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domingo, 7 de febrero de 2021

EL TEMPLO DE LOS PINÁCULOS



 















Desde Jeonju fuimos en bus a Jinan, y allí cogimos un taxi hasta el  Parque Maisan.  Era boscoso y muy agradable para caminar con pasarelas de madera y escaleras. Llegamos a un lago rodeado de macizos de flores rojas. Tenía un kiosko acristalado que ofrecía servicio de bar, y barcas en forma de cisne.

En el Parque Maisan estaba el curioso Templo Tap Sa. Tenía 80 pináculos de piedras apiladas por el místico budista Yi Kapmyong, que vivió entre 1860 y 1957.  Los altos pináculos salpicaban la montaña formando un conjunto bastante surrealista. Sus diferentes niveles estaban comunicados por escalones de piedra, con templos y Budas alrededor. El Budismo es la segunda religión que se profesa en Corea del Sur, después del cristianismo. Los devotos coreanos peregrinaban en el laberinto de pináculos y hacían sus ofrendas. Un bonito entorno y un lugar especial.






































© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego


domingo, 31 de agosto de 2014

RETRATOS DEL TIBET

 

 

Siempre me han gustado los retratos de gente, porque dicen mucho sobre el lugar y sobre la vida. Los rostros de los tibetanos tenían la piel curtida por el sol, rasgos de pómulos marcados y ojos rasgados.

Encontramos a la anciana por las calles de Shigatse, a unos 247 km. de Lhasa. Le sorprendió que una occidental mostrara interés por ella. La fotografié con su sonrisa pícara y cómplice, y me dijo por gestos que fotografiara también su calzado nuevo. Eran los botines de lana que fabrican los monjes del Monasterio de Tashilumpo. Su rostro estaba surcado de arrugas, pero mantenía los pómulos tersos y la sonrisa joven.

La niña de las trenzas llevaba a su hermano a la espalda, entre juegos. También se sorprendió al vernos. Tenía la expresión seria y las mejillas coloreadas por el frío tibetano.


 
El monje vestía la túnica granate de los monjes tibetanos, con el hombro al descubierto, pese al fresco del ambiente. En otros países budistas del sudeste asiático la túnica es de color naranja azafrán, en todas sus tonalidades. Descansaba junto a un árbol en una de las plazoletas de su monasterio. No le molestó que le hiciera la foto, tal vez porque percibió mi curiosidad respetuosa.


 

 
El personaje flaco del sombrero y barba canosa era un peregrino tibetano, con cierto aire hippy y bohemio. Llevaba pendientes de turquesa, la piedra autóctona de Tibet, y coral. Deambulaba entre los monjes con un morral cargado de quién sabe qué. Me quedé con las ganas de mantener una conversación con él, qué edad tenía, qué hacía en la vida, hacia dónde iba. Pero él intuyó todas mis preguntas no formuladas, y me regaló otra sonrisa.

Todos ellos, y muchos otros, formaron parte de mi viaje a Tibet.


© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego