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domingo, 7 de marzo de 2021

LA DANZA DE LOS DERVICHES







Los derviches se reunían cada viernes en un cementerio de Jartum. Fuimos al atardecer. El cementerio tenía pequeñas lápidas de piedra con inscripciones árabes, algunas pintadas de verde claro. Al fondo oímos cánticos. Eran un grupo numeroso entre los que tocaban unos panderos y cantaban, los que bailaban y los espectadores. Estaban junto a dos bonitos templos verdes con cúpulas. Los hombres vestían sus largas túnicas blancas y turbantes o casquetes musulmanes. Nos unimos al grupo y contemplamos extasiados la ceremonia. Parecía festiva, pero tenía sentido religioso, sin ser solemne. Decían que cuando llevaban horas cantando y bailando era cuando entraban en trance y giraban.

Los derviches eran un grupo religioso musulmán sufí, de carácter ascético o místico, con origen en el s.XII. En Turquía habíamos tenido oportunidad de ver a los derviches giróvaros, que giraban sobre si mismos con sus faldas al vuelo.



Además de los derviches había un par de santones con rastas y ropajes verdes, niños y un grupo de mujeres con velos de colores. Las mujeres ululaban de vez en cuando, animando los cánticos. Los espectadores se balanceaban al ritmo. Una mujer mayor salió al centro del corro bailando rítmicamente y poniendo los ojos en blanco. Otros hombres bailaban sonriendo, levantando los brazos, les ponían billetes bajo el turbante y bailaban sin que se les cayeran. Estuvimos absortos contemplando la ceremonia, entre la muchedumbre. Fue nuestra despedida del viaje por Sudán.





 



sábado, 19 de octubre de 2019

EL NIDO DEL TIGRE

Una de las atracciones del viaje por Bután era el Monasterio Taktsang, conocido como Tiger’s Nest. Decían que el gurú Rimpoche llego allí en la espalda de un tigre y meditó en el monasterio. La estructura principal era de 1692, pero sufríó graves daños en un incendio en 1998 y se restauró posteriormente. Era un lugar de peregrinación para los butaneses, al que ir al menos una vez en la vida.

Empezamos la ascensión a través de bosques de pinos que se abrían ofreciendo magníficas vistas. Encontramos tramos con coloridas banderolas de oración ondeando al viento, y pabellones con ruedas de oración. El Monasterio se veía diminuto sobre la montaña rocosa, cerca de la cima. La subida era muy empinada, a tramos casi un ángulo de 45º. 



El monasterio estaba a 3100m de altitud y ascendimos 900m de desnivel en una caminata de varias horas. El primer tramo fue el más duro, una hora hasta llegar a una cafetería colgada en la roca. Había caballos que hacían esa ruta para los que no quisieran cansarse. Tomamos un té allí contemplando las vistas y reposamos un poco. Lucía el sol y el día estaba espléndido. Llevábamos anorak y forro polar, pero pronto entramos en calor y nos quedamos en manga corta.



El segundo tramo fue algo menos cansado, aunque también subía y subimos 700 escaleras haciendo zig-zag en la parte final. La vista del Monasterio del Nido del Tigre de cerca fue impresionante. Eran varios edificios escalonados sobre la roca de la montaña. Tuvimos que dejar las mochilas, la cámara y el móvil en unas taquilllas. La fotografía en el interior estaba prohibida, eran muy rigurosos y lo respetamos. Nos descalzamos, ascendimos por escalera interiores, atravesamos galerías y entramos en santuarios ancestrales.


Los imponentes muros eran de un blanco cegador. En los santuarios ardían lámparas de mantequilla, para hacer ofrendas. Había estatuas del Buda de la Compasión (el de cuatro cabezas con cuatro caras cada una) y otras manifestaciones de Buda. Estaba representado también el Padma Sama sobre un tigre rayado. Estuvimos en ocho templos o salas de oración, que nos recordaron el ambiente del Monasterio del Potala en Lhassa. Todos estaban decorados con Tangkas, telas amarillas y los colgantes de tiras de colores.


Desde los diferentes niveles del monasterio se tenían vistas del valle y de una cascada muy próxima que les proporcionaba agua. Entre los peregrinos había una monja con la cabeza rapada de Taiwán. Había turismo indio. Aunque había gente, el ambiente era de misticismo y soledad. No podía negarse que estaba aislado, en lo alto de la montaña. Y muchas salas las vimos totalmente solos. Los monjes estaban retirados del bullicio en sus aposentos. Había puertas cerradas al visitante y tenía ganas de curiosear las entrañas ocultas del monasterio. Era un lugar único y especial.

              

martes, 17 de septiembre de 2013

EL MONASTERIO DAVID GAREJA

La primera visión del Monasterio David Gareja fue impresionante, aparecía en la ladera de la montaña, excavado en la roca y rodeado de cuevas. Fue fundado en el s.VI por David Gareja, uno de los trece padres ascetas de Siria, que vino a Georgia a predicar el cristianismo. El complejo religioso tenía varios monasterios con frescos y murales milenarios, y albergaba manuscritos que fueron copiados. Su historia fue complicada: fue destruido por los mongoles, usado par maniobras en la época soviética y objeto de vandalismo. Era Patrimonio de la Humanidad.



Empezamos subiendo a la Torre del Reloj, desde la que se veía el Monasterio de Lavra, amurallado, y las cuevas en las rocas. Leímos que en algunas de las cuevas todavía vivían monjes. Seguimos ascendiendo la colina por un sendero marcado con pequeños postes metálicos. Al otro lado estaba Azerbaiyán, el país vecino, con el que Georgia mantenía disputas fronterizas desde 1991. Vimos un soldado armado con metralleta, vigilando la línea fronteriza. Los monjes y muchos georgianos consideraban el origen de la disputa como resultado de un plan soviético para enfrentar a los georgianos cristianos y los azerbaiyanos musulmanes. Habían pasado muchos años y el conflicto seguía enquistado.




Había unas 50 cuevas numeradas en la ladera de la montaña. En algunas de ellas se conservaban los frescos milenarios con figuras religiosas y motivos florales en las paredes, con pigmentos amarillos y anaranjados. En la cima hubo un monasterio que fue destruido, y quedaba una pequeña ermita. Encontramos otros dos soldados armados que vigilaban la frontera con Azerbaiyán,





Luego visitamos el Monasterio Lavra, amurallado y con tres niveles, sin encontrar a nadie, ni monjes ni visitantes. La soledad del lugar sobrecogía. La Iglesia estaba abierta. Otras puertas de madera de capillas o celdas de monjes estaban cerradas. El recinto estaba empedrado y tenía algún balcón de madera con vistas al valle de colinas áridas. La presencia de los soldados en aquel lugar sagrado era una nota discordante. El Monasterio era un lugar de gran importancia histórica y cultural para los georgianos y lugar de peregrinación.