE ELLORA

 


Tras visitar las cuevas de Ajanta, otro día fuimos a visitar las Cuevas de Ellora, a 30km de Auragabad. Fuimos con el autobús local. Las cuevas de Ellora eran una maravilla de la India medieval, uno de los monumentos más impresionantes de la India, con templos excavados de las tres grandes religiones: hinduismo, budismo y jainismo. Había 12 cuevas budistas, 16 hindúes y 8 jainistas. Dedicamos más de cinco horas a verlas.


Lo primero que vimos fue el Templo Kailash, construido por el rey Krishna I en el siglo VIII en un solo bloque monolítico, y se excavó desde la cima de la montaña hacia abajo. De 30 metros de alto, su entrada está flanqueada por dos columnas de 15 metros cada una y todo el edificio está repleto de elaborados relieves escultóricos. Tenía magníficas tallas, relieves y esculturas de elefantes, apsaras de la mitología hindú y figuras budistas.

Los visitantes locales aportaban color entre las piedras antiguas, especialmente las mujeres hindúes con sus saris de colores y abiertas a conversar y ofrecer una sonrisa al visitante extranjero.


Sobre su construcción la guía de Lonely Planet comentaba: “Se tallaron tres enormes hendiduras en la superficie del despeñadero y luego se esculpió la imagen, ingente empres que supuso eliminar 20.000 toneladas de roca. Mide el doble de la superficie del Partenón de Atenas y una vez y media su altura”. “Todos los templos fueron tallados de arriba abajo, así que nunca hizo falta usar andamios: los constructores empezaron por el tejado y fueron avanzando hasta el suelo”. Era el mismo sorprendente sistema de construcción de las iglesias de Lalibela en Etiopía.



A principios del siglo XIX, John B. Seely, un oficial británico destinado en Bombay, oyó hablar de las cuevas de Ellora y emprendió una expedición para conocerlas. Seely hizo una descripción detallada y entusiasta de todo lo que vio en su libro Maravillas de Ellora, y no exageraba. Las cuevas de Ellora eran una auténtica maravilla de la antigüedad. Eran un merecido Patrimonio de la Humanidad.

En las cuevas vivían muchos murciélagos, a diferencia de Ajanta. Estaban colgados del techo y sobrevolaban a nuestro paso. En la última cueva había una cascada que saltaba sobre el camino y caía en una poza circular.



domingo, 22 de octubre de 2006

BHUBANESWAR Y EL TEMPLO DEL SOL

En el estado indio de Orissa visitamos el llamado “Triángulo del Oro”, con tres lugares de peregrinación: Bhubaneswar, Konark y Puri. 

El Bindu Sagar era el estanque de las Gotas del Océano. Decían que contenía agua sagrada de todos los lagos y ríos de la India. El estanque era precioso porque toda la superficie del agua estaba cubierta por una capa de color verde intenso. Alrededor asomaban las torres de 54m de altura del templo Lingaraj Mandi. Lo rodeamos y vimos desde el exterior porque no se permitía la entrada a los no hindúes, como en Puri.Estaba dedicado a Thibhubaneswar, el Señor de los Tres Mundos, representado en un bloque central de granito. Diariamente lo mojaban con agua, leche y bhanj (marihuana).

Bhubaneswar era una ciudad histórica que había tenido más de mil templos, de los que se conservaban solo cincuenta. Era un ejemplo del florecimiento de la arquitectura religiosa durante la Edad Media. Era una mezcla de patrimonio hindú, budista y jainista.



El Templo del Sol de Konark, del s. XIII, era Patrimonio de la Humanidad. Tenía forma piramidal y la piedra oscurecida por las lluvias y el paso de ocho siglos. Los marineros lo veían desde el mar y lo conocían con el nombre "Pagoda Negra". 

La base del templo representaba el carro cósmico del dios Surya, el dios del sol, apoyado en 24 ruedas y arrastrado por 7 caballos. Las ruedas tenían más altura que una persona, y en los radios había pequeñas esculturas labradas. 


Todo el perímetro del templo tenía bajorrelieves labrados en la piedra y figuras de apsaras. Era la crónica de la vida de Kalinga, un relato de vida y amor con escenas eróticas. Comprobamos que había posturas y contactos de todo tipo, entre parejas y tríos. Un completo e imaginativo Kamasutra. 

En los laterales había estatuas de elefantes y caballos pisoteando soldados. Era un templo imponente, y no costaba imaginarlo en sus tiempos de esplendor.