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domingo, 4 de febrero de 2018

EL PUEBLO ANTIGUO DE AL HAMRA




En el pueblo antiguo de Al Hamra las casas eran de adobe y altas, de dos o tres pisos. La mayoría estaban en estado ruinoso. Quedaban pocos pueblos así en Omán, otro similar era Misfat en la montaña. Los omaníes preferían vivir en la parte nueva, en los chalets de construcción moderna, aunque por lo menos la arquitectura conservaba su sabor árabe manteniendo las casas bajas, colores arenosos y ventanas arqueadas.




Las ruinas de Al Hamra con sus viejas puertas de madera con adornos de latón gastado tenían su estética. La joya del pueblo era la casa que habían transformado en Museo, para mostrar la forma de vida tradicional. A la entrada tuvimos que descalzarnos. Todas las habitaciones tenían altos techos, estaban alfombradas y tenían coloridos cojines alrededor para apoyarse. La sala principal tenía vigas de madera pintada en el techo y ventiladores. Grandes baúles de madera decoraban la estancia. Las paredes tenían hornacinas con vasijas, teteras, calabazas, quinqués y todo tipo de recipientes y objetos de uso cotidiano en la época.




Tres hombres jóvenes y sonrientes eran los anfitriones. Llevaban sus túnicas blancas llamadas dishdashas impolutas y casquetes o turbantes, con una elegancia natural. Nos invitaron a tomar té con dátiles y conversamos con ellos sobre la vida en Omán. En alguna habitación había fotos antiguas que mostraban como hacían melaza con los dátiles hirviéndolos en un gran caldero. Nos enseñaron la casa donde había tres mujeres vestidas con pañuelos de colores y haciendo diferentes tareas: una cocinando frente al fuego, otra tejiendo cestas y otra elaborando una pasta naranja de sándalo y azufre de uso cosmético, con la que me untó la frente.


La casa tenía infinidad de detalles y no nos cansábamos de curiosear. Era fácil imaginar la vida de una familia tradicional omaní. Nos encantó la visita.



© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

domingo, 24 de octubre de 2010

NAVEGANDO ENTRE LAS GARGANTAS DEL RÍO YANGTSÉ

 

 
A las siete de la tarde embarcamos en el Tao Jin, entre cientos de chinos. Salimos a la cubierta exterior de popa, nos sentamos en una mesa y nos sirvieron té. A nuestro alrededor los chinos comían cacahuetes, pollo y cerveza. Otros jugaban a cartas.
Zarpamos de Chongqing ya anochecido, la ciudad se iluminó y en sus rascacielos surgieron luces de fantasía. Por detrás de una colina vimos fuegos artificiales, como si celebraran la partida.


 
Durante los tres días de travesía por el río Yangtsé hicimos varias paradas para visitar templos centenarios con tejadillos, pabellones con puertas circulares y pagodas con inciensarios de bronce, entre cuidados jardines. Alguno de ellos lo visitamos de noche, iluminado y lleno de misterio. En el interior albergaban esculturas de dioses y grandes tablillas de pizarra con caracteres chinos de calígrafos y poetas antiguos.





Pero lo más impresionante fue el paisaje. Las Tres Gargantas eran un desfiladero de paredes verticales de 900 m. de altura, repletas de verde vegetación. En Wushi cogimos una pequeña barca para recorrer una garganta más estrecha en un afluente del Yangtsé. Las paredes eran de roca amarilla y gris y la vegetación aún era más abundante. Las hendiduras de la montaña estaban cubiertas por una hojarasca verde y mullida, que disfrazaba la profundidad de las grietas. El agua, que en el Yangtsé era marronosa, aquí era verde intenso. Ante nosotros las altas paredes parecían cerrar el curso del río, pero era un efecto óptico, y la barca giraba y seguía su paso.


 
En las paredes se veían grutas y cuevas, y las formas de los picos estaban esculpidas por los vientos con formas curiosas, de interés geológico. Habían construido largas pasarelas adosadas al acantilado, por encima del río. El Yangtsé o río Azul, era el más largo de China con sus 6300km. de recorrido, y el tercero del mundo tras el Amazonas y el Nilo.




Desembarcamos en Yichang, el destino final. Nos despedimos del Tao Jin y en autobús fuimos hasta la Gran Presa del río Yangtsé. La consideraban el mayor proyecto de ingeniería desde la construcción de la Gran Muralla. Y probablemente lo sería, dada la complejidad y las dimensiones de su construcción. Con ese macroproyecto se evitaron muchas muertes que causaban las grandes inundaciones en la zona, pero había obligado a más de un millón de personas a desplazarse y supuso la desaparición de muchos pueblos. Aunque la belleza del paisaje de las Tres Gargantas y del curso del río Yangtsé permanecía.

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego