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martes, 14 de mayo de 2019

EL ENCANTO ALBANÉS DE GJIROKASTRA




Para llegar a Gjirokastra desde Korça, atravesamos las montañas Gremaz, bonitos paisajes alpinos con bosques y puertos de montaña a 1759m., por una carretera de curvas. Luego descendimos al valle Vjose hasta Permeti, pasando por la garganta del río Vjose, de aguas verde claro. Gjirokastra (o Gjirokaster) era un pueblo con encanto Patrimonio de la Humanidad, con antiguas casas otomanas del s.XI, de madera y piedra blanca, con techos de piedras planas apiladas y calles empedradas. Las casas-torre tenían de tres a cuatro plantas y se llamaban kules, de origen turco y típicas de los Balcanes. La base era alta, con planta baja para el invierno y segunda planta para verano, balcones y múltiples ventanas interiores decoradas con motivos florales. El nombre de Gjirokastra en griego significa “castillo de plata”. Fue cuna del escritor Ismail Kadaré y del dictador Enver Hoxha.




Nos alojamos en una preciosa y acogedora casa medieval, con vistas a la montaña y terraza con panorámica de la ciudad. La habitación era enorme, con chimenea, hornacinas en la pared, kilims colorido, techos de madera y asientos otomanos con cojines bajo las ventanas para sentarse a leer. Salimos a callejear y subimos al Castillo del s.XV. Se utilizó como prisión, luego lo ocuparon los nazis y posteriormente los comunistas. El interior estaba muy bien conservado, con altísimos arcos. En una de las galerías exhibían 22 cañones a cada lado. En el patio de la Fortaleza había un avión americano que aterrizó en Tirana en la época comunista. Dentro del recinto estaba el Museo de Armamento y el de Historia. El museo de Historia nos gustó más, con trajes antiguos y detalles sobre el país. Había una zona dedicada a las prisiones de la época comunista, mostrando las celdas o mazmorras en los largos y laberínticos pasillos. Era sobrecogedor imaginar el frío y las penurias a las que estuvieron sometidos.





Había varias casas museo. La Skendeli House del s.XVIII, tenía numerosas habitaciones, 64 ventanas, 40 puertas, 9 chimeneas, 5 hammams y pasadizos secretos. La habitación más grande era la de los huéspedes y ceremonias como la pedida de mano, con divanes laterales y chimenea decorada con pinturas florales y granadas, el símbolo de la fertilidad y la prosperidad. Todo esto nos lo explicó el dueño de la casa, que vivió treinta años allí con su familia. Los comunistas le expropiaron la casa y en el 91 se la devolvieron.


El Museo Etnográfico estaba ubicado en otra casa histórica de 1870. Había sido propiedad de una familia de mercaderes y después la casa de Hoxha. Tenía 40 habitaciones, 34 puertas y 50 ventanas. Estaba muy decorada y con detalles como la cocina con sus cacharros, piedras de moler, cunas, kilims, chimeneas adornadas con telas de puntillas, baúles.



La tercera casa museo fue la Zekate House, de 1811. Era la más grande, inmensa con sus cuatro pisos. Fue un regalo del emir turco Alí Pasha a la familia Zeko, que todavía vivía allí, en una construcción de piedra anexa. También tenía grandes habitaciones con muchas ventanas con visillos blancos y divanes para hombres y mujeres, con multitud de alfombras de colores. Además, visitamos la casa del escritor Ismail Kadaré que tuvo que exiliarse a París. La habían restaurado en estilo moderno y estaba dedicada a su obra.


Callejear por la medieval Gjirokastra descubriendo sus casas y rincones fue un auténtico placer y una forma de adentrarnos en la historia de Albania.



© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego
   Texto y fotos

jueves, 31 de mayo de 2007

BULGARIA: UNA NOCHE EN EL MONASTERIO DE RILA


 
La primera noche en Bulgaria la pasamos en el impresionante Monasterio de Rila. Un autobús nos había llevado desde Sofía, la capital, a Blageovgrov. Allí cogimos un taxi hasta el monasterio. El trayecto duró dos horas, atravesando verdes montañas con niebla en las cimas. En alguna de las cumbres vimos nieve. Nos recibieron unos monjes ortodoxos, totalmente vestidos de negro, con faldones largos y un birrete en la cabeza. En el monasterio había trescientas celdas para monjes e invitados. Y éramos los únicos viajeros que nos alojamos en una de ellas. Espartana es el adjetivo más adecuado para describir la sencilla celda, con dos camas, una mesa, un armario y lavabo. Pero con las mejores vistas a las montañas y las cúpulas de la Iglesia de la Natividad.




Por la noche iluminaron los pasillos con arcos donde estaban las celdas. Lo único que rompía el silencio era la fuerte corriente de agua del río cercano. En el mes de mayo dormimos con pijama y dos mantas; se notaba que estábamos a 1.147m. de altura.
El Monasterio de Rila tenía cinco pisos y era un gran conjunto de cúpulas, claustros, arcos, balcones porticados y un  laberinto de escalinatas. Era del s.X, reconstruido en los s.XIII-XIV y completado en el s.XIX. Todo en piedra y madera. Se merecía la categoría de Patrimonio de la Humanidad.



A las 6.30h. estábamos en la Iglesia del monasterio escuchando los cánticos de los monjes. Impresionaba su atuendo negro y el revoloteo de sus faldas cuando se movían. Había un grupo de monjes, una pareja de ancianos cuidadores, un monaguillo joven y nosotros. Uno de los monjes tenía una melena leonina rizada y canosa, y larga barba. La anciana encendía las velas de los altos candelabros, y barría los alrededores, arrancando los trozos de cera del suelo. La Iglesia estaba repleta de coloridos iconos y pinturas murales. Durante la oración los monjes retiraron un manto y apareció un ataúd de madera que abrieron con llave. Todos se fueron acercando uno a uno, santiguándose ante la tumba., Luego la cerraron, lo cubrieron con el manto y continuaron con sus cánticos. A saber qué reliquias guardarían ahí. Procuramos ser discretos y permanecimos sentados en las sillas del coro. Y desde aquellos asientos centenarios contemplamos aquella escena repetida en el tiempo desde tiempos inmemoriales.




 
© Copyright 2007 Nuria Millet Gallego