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domingo, 31 de agosto de 2014

LAS KORAS TIBETANAS

 
 

Andar tres pasos, arrodillarse, tumbarse y extender los brazos hasta tocar el suelo. Rezar. Levantarse. Andar tres pasos…y repetir todo el proceso durante horas, días, semanas o meses. Extenuador. Eso hacen los peregrinos tibetanos desde hace siglos. Piden por su familia, por su salud, por su país.

El circuito circular de peregrinación alrededor de un lugar sagrado recibe el nombre de kora. La kora purifica el karma. En la ciudad de Lhasa hay una kora alrededor del Palacio del Potala, y otra alrededor del templo de Johkang, el circuito Barkhor. En este último, los peregrinos se esforzaban en encontrar su espacio entre las piernas de la multitud que callejeaba.

 




Para amortiguar el roce continuo algunos usan una especie de petos o delantales de cuero grueso y manoplas. Unos van descalzos, a pesar del frío; otros usan colchonetas. El estado de desgaste de las colchonetas puede indicar la duración del peregrinaje. Muchos venían de lugares lejanos y sólo llevaban un pequeño morral con lo mínimo imprescindible para su viaje. Otra de las koras es alrededor de la montaña sagrada del Kailash, la más larga (de 52km) y la más dura de todas, pero que ofrecía a los fieles unas vistas espectaculares.

Me impresionó esa fe y la capacidad de sacrificio de esas gentes. Admiro esa fuerza que les mueve, hacia delante, hacia un futuro que desean sea mejor…





© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego



jueves, 26 de diciembre de 1996

LOS TEMPLOS DORADOS DE BAGAN


Un carromato de caballos nos llevó durante todo el día por los templos de Bagan. La otra opción era alquilar bicicletas y hacía mucho calor. La calesa nos protegió del fuerte sol. Parecía un carromato del oeste y traqueteaba un montón por los caminos de tierra rojiza.

Bagan era conocida como la ciudad de los mil templos. Fue capital de varios reinos de la antigua Birmania. En una gran explanada junto al río Ayeyarwady (antes llamado Irrawaddy) con más de 2000 templos y pagodas medievales, de los s.XI-XII. La Unesco los reconoció como Patrimonio de la Humanidad, aunque cuando fuimos todavía no lo eran. Una zona arqueológica fantástica.

















Primero fuimos a la Pagoda Shwezigon, la más reconocida y una de las más impresionantes. Era un conjunto de santuarios por los que perderse y pasear descalzos pisando las frescas losas. La stupa central tenía paneles con escenas de la vida de Buda, y en los laterales cuatro leones de oro custodiándola. 

Los templos más altos y prominentes de la explanada eran Thatbyinnyo Patho, con 61 m de altura y Hitlominlo Patho, con 46m de altura, y varias imágenes de Buda en su interior. Ananda Patho, era otro de los mejores y más conservado. Tenía dos pasillos cuadrados concéntricos con hornacinas, y en cada una de sus paredes cuatro Budas enormes. Sulami Patho tenía forma más piramidal, con frescos en su interior y a lo largo de todo el muro un Buda reclinado.




Subimos a varias terrazas de los templos para contemplar las vistas. Dhammayangyi Patho tenía varias terrazas superpuestas en forma piramidal, subimos a su terraza superior por unos estrechos pasadizos, con escalones verticales que casi no permitían apoyar la planta del pie ni de lado. Desde la terraza del Mingalazedi, cerca del río, vimos otra panorámica.

Y finalmente en el Shibinthalyaung, encontramos otro Buda reclinado de 18m de largo. Desde la cima contemplamos toda la explanada salpicada de templos. Todos eran parecidos y ninguno era igual. Algunos eran de piedra rojiza y otros de un blanco deteriorado por las lluvias y el paso del templo. Acabamos el día en este último templo contemplando la anaranjada puesta de sol.






 



jueves, 5 de diciembre de 1996

EL MONASTERIO DEL LAGO Y LA ESCUELA


















En el centro del lago Inle había una isla donde estaba el Monasterio Nga Pha Kyaung, construido en madera sobre pilotes, tipo palafito. En su sala principal había una colección de imágenes de Buda de estilo san, tibetano y bagan. Hablamos con el abad, que nos pareció muy joven para su cargo; nos explicó que había pasado un examen para serlo. Estaba pintando una mandala en una pizarra en el suelo. Tenía todos los botes de pintura por el suelo, y se inclinaba a dibujar mientras le observaba uno de los monjes. Nos mostró la biblioteca, con alguno de los libros sagrados del monasterio. Las tapas de los libros eran de madera de teca, con los bonitos caracteres birmanos redondeados. 

Había varios gatos por allí y los monjes les habían enseñado a saltar por el aro. Ya se conocía como el monasterio de los gatos saltadores. Nos hicieron una demostración en un rincón, donde se colaban los rayos del sol.

En el monasterio vivían sólo cinco monjes, en la época que fuimos. Nos invitaron a tomar té y nos enseñaron sus habitaciones, con vistas al lago. Tenían cortinillas naranjas en las ventanas y almanaques con paisajes de otros países en las paredes. Como mobiliario, camas con dosel y mosquiteras, y un armario donde guardaban los libros. Una pasarela de madera sobre pilotes en el lago comunicaba con otras habitaciones. Allí tenían unas hamacas donde nos tendimos a tomar el sol, charlar con los monjes y disfrutar de la paz del monasterio del lago.



En otro monasterio encontramos una escuelita de monjes. Los pequeños monjes vestían sus túnicas granates y azafrán, con el brazo al descubierto. Los estudiantes escribían aplicadamente en sus pizarras negras, en sentido vertical. Un maestro tenía a su alumno abrazado por detrás, mientras le enseñaba la escritura. Alteramos un poco el orden de su clase. Una escena inolvidable.