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jueves, 17 de agosto de 2017

LAMBARÉNÉ

 

La pequeña población de Lambaréné en Gabón, estaba en una isla en medio del río Ougué. La formaban tres partes diferenciadas: la isla central Ile Lambaréné, la orilla izquierda (Rive Gauche) y la orilla derecha (Rive Droite). Estaban unidas por dos grandes puentes y conectadas con piraguas que hacían el trayecto. Las orillas del río Ougué tenían una vegetación selvática. Eran auténticos muros de verdor, un denso entramado de árboles con los troncos envueltos en verde hojarasca. 

En la Rive Gauche estaba el Hospital Albert Schweitzer’s, dedicado a la investigación de la malaria y la tuberculosis. Fue fundado por el médico suizo en 1913, y trabajó en él hasta su fallecimiento en 1965. Era una figura querida y respetada en Gabón, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1952. El hospital era un gran recinto junto al río con numerosos pabellones de madera blanca entre jardines. Estaba diseñado como un pequeño pueblo, donde las familias de los enfermos se instalaban en aquella época, y convivían incluso meses. Algunos pagaban la estancia con trabajos de mantenimiento, cocina, ayuda a los pacientes, jardinería o cualquier tipo de colaboración, 



El pabellón del Museo mostraba fotos antiguas del doctor Schweitzer con sus enfermeras, pacientes y ayudantes en diferentes épocas. También durante la construcción y mejoras del hospital. Su habitación tenía un piano y estaba repleta de libros, microscopios, un escritorio en el que había una Biblia (él era protestante), varias fundas de gafas y objetos cotidianos. Se conservaba el antiguo hospital con la sala de examen con camilla, de radiología, de partos, nursery con cunas, el quirófano y la farmacia con sus botes de cristal.  


Era un lugar histórico y con encanto. Nos alojamos en las habitaciones del recinto, coquetas y económicas, por solo 20 euros. Eran de estilo colonial con cama con dosel y mosquitera, butacones con cojines, ventilador, suelos de madera oscura y paredes de tablones blancos, con porche. Un tranquilo rincón  en medio de la selva que transmitía paz.



Hicimos una excursión en piragua durante cinco horas. De vez en cuando asomaba el tejadillo de alguna cabaña y nos cruzábamos con alguna piragua de remo o de motor, cargada con sacos y mercancías. Fuimos a una misión protestante semi abandonada, donde todavía vivían treinta personas. Quedaban las casas de ladrillo ocre, de buena construcción y en buen estado. Conocimos a varias mujeres de la familia Pasteur. La zona estaba ajardinada y era un recinto muy agradable. Lo que daba pena era la escuela y el hospital, abandonados desde que murió el último misionero que se ocupaba de la misión. La escuela conservaba los pupitres y las pizarras con escritos de tiza. La Iglesia de la misión estaba en perfecto estado, pero el hospital estaba completamente vacío, y aunque la estructura estaba bien, algunos pájaros habían construido nidos en las habitaciones. 




Tras visitar la misión fuimos a una zona del río donde estaban los hipopótamos. Oímos sus resoplidos y vimos como expulsaban el agua como un surtidor. Asomaban los ojos y las orejas rosadas sobre la superficie del agua, y sacaban la cabeza en breves momentos. Navegamos por el Lago Onagwe, donde el río se abría y contemplamos una enorme superficie de agua. Nuestra barca era diminuta en aquella inmensidad. 





martes, 4 de agosto de 2015

EL DELTA DEL OKAVANGO (2). RESERVA MOREMI

El segundo día en el Delta del Okavango contratamos una excursión a la Reserva Moremi. Leímos que la Reserva reunía la mayor concentración de vida salvaje del continente.

Fuimos en un jeep con asientos traseros abiertos, por pistas arenosas. En dos horas llegamos a la puerta sur de la Reserva. Allí nos registramos y desayunamos. Nada más entrar nos recibieron varios grupos de diferentes especies de antílopes: impalas, kudus, Steinbock y Tsessebe. Había antílopes con cuernos y sin ellos, con cuernos cortos y largos, negros a anillados blancos y negros. 




En seguida vimos elefantes cogiendo hojas de las ramas con su trompa y arrancando ramas enteras. También se frotaban contra los troncos y llegaban a partirlos. Eran unos destructores de árboles, pero muy bellos. Podían comer unos 300kg y bebían 160 litros de agua diarios. Cada trago con la trompa eran unos 9 litros. 


Encontramos grupos numerosos de jirafas, algunos de treinta ejemplares, con su bonita piel reticulada También vimos ñús, hipopótamos en tierra con pájaros sobre el lomo, hipopótamos en el agua sumergidos, cebras, facoceros y serpientes, las águilas eran sus depredadores. Las mangostas correteaban y comían insectos.






El jeep se metió por las pistas de la sabana, por una zona de hierba alta amarilla, territorio de los leones. De repente paró y el guía señaló una mancha marrón a lo lejos. No veía nada, pero entonces se movió. Nos aproximamos más y distinguimos una leona merodeando arriba y abajo. Y entonces sucedió la gran sorpresa: tras un termitero blanco asomó la cabeza de un león con su melena. Nos aproximamos a pocos metros del termitero, y entonces el león se levantó, imponente. Fueron unos momentos inquietantes. El león nos miró y me sentí desprotegida con los asientos abiertos del jeep. Dos zancadas y llegaba hasta nosotros. Pero decidió ignorarnos y retrocedió marchándose. Impresionante.



Comimos en la Laguna Xini, un marco inmejorable. Nos sentamos en el tronco de un árbol a contemplar la laguna y aparecieron antílopes, ñus, jirafas y elefantes simultáneamente. Nos recordó a la laguna del Parque Nacional Etosha, en Namibia. Las jirafas abrían sus patas delanteras en triángulo para poder llegar al agua a beber. Se acercaban a la orilla lentamente y con cautela, vigilantes.

Había un grupo de elefantes bañándose. bebiendo y echándose barro con la trompa para refrescarse. Uno de ellos amenazó a una jirafa, que acabó por irse, pero con paso lento, con dignidad. Luego los elefantes desfilaron en hilera con sus crías pequeñas junto a la orilla, ondulando sus trompas, y se perdieron en la sabana. Fue emocionante y todo un privilegio ver la fauna salvaje en su hábitat natural y contemplar la naturaleza del entorno.




jueves, 6 de junio de 2013

SEÑALES VIAJERAS DE SUDÁFRICA




 
El cartel advertía tener cuidado con los con los cocodrilos y los hipopótamos, otros avisaban de la presencia de cocodrilos, hipopótamos y tiburones (¡) y de no tirar comida al agua. Estábamos en el Parque de los Pantanos de Santa Lucía, en Sudáfrica. Decían que por las tranquilas calles del pueblo de Santa Lucía podías encontrar un hipopótamo paseando y que no eran precisamente amistosos. Nosotros no encontramos ninguno, pero oímos sus bramidos.


 
El parque estaba considerado Patrimonio Mundial y tenía 200km2. Tenía el Océano Índico a un lado y varios lagos al otro. El lago de Santa Lucía que le daba nombre era el estuario más extenso de África, con cinco ecosistemas diferentes: desde arrecifes y playas, hasta lagos, pantanos y bosques de interior y costeros. Su fauna abarcaba desde hipopótamos hasta cebras.


 
Encontramos otras señales curiosas, pero la que superaba a todas era la que advertía del peligro de topar con elefantes, rinocerontes, leopardos, búfalos o leones, que vimos el el Parque Nacional Kruger, la joya de Sudáfrica, una franja de 65km. de ancho por 350km. de largo, en el que había la mayor abundancia de animales. Los vimos a todos ellos, menos al rey. Disfrutar de la vida animal en su entorno fue muy especial. Pero la señal también fue un buen detalle para el recuerdo.
 
© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego

martes, 4 de junio de 2013

EL BESO DEL HIPOPÓTAMO






Imaginar dos hipopótamos frente a frente. Se rozan, abren sus bocas, parece que se besan. Pero en realidad se están retando, se enfrentan, o juegan, quien sabe. Sus bramidos pueden expresar ambas situaciones. Enseñan sus colmillos amarillentos. Tal vez es una rivalidad por una hembra. Y nosotros somos los espectadores curiosos.





Desde el barco que partía del embarcadero de Santa Lucía, los contemplamos. Estábamos en el Parque de los Pantanos Santa Lucía en Sudáfrica, considerado Patrimonio de la Humanidad. En las orillas había grupos de hipopótamos con sus crías, tomando el sol y descansando. Tenían aspecto de elefantes y eran pesados y lentos, aunque leímos que podían correr. Su piel parecía lisa y áspera, aunque era suave. Podían pesar entre 1,5 y 3 toneladas, y pese a su apariencia imponente y fiera eran herbívoros.





Abrían sus grandes y rosadas bocas uno frente al toro, y se sumergían con un bramido curioso, como un fuerte croar de ranas. Más allá encontramos un grupo de veinte hipopótamos medio sumergidos. Estábamos muy cerca, con el motor detenido, y se distinguían sus ojos saltones con la piel más rosada alrededor y las orejas. Dejaban asomar el lomo grisáceo por encima de la superficie del agua, y nadaban. Estaban bastante activos. Algunos tenían crías pequeñas a su lado y se mostraban protectores. Nos dejaron observarles un buen rato y después caminaron lentamente hacia el interior, a resguardarse de las miradas ajenas.

 

© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego