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jueves, 10 de septiembre de 2015

MERCADOS FLOTANTES DE BANGLADESH


 

La llegada al mercado flotante de vegetales de Baithakhati fue espectacular. El río arrastraba verdes plantas acuáticas, entre las que se deslizaban las barcas. Era una escena ancestral, que transcurría como hacía siglos. El día estaba grisáceo y con neblina, y eso le añadía un aspecto más irreal. Nos vimos rodeados por grandes barcazas que exhibían en su fondo productos vegetales de todo tipo: calabazas, berenjenas coliflores, pepinos, tomates…Los barqueros eran hombres, no había ni una sola mujer, ni siquiera entre los compradores.






Vestían faldones, el casquete musulmán o pañuelos enrollados en la cabeza, y lucían largas barbas blancas o rojizas, teñidas de alheña. Estaban de pie sobre las cubiertas, manejando sus pértigas para desplazarse, y todos miraban fijamente en dirección a nuestra barca. Cruzaban las manos a la espalda y algunos sonreían. Uno más joven me hizo una foto con su móvil. Aproveché para hacer una serie de retratos de rostros musulmanes.




Las barcas estaban muy próximas y podía saltarse de una a otra. Una de las barcas vendía té y pastas tipo tortita con dulce de melaza. Mientras lo tomábamos nos hicieron unas cuantas fotografías. Éramos nosotros los observados. No había un solo turista y por la expectación que despertamos parecía que no se dejaban caer a menudo por allí. Estaban realmente sorprendidos.

Para redondear el día vimos el mercado de arroz de Banaripara, que era el que recomendaban las guías. Pero como el arroz estaba en sacos o en cestas no era tan vistoso y colorido como el mercado de vegetales.

Fue un privilegio y una sensación especial estar inmersos en medio del mercado flotante, como espectadores de su vida cotidiana.





© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

domingo, 4 de abril de 2010

EL TEMPLO SINTOISTA DE LA COLINA

 

 
El Fushimi-Inari Taisha era un fantástico santuario dedicado a Inari, el dios del arroz y el sake. El conjunto estaba formado por cinco santuarios que se extendían por la ladera de una colina boscosa. En los alrededores había docenas de zorros de piedra; el zorro era el mensajero de Inari, los japoneses lo consideran un animal sagrado, algo misterioso y capaz de poseer a los humanos. La llave que lleva en su boca simboliza la protección de los graneros de arroz.
Pero lo más impresionante era el sendero de 4 km. ascendiendo la colina, repleto de miles de grandes Toriis, las puertas sintoístas, pintadas de color naranja. Si la China era roja, Japón era predominantemente naranja, uno de mis colores favoritos. Las columnas de las toriis tenían inscripciones verticales en negro con caracteres japoneses. Las toriis estaban agrupadas y se interrumpían por tramos que permitían contemplar el bosque de altos árboles y musgo verde. Encontramos barrenderas con mascarillas, que mantenían limpio de hojarasca el sendero y hasta limpiaban el musgo de los laterales. Todo se cuidaba minuciosamente en Japón.

 



En una tetería del templo hicimos un merecido descanso y tomamos té con unas barritas crujientes de arroz. El arroz era un alimento básico, como en gran parte de Asia, y con él hacían pasteles, y gran variedad de productos, como el sake, el licor que se obtenía de arroz fermentado y ofrecían a los dioses.

Al salir de allí miré hacia atrás y pensé que las toriis estaban tan próximas entre sí que formaban un túnel lleno de belleza y misterio, un túnel que conducía a tiempos antiguos. Belleza y misterio, tradición y modernidad, eran buenas combinaciones para definir Japón.

 

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego