El explorador inglés Richard Burton fue el primer
occidental en entrar en la mítica ciudad de Harar, en Etiopía. Harar fue y es
una de las santas ciudades musulmanas, y durante mucho tiempo estuvo prohibida
la entrada a los no creyentes. Burton, que también fue el primero en entrar en
La Meca, consiguió entrar en 1854, disfrazándose de peregrino. Y casi un siglo
y medio después la visitamos nosotros. Eso me confirma que he nacido tarde, me
correspondía otro siglo.
En el mercado había toda una
calle repleta de tiendecillas de sastres. Estaban instalados con sus viejas
máquinas de coser Singer, o de marcas chinas, y rodeados de telas multicolores.
Los pedales de las máquinas no paraban en todo el día. Mi abuela tuvo una
máquina Singer. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas y cosía una cremallera. Ta-Ta-Ta-Ta.
Unas puntadas más y cosía un dobladillo. Con el tiempo, la máquina cayó en
desuso y desapareció. Mi abuela también.
La ciudad era origen de la
comunidad rastafari. Sus calles eran tortuosas y las casas eran de piedra
desnuda o estaban pintadas de blanco, verde manzana o azul turquesa. Muchas
tenían patios interiores sombreados, que se entreveían por las puertas
abiertas. En los patios las mujeres lavaban la ropa y los niños jugaban.
El poeta francés Rimbaud vivió en
esta ciudad varios años, antes de su muerte prematura. A lo mejor encontró
poesía en esos patios o en el pedaleo incesante de los sastres.
Un paseo nocturno por las
callejuelas fue nuestra despedida de la Harar medieval, la Harar prohibida y
misteriosa.
© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego