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lunes, 5 de mayo de 2008

CARAVANSERAIS Y PATIOS DAMASCENOS



Los Caravanserai eran los centros donde paraban las antiguas caravanas de mercaderes de las rutas entre Europa y Asia. Eran amplios recintos con un patio central y múltiples habitaciones alrededor. En el patio se alojaban los animales y las mercaderías (telas, especias, piedras preciosas).




En Damasco vimos uno completamente restaurado, el Khan Asad Pacha, con arcos abovedados, que se mostraba como museo. Se accedía a él por un gran portalón de madera, con una cerradura inmensa con su llave correspondiente. El guardián lo abrió sólo para nosotros. Pero debían ser más interesantes llenos de vida y bullicio; no costaba imaginarlos así. Creo que me sugestioné y vi a los camellos con sus alforjas, bebiendo en el surtidor del patio, rodeados de mercaderes que comentaban las incidencias del camino.



Estuvimos en otro caravanserai, transformado en patio vecinal y almacén de telas, más deteriorado; pero sus arcos y bóvedas también evocaban el esplendor pasado.
Los patios de las antiguas casas nobles damascenas estaban restaurados y algunos reconvertidos en cafés y restaurantes, en los que hacer un alto en el camino, disfrutar de la gastronomía, tomar un té con menta o tal vez o tal vez fumar un perfumado narguile. Esos eran algunos de los placeres de viajar por Siria.

© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego



domingo, 1 de noviembre de 1998

EL SASTRE ETÍOPE



El explorador inglés Richard Burton fue el primer occidental en entrar en la mítica ciudad de Harar, en Etiopía. Harar fue y es una de las santas ciudades musulmanas, y durante mucho tiempo estuvo prohibida la entrada a los no creyentes. Burton, que también fue el primero en entrar en La Meca, consiguió entrar en 1854, disfrazándose de peregrino. Y casi un siglo y medio después la visitamos nosotros. Eso me confirma que he nacido tarde, me correspondía otro siglo.

En el mercado había toda una calle repleta de tiendecillas de sastres. Estaban instalados con sus viejas máquinas de coser Singer, o de marcas chinas, y rodeados de telas multicolores. Los pedales de las máquinas no paraban en todo el día. Mi abuela tuvo una máquina Singer. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas y cosía una cremallera. Ta-Ta-Ta-Ta. Unas puntadas más y cosía un dobladillo. Con el tiempo, la máquina cayó en desuso y desapareció. Mi abuela también.

 Cerca estaban las planchadoras, con antiguas y pesadas planchas de hierro.



La ciudad era origen de la comunidad rastafari. Sus calles eran tortuosas y las casas eran de piedra desnuda o estaban pintadas de blanco, verde manzana o azul turquesa. Muchas tenían patios interiores sombreados, que se entreveían por las puertas abiertas. En los patios las mujeres lavaban la ropa y los niños jugaban.

El poeta francés Rimbaud vivió en esta ciudad varios años, antes de su muerte prematura. A lo mejor encontró poesía en esos patios o en el pedaleo incesante de los sastres.

Un paseo nocturno por las callejuelas fue nuestra despedida de la Harar medieval, la Harar prohibida y misteriosa.



© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego