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domingo, 7 de marzo de 2021

LA DANZA DE LOS DERVICHES







Los derviches se reunían cada viernes en un cementerio de Jartum. Fuimos al atardecer. El cementerio tenía pequeñas lápidas de piedra con inscripciones árabes, algunas pintadas de verde claro. Al fondo oímos cánticos. Eran un grupo numeroso entre los que tocaban unos panderos y cantaban, los que bailaban y los espectadores. Estaban junto a dos bonitos templos verdes con cúpulas. Los hombres vestían sus largas túnicas blancas y turbantes o casquetes musulmanes. Nos unimos al grupo y contemplamos extasiados la ceremonia. Parecía festiva, pero tenía sentido religioso, sin ser solemne. Decían que cuando llevaban horas cantando y bailando era cuando entraban en trance y giraban.

Los derviches eran un grupo religioso musulmán sufí, de carácter ascético o místico, con origen en el s.XII. En Turquía habíamos tenido oportunidad de ver a los derviches giróvaros, que giraban sobre si mismos con sus faldas al vuelo.



Además de los derviches había un par de santones con rastas y ropajes verdes, niños y un grupo de mujeres con velos de colores. Las mujeres ululaban de vez en cuando, animando los cánticos. Los espectadores se balanceaban al ritmo. Una mujer mayor salió al centro del corro bailando rítmicamente y poniendo los ojos en blanco. Otros hombres bailaban sonriendo, levantando los brazos, les ponían billetes bajo el turbante y bailaban sin que se les cayeran. Estuvimos absortos contemplando la ceremonia, entre la muchedumbre. Fue nuestra despedida del viaje por Sudán.





 



jueves, 7 de enero de 2016

LA DANZA DEL ZANGBETO




El Grand Popó, la población costera de Benín, estaba de fiesta. Eran las celebraciones previas al 10 de enero, el día del Vudú, y nos dijeron que era posible ver una ceremonia de vudú.
En la plaza había cuatro armazones de paja de colores de forma cónica, como pajares, de los que colgaban fetiches varios. Eran los llamados Zangbetos, los guardianes de la noche tradicionales del vudú en Benín y Togo, en la religión yoruba. Estaban coronados por altares de figuras humanas o animales (un elefante verde frente a otro amarillo). Un hombre esparció alrededor de ellos y de toda la plaza un polvo amarillo, que era harina con aceite de palma, bendiciendo el entorno. Otros hombres bebían y expulsaban el líquido sobre los armazones cónicos de paja.



Un grupo de músicos, tres tambores y varios metales tipo cencerros, animaban el ambiente. Era un sonido rítmico que contagiaba las ganas de bailar. Empezaron bailando los niños del pueblo y luego se unieron las mujeres. Movían hombros y pechos hacia atrás y delante, y doblaban las rodillas sacando el cuelo y meneándose. Todo un espectáculo. De repente se oyeron voces desde el interior de uno de los armazones de paja. Llevábamos una hora allí y no habíamos visto a nadie introduciéndose bajo los pajares. Entonces empezaron a moverse y girar. Giraban con vueltas cada vez más rápidas, como los derviches giradores de Turquía.



Nos explicaron que era la danza de los Zangbeto y los espíritus eran los que movían los armazones. Con la música rítmica de fondo giraban a velocidad creciente levantado el polvo en la plaza. Sólo los iniciados o asistentes, llamados kregbetos, podían tocar los Zangbetos. Eran un grupo de cuatro o cinco hombres, , corrían a su alrededor y parecían jugar con ellos. El ambiente no era solemne, nos hacían reír con las paradas bruscas, era una festividad para el pueblo.




El momento cumbre llegó con la demostración final. El Zangbeto estaba bailando y girando, de repente se paró en seco y uno de los asistentes levantó el armazón. Lo sorprendente fue que no había nadie dentro. No había manera de que hubiera salido una persona sin verla, ni tampoco parecía que podían esconderse entre la paja. Estábamos a pocos metros y nos quedamos atónitos. Eran los espíritus los que movían el Zangbeto.






© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego