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sábado, 12 de febrero de 2022

CASCADAS Y LAGUNAS DE CHIAPAS

Desde San Cristóbal de las Casas hicimos una excursión a la Cascada de Chiflón, el Velo de la Novia y las Lagunas de Montebello. Después de dos horas de trayecto en furgoneta llegamos a las Cascadas de Chiflón, un conjunto de cascadas con bonitos nombres como El Suspiro, Ala de Ángel, Velo de Novia, Arcoíris o Quinceañera.




Caminamos por un sendero paralelo al río de aguas azul turquesa, en una zona de bosque tropical. El entorno era precioso y había varios miradores. El río formaba pequeños saltos de agua en cascadas de espuma blanca, hasta llegar a la cascada principal, la de Chiflón. Caía por una pared rocosa llena de verde vegetación. A los pies había una poza de agua azul intenso, casi glacial. El color azul turquesa se debía a los sedimentos minerales del lecho del río.

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Seguimos caminando hasta llegar a otra cascada más alta, llamada Velo de la Novia, con una caída vertical de más de 70m. 

Probamos a lanzarnos en tirolina, toda una experiencia. Nos colocaron casco y arneses, y nos dieron instrucciones. El trayecto era breve pero impresionante. La tirolina se deslizó sobre los árboles a bastante altura, y vimos las copas verde y el curso del río azul



Continuamos la ruta hasta las Lagunas de Montebello. El paisaje era muy verde con campitos cultivados y maizales, bosques y algunas palmeras. Atravesamos varias poblaciones y nos fijamos en sus pequeños comercios. A los colmados que vendían un poco de todo los llamaban Abarrotes. Había muchos por todos lados, también tortillerías, taquerías, talleres, algunas peluquerías y papelerías.

Eran más de 50 lagunas, con diferentes tonalidades. Aunque en el Chiflón lució el sol y el cielo estaba azul, por la tarde se nubló y las lagunas no destacaban tanto. Nos dijeron que aquel tiempo era habitual allí. Las lagunas estaban en la frontera con Guatemala, de hecho el Lago Internacional tenía boyas en la mitad del agua, ya que era compartido por los dos países, México y Guatemala. Cruzamos unos metros la frontera de Guatemala, llena de puestos de artesanía. Los otros lagos que vimos fueron el Lago Taiscao y el Lago Pojobb.


Días después, desde Palenque, visitamos las Cascadas Agua Azul y las Cascadas Misol Ha. Formaban estanques de agua verde turquesa, y estaban rodeadas de selva. Los árboles tenían gruesas lianas, y sus raíces gigantes se extendían por el sendero. Las recorrimos por el sendero paralelo al río, por pasarelas y algún puente de madera. El agua caía con estrépito formando espuma blanca. El baño estaba permitido en los estanques. En algunos puestos vendían fruta, artesanía y unos curiosos meteoritos veteados. Nos refrescamos tomando agua de coco.









Las Cascadas Misol Ha también eran preciosas. La entrada la cobraban mujeres de la comunidad indígena, así contribuían al mantenimiento de la zona y se generaba empleo. Caían con fuerza, tenían 35m de altura y la poza que se formaba a sus pies era de 25m de profundidad, por lo que los carteles advertían de la prohibición del baño por las corrientes. Pasamos por detrás de la cascada y acabamos empapados por el spray del agua.



domingo, 14 de enero de 2018

LOS WADIS OMANÍS



Viajando por Omán tuvimos oportunidad de recorrer y disfrutar varios wadis. Los wadis eran valles abiertos por los cauces de los ríos, donde crecían palmeras y otros árboles que formaban verdes oasis a los pies de las áridas montañas rocosas. Los omaníes habían construido un sistema de canales de irrigación que llamaban Falaj. En aquellos oasis se cultivaban hortalizas y frutos, en especial dátiles.


A unas tres horas de trayecto desde Mascate, paramos en el Sink Hole, en un pequeño oasis con palmeras. Era una poza circular de piedra caliza con agua verde turquesa transparente. Su nombre significaba “agujero profundo”. Medía unos 40 metros de diámetro, por 20 metros de profundidad. Se accedía a él bajando por unas escaleras. El agua era salada por su proximidad al mar de Arabia. Realmente bonito.





El Wadi Shab significaba “garganta entre desfiladeros”, en lengua árabe. Una barca nos cruzó hasta la otra orilla donde empezaba el camino. El sendero seguía los canales de riego o acequias y se adentraba en el cañón de altas paredes de piedra rocosa, bordeado por palmeras. El paisaje era precioso y brillaba el sol tiñendo de dorado las rocas. La llegada al final del wadi fue espectacular. Había varias pozas o piscinas naturales de aguas azul turquesa, que comunicaban entre sí. El agua estaba deliciosa y el entorno era una maravilla natural: un verdadero cañón de paredes rocosas cruzado por el cauce de aguas verde azuladas. Tras el baño hicimos picnic allí mismo con nuestras provisiones.



Al día siguiente fuimos en todoterreno al Wadi Tiwi. Su nombre significaba el “wadi de los nueve pueblos”. Los pueblos eran manchas de casas blancas entre oasis de palmeras. El gobierno pagaba vehículos con conductor para que llevara a los niños del pueblo al colegio, que estaba en el pueblo principal. El recorrido completo eran 16km. Caminamos entre los canales y palmeras. Había huertos y limoneros, y el ambiente era menos caluroso con la sombra que ofrecía el oasis. Llegamos a una zona rocosa donde se escuchaba el rumos del agua. Tuvimos que bajar entre las rocas, algunas estaban muy resbaladizas y nos obligaban a agacharnos y agarrarnos a cualquier saliente. Finalmente llegamos abajo, donde caía una cascada que formaba una laguna a sus pies. El paisaje, con las paredes rocosas del cañón recortándose contra el cielo azul, y el baño fueron la recompensa.






El tercer día, de camino al desierto, visitamos el Wadi Bani Khalid. Se entraba por un palmeral entre paredes de roca y de pronto aparecía una gran piscina natural al nivel del suelo. El agua era verde transparente. Nos bañamos en seguida y unos pequeños peces vinieron a mordisquearnos los pies y las piernas. La gran piscina comunicaba con otras pozas sucesivas y se podía ir nadando. Cuando te cansabas te podía agarrar a los salientes de la roca. Cada wadi era diferente y tenía su encanto.Un verdadero paraíso, una maravilla de la naturaleza.


© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego