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domingo, 4 de abril de 2010

EL TEMPLO SINTOISTA DE LA COLINA

 

 
El Fushimi-Inari Taisha era un fantástico santuario dedicado a Inari, el dios del arroz y el sake. El conjunto estaba formado por cinco santuarios que se extendían por la ladera de una colina boscosa. En los alrededores había docenas de zorros de piedra; el zorro era el mensajero de Inari, los japoneses lo consideran un animal sagrado, algo misterioso y capaz de poseer a los humanos. La llave que lleva en su boca simboliza la protección de los graneros de arroz.
Pero lo más impresionante era el sendero de 4 km. ascendiendo la colina, repleto de miles de grandes Toriis, las puertas sintoístas, pintadas de color naranja. Si la China era roja, Japón era predominantemente naranja, uno de mis colores favoritos. Las columnas de las toriis tenían inscripciones verticales en negro con caracteres japoneses. Las toriis estaban agrupadas y se interrumpían por tramos que permitían contemplar el bosque de altos árboles y musgo verde. Encontramos barrenderas con mascarillas, que mantenían limpio de hojarasca el sendero y hasta limpiaban el musgo de los laterales. Todo se cuidaba minuciosamente en Japón.

 



En una tetería del templo hicimos un merecido descanso y tomamos té con unas barritas crujientes de arroz. El arroz era un alimento básico, como en gran parte de Asia, y con él hacían pasteles, y gran variedad de productos, como el sake, el licor que se obtenía de arroz fermentado y ofrecían a los dioses.

Al salir de allí miré hacia atrás y pensé que las toriis estaban tan próximas entre sí que formaban un túnel lleno de belleza y misterio, un túnel que conducía a tiempos antiguos. Belleza y misterio, tradición y modernidad, eran buenas combinaciones para definir Japón.

 

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego



martes, 19 de mayo de 2009

EL ZORRO DEL DESIERTO BLANCO



 

El Desierto Blanco es una de las maravillas naturales del mundo. Es un Parque Nacional de 300 km2, al que se llega desde el oasis de Farafra. Por todas partes había grandes rocas redondeadas y con formas curiosas, de un blanco cegador. Es un tipo de roca calcárea, que en algunas zonas se desgajaba con facilidad. Parecían merengues espolvoreados de cacao. Lo visitamos con jeep, acompañados por Wael, el maestro del pueblo. Leímos que aquella zona había estado cubierta por el mar, y encontramos restos de corales y fragmentos de conchas nacaradas;, así que caminábamos sobre el fondo de un mar desaparecido hacía milenios.







 

Íbamos parando por el camino, donde nos resultaban más curiosas las formas de las rocas. Era fácil imaginar halcones, pájaros, perfiles de mujeres, un caballero con su yelmo, leones, una pequeña esfinge, una que llamaban el champiñón...

Mientras montábamos el campamento vimos las huellas en la arena de algún animal. Nos dijeron que eran pequeños zorros inofensivos. Dormimos al raso con mantas. De madrugada me desperté sintiendo un peso en los pies y vi un zorro a la luz de la luna.....sobre mi! Creo que los dos pegamos un salto simultáneamente. Eran dos zorros y los vimos rodear el campamento, buscando comida. Pero ni el sustillo del zorro estropeó la belleza del lugar.



© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego