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viernes, 23 de febrero de 2024

EL PARQUE NACIONAL BANC D'ARGUIN

El Parque Nacional d'Arguin era una franja costera de gran biodiversidad, con aves migratorias que fijaban su residencia en sus aguas ricas en peces, en los meses de invierno. Era uno de los mejores bancos pesqueros del mundo y zonas de gran interés ornitológico, según leímos. Podían verse bandadas de pelícanos, entre otras especies. Además era el tercer Patrimonio de la Humanidad en Mauritania.



Nos alojamos en el campamento de Arkeiss, con tiendas de lona blanca, con dibujos de la media luna. Muy bonitas, pero por la noche siguió el viento y hacía un frío que pelaba. Caminamos por la playa y vimos las huellas de las aves en la arena. Era un paisaje muy desolado, parecía el fin del mundo.

Fuimos al pueblo de pescadores de Iwik. Era muy modesto, con barracas de construcción precaria. Las embarcaciones tradicionales de vela latina estaban ancladas cerca de la orilla. Podían alquilarse por unas horas para ir a la isla de Tidra y otros islotes. Pero con el viento y la escasez de aves, no era el día adecuado y no lo hicimos.

Luego fuimos a Tessot y tampoco encontramos aves. Iwik fue el lugar donde vimos más aves agrupadas. Pero ni rastro de pelícanos, volaron. Recordamos las grandes bandadas de pelícanos del Parque Nacional Djoud, que visitamos en este mismo viaje y fue una maravilla.



El primer día la visibilidad era muy mala, parecía que había polvo y arena del desierto en suspensión, todo estaba teñido de un color amarillento y ocre que enturbiaba el paisaje. Eran unos colores extraños, bastante irreales. El Índice de calidad del aire (ICA) era de 101, cuando lo aconsejable era por debajo de 50. 

El segundo día mejoró, pero entre el viento, que ahuyentó a las aves, la mala visibilidad y que hacemos fotos con el movil y no tiene mucho aumento, el Parque Nacional d'Arguin nos decepcionó.


 

sábado, 17 de febrero de 2024

EL DESIERTO DEL SÁHARA MAURITANO


En el viaje por Mauritania contratamos una excursión por el Desierto del Sáhara. Las Dunas de Azougua, en el Oasis Amatlich, eran las más altas y espectaculares. Una pared frontal de 205m de altura y a sus pies las palmeras del oasis.

En ruta hicimos un picnic bajo la sombra escasa de un arbolillo. Nuestro guía, Cheikh, preparó una ensalada de atún, huevo duro, patata, tomate, pepino y olivas, de lo más refrescante. Y tomamos los tres tés de rigor, con menta y muy endulzados. Lo preparaban escanciándolos de un vaso a otro varias veces, para conseguir la mousse, la espuma que les encantaba. 


Llegamos al atardecer y nos alojamos en una tienda de lona blanca frente a las dunas. Tras tomar té y dátiles nos animamos a subir a la Gran Duna. Subimos en zig zag. Paramos a tramos, contemplando las vistas del oasis y nuestra tienda a lo lejos, diminuta. Al final conseguimos llegar a la cresta de la duna. Las vistas eran impresionantes, y la arena se tiñó de tonos anaranjados. El viento dibujaba ondulaciones en la superficie de la arens. Quedaron nuestras huellas. 


Otro día vimos el monolito de Ben Amera, una montaña rocosa impresionante, de paredes muy lisas. Caminamos a su alrededor, el perímetro era muy grande. Cerca estaba la montaña Aicha, más redondeada y pequeña. Decía la leyenda que Ben Amera era el hombre y Aicha su mujer. Se pelearon y acabaron separados.

En los alrededores había grandes rocas en las que habían grabado dibujos artísticos, como un bisonte con cuernos. Una curiosidad.




Montamos el campamento a los pies de Ben Amera. Armaron una tienda con cuatro palos en las esquinas, un palo más alto central y colocaron la lona blanca. Era una tienda grande y se podía estar de pie. El paisaje era muy bonito, de dunas anaranjadas con arbolillos.

Por la noche el firmamento brillaba y se podía distinguir Orión.




En ruta encontramos camellos y campamentos nómadas de beduinos. Las mujeres extendían su artesanía sobre pañuelos coloridos.



En Choum vimos pasar el Tren del Hierro que venía de Zuérate hacia Nuabidu. Transportaba mineral de hierro para su exportación. Tenía 250 vagones de carga y solo uno de pasajeros. Recorría 700km en un trayecto de 18-20 horas. 

Algunos viajeros decidían hacer el recorrido sobre los vagones, a la intemperie. El horario de salida era incierto y variable, a veces de madrugada, pasaban frío y acababan tiznados. Optamos por no hacerlo. Tal vez en otra rencarnación.



miércoles, 14 de febrero de 2024

EL OASIS DE TERJIT

Una de las primeras etapas en el viaje por Mauritania fue el oasis de Terjit. Llegamos desde Atar, a solo 45km, en un trayecto de una hora en transporte público, en las furgonetas de 14 plazas.

El oasis estaba ubicado en lo que llamaban un wadi, el cauce seco de un río, y encajado entre imponentes montañas de arenisca. Tenía manantiales naturales y su palmeral ofrecía sombra fresca. Durante siglos las caravanas que viajaban por la ruta transahariana lo utilizaban como lugar de descanso. 


Nos alojamos en el Chez Jemal, un campamento con las mejores vistas del valle y sus montañas. Tenía varias tiendas entre palmeras, y una pequeña piscina, tipo balsa, donde nos refrescamos del calor del día, con temperatura de 38°. El baño fue una delicia.


Tras el baño fuimos a caminar por el oasis. Entramos por un sendero sombreado entre altas palmeras. Se oía el rumor del agua. De la roca brotaba un manantial que desembocaba en varias pozas. Nos bañamos en ellas, aunque tenían poca agua.



En la pared rocosa el agua había formado gruesas estalactitas que goteaban sin cesar. Nos instalamos en las colchonetas de una jaima junto al manantial. Allí reposamos, escribimos, sesteamos, y tomamos dátiles y té al estilo mauritano, azucarado y con menta. Fue una delicia el día en el oasis 


sábado, 19 de agosto de 2017

EL PARQUE NACIONAL LOPÉ

En la estación Owendo de Libreville cogimos un tren nocturno hasta Lopé, un trayecto de seis horas. Llegamos de madrugada y nos dijeron que tuvimos suerte porque a veces había retrasos de horas porque se daba prioridad al tren que transportaba manganeso. Gabón era el primer productor mundial de manganeso. Era el inconveniente de tener tramos ferroviarios de una sola vía.

Nos alojamos en el Hotel Lopé con tres pabellones de cañizo y tejados triangulares, y habitaciones dispuestas alrededor de un jardín. El pueblo de Lopé parecía el viejo oeste americano, con anchas calles arenosas y polvorientas, con casitas de tablones de madera como pequeños ranchos con porche, muy dispersas. Muchas eran pequeños colmados que vendían un poco de todo: pasta, galletas, bombillas, artículos de higiene, latas de carne y sardinas, entre otras cosas.




El Parque Nacional Lopé era Patrimonio de la Humanidad. Contratamos un safari de caminata por la sabana y una excursión de dos días por el parque. Fuimos en un jeep abierto. Entramos en una zona de sabana con hierba alta amarilla. La pista tenía baches y estaba hundida por las ruedas y las lluvias, íbamos dando botes. El primer encuentro fue con una manada de búfalos, con sus crías. Se quedaron mirándonos fijamente unos momentos y corretearon un poco. Los seguimos hasta que volvieron a parar, varias veces. Tenían cuernos pequeños y unos pájaros sobre el lomo, descansando plácidamente.

Luego vimos una familia de elefantes. La hembra paseaba con su cría. El macho tenía la piel con manchas de barro. Estuvimos un buen rato observándolos. Movían sus orejas y comían brotes verdes con la trompa, indiferentes a nuestra presencia.









Para la excursión de dos días fuimos en un Toyota. Nuestro guía se llamaba Saturno, como el planeta. Fuimos por una pista roja con selva a ambos lados, hasta llegar al campamento Mikongo. Tenía bungalows de madera, rodeados de bosque selvático. 

Desde allí emprendimos una marcha a pie. Seguimos un sendero de hojarasca y raíces, paralelo al río. Luego nos desviamos. Los árboles eran altísimos y las copas formaban una verde bóveda sobre nosotros. Había gigantescas ceibas, con la base del tronco triangular. Algunos troncos estaban forrados de plantas trepadoras y tenían largas lianas que buscaban la humedad del suelo. Había un olor dulzón de putrefacción de las hojas del suelo. Oíamos cantos de pájaros tropicales y el silencio roto por el crujir de nuestros pasos. Saturno iba cortando las ramas que cerraban el camino.


Vimos unos monos de larga cola en lo alto de los árboles, saltando de rama en rama. Queríamos ver gorilas y un momento emocionante fue cuando encontramos excrementos frescos de gorila y Saturno los examinó. El silencio se hizo más profundo y todos miramos a nuestro alrededor. Estábamos atentos a cualquier movimiento de las ramas y la hojarasca. Pero ningún gorila apareció, tal vez nos espiaran desde la espesura. Seguimos la marcha y en un claro de la selva hicimos un pequeño picnic. Por la tarde tuvimos nuestra recompensa. De repente Saturno se paró, nos quedamos inmóviles y señaló un árbol. Se movieron las ramas y vimos descender una masa negra, emitiendo algún gruñido de aviso. Dijo que era la hembra. De otro árbol cercano descendió por el tronco el gorila macho. A este lo vimos mejor, pero fue muy rápido. Huyeron por tierra en la espesura del bosque.

 

Nos sorprendió que los gorilas estuvieran en los árboles; solo subían para comer brotes, solían caminar por tierra. Con su peso de más de 100kg rompían las ramas. Habíamos visto gorilas en su hábitat, pero había sido una visión demasiado rápida y fugaz. La naturaleza tenía sus propias leyes. Tras seis horas de marcha regresamos al campamento Mikongo y nos dimos un baño en un recodo del río. En el campamento no había electricidad ni agua corriente. Cenamos pollo con arroz y verduras, a la luz de las velas. Y dormimos muy bien en las cabañas en el corazón de la selva gabonesa.