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domingo, 6 de noviembre de 2016

SOMBREROS DE KIRGUISTÁN





En Kirguistán los hombres usaban sombreros altos de fieltro blanco con cenefas en negro. Eran una especie de sombreros de copa, bastante peculiares.

Eran sombreros tradicionales, aunque había innovaciones más turísticas con los dibujos en color granate, o formas diferentes, como el que llevaba un niño. Los vendían en los bazares como el de la población de Osh, la mayor etapa de la Ruta de la Seda, una ciudad con 3000 años de historia y una atmósfera propia de Asia Central.





Los Kirguisos con los que nos cruzamos eran muy amistosos. Muchos preguntaban de dónde éramos, de “Hispania”, repetíamos. Y cuando les pedíamos una foto sonreían halagados y sorprendidos. Acababan dándonos las gracias a nosotros, “Rajmat”.

Encontramos una boda en Osh y el novio y alguno de sus invitados también lucían orgullosos su sombrero de fieltro blanco. Con sus rostros asiáticos de pómulos marcados, mezcla de mongoles y coreanos, no costaba imaginar el pasado de los antiguos mercaderes de la Ruta de la Seda, ataviados con aquellos sombreros ancestrales.


© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego

viernes, 16 de abril de 2010

UNA BODA SINTOISTA




 
En la isla de Mijayima no había maternidades ni cementerios, ya que estaba prohibido dar a luz o morir allí. No pude evitar pensar que eran curiosas prohibiciones. Tampoco se podían talar árboles y los ciervos, considerados animales sagrados, paseaban a sus anchas por la isla. Lo que no estaba prohibido eran las bodas. Tuvimos la suerte de encontrar la celebración de una boda sintoísta en el Santuario de Itsukushima. El sintoísmo es la religión originaria del Japón y venera a los kami, los espíritus de la naturaleza. Está considerada la segunda religión del país, después del Budismo. Aunque en realidad los japoneses practican un sincretismo, una simultaneidad de ambas religiones. Algo difícil de comprender para los occidentales creyentes que adoptan una sola religión.





El santuario era un templo atípico: estaba junto al mar y construido alrededor de un muelle, con pabellones pintados de naranja y blanco, llenos de incensarios de piedra y bronce verde. La novia vestía un kimono blanco nacarado con una capucha rígida muy abultada, de forma circular. Su cara asomaba diminuta de las formas de la capucha, como si fuera un pétalo de una flor extraña.

Tres sacerdotes y dos mujeres jóvenes con largas trenzas en la espalda, oficiaban la ceremonia. Los sacerdotes también tenían un curioso sombrero con forma de bombín. Tocaron música de flauta, ofrecieron a los novios un cuenco de té, el símbolo de lo que compartirían en el futuro, pronunciaron unas palabras y luego se sentaron en una mesa alargada con los padres de los novios. Después se retiraron a otros aposentos más privados.

La novia se sabía observada por unos extranjeros y no pudo evitar una tímida sonrisa ante nuestra curiosidad. Era la mirada de occidente sobre el misterio oriental.

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego