martes, 3 de septiembre de 2024
LAGOA DOS ARCOS, COLINAS CUROCA Y GRUTAS SASSA
domingo, 14 de mayo de 2017
LA ISLA ULLAUNGDO
La isla era volcánica y la vegetación había crecido generosamente en sus montañas y acantilados. Atracamos en una bonita y resguardada bahía. La montaña más alta tenía casi 1000m de altura. En su cima estaba el Observatorio, y en otros puntos se erigían estatuas blancas de Buda y tablillas verticales con caracteres coreanos.
Recorrimos el camino de pasarelas por los acantilados, atravesando grutas donde se adentraba el mar, erosionándolas y formando hendiduras. En el camino había algunos pequeños bares que ofrecían pulpo y mejillones. Luego llegamos hasta el Faro subiendo por el bosque. Desde allí se veía el otro lado de la isla, la bahía con un muelle.
Llegó el momento de despedirnos de la
luminosa isla. Las gaviotas nos acompañaron de nuevo en el regreso al
continente; nuestro viaje por Corea seguía y nos esperaba Hahoe.
© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego
domingo, 24 de octubre de 2010
NAVEGANDO ENTRE LAS GARGANTAS DEL RÍO YANGTSÉ
viernes, 26 de septiembre de 1997
PALAWAN: SABANG Y EL RÍO SUBTERRÁNEO
Sabang nos gustó desde el primer momento. Era un pueblecito diminuto con casas de caña y madera, una iglesia de misión católica, una prisión vacía y una pista de basket.
La playa era preciosa, bordeada de altas montañas en diferentes planos. Desde el agua se veía primero las hileras de palmeras, después grandes árboles, montañas de vegetación verde y la silueta de otras montañas difuminadas por la niebla. En el mar esperaban las barcas, con brazos de madera laterales, para estabilizarlas. Parecían arañas o cangrejos, reposando en la superficie del mar.
En la Oficina de
Información y Turismo de Sabang tramitamos el permiso de entrada al Parque
Nacional de San Paul. La excursión se podía hacer en barco o caminando por
la jungla. Decidimos ir caminando y volver en barco. Eran unos 4km de trayecto.
La jungla era tupida, con lianas, árboles enormes unidos por sus
ramas y raíces entrelazadas. Atravesamos zonas pantanosas por puentes
y pasarelas de madera. El sendero era angosto, y subía y bajaba para cruzar
grandes rocas que lo obstaculizaban. Hacía un calor tropical, húmedo y pegajoso,
y los mosquitos nos acribillaron. Pero todo lo que veíamos era una maravilla en
estado salvaje. Oímos cantos de aves y el estruendo de las cigarras y otros
insectos.
A medio trayecto nos bañamos en una calita, junto al sendero. Las ramas de los árboles llegaban hasta el agua. A las dos horas de caminata llegamos al Río Subterráneo. Había una laguna de color verde turquesa intenso frente a la cueva. Enseñamos el permiso y pagamos la entrada. Nos dieron cascos y chalecos salvavidas. El barquero era un chico joven llamado Rogelio Banderas. Fue a buscar una batería, que recargaba con paneles solares. Subimos en una canoa azul, con los maderos estabilizadores laterales.
Entramos en la cueva para navegar el Río Subterráneo. Javier iba delante, yo en medio y detrás el barquero remando. Javier era el encargado de sostener un foco de luz y enfocar el trayecto o lo que el barquero le indicara. Vimos estalactitas y estalagmitas agrupadas en formas caprichosas, que estimulaban la imaginación. Aquí había un león, allí una serpiente, allá un águila o una mujer.
La cueva estaba repleta de murciélagos, durmiendo boca abajo, que iluminábamos con el foco. Pasábamos a un metro escaso de ellos y algunos revoloteaban enojados por la interrupción de su descanso por unos extraños. Otros moradores eran unos pájaros pequeños y negros. Juntos producían un sonido como de castañuelas. Esos eran los únicos sonidos cuando nos deslizábamos entre las tranquilas aguas.
Llegamos a una
gran sala que llamaban la Catedral, el punto más alto de la cueva con
65m de altura. El río tenía algo más de 24km de largo, aunque solo
eran navegables los primeros 8km. Recorrimos en cuarenta y cinco minutos los ,5km permitidos, y regresamos acompañados del vuelo de los murciélagos
irritados.
Al salir nos bañamos en la desembocadura del río en el mar. Se mezclaban las aguas dulces de color verde intenso con las aguas saladas azules del Pacífico. Estuvimos solos en la playa y esperamos que un barco nos llevara de vuelta hasta Sabang. Estuvimos alojados en un bungalow de tejado triangular, con camas con mosquitera, porche y hamaca, frente al mar. Por la noche, mientras nos mecíamos en las hamacas, vimos los puntos luminosos de las luciérnagas volando entre las hojas de las palmeras.
martes, 9 de septiembre de 1997
LAS CUEVAS FUNERARIAS DE SAGADA
En Sagada nos alojamos en el Hotel Masferrer Inn. Eduardo Masferrer fue un fotógrafo filipino catalán que realizó reportajes fotográficos de los pueblos indígenas del norte de Luzón. Él nació en Sagada en 1909, y su padre fue un soldado español que emigró a Filipinas a finales del siglo XIX. Se consideraba padre de la fotografía filipina y su obra tenía valor etnológico,
En el hotel tenían una pequeña exposición de las fotos de Masferrer. Habíamos visto sus fotos en el Museo de Bontoc, que también mostraba mapas, objetos, ropas, ornamentos, cestos y utensilios de las tribus Kalingas e Ifugao. Los Ifugao habitaban la zona de Banaue y los Kalinga la zona de Bontoc. Había fotos sepia de 1907, cuando los americanos gobernaron Filipinas. Mostraban al gobernador Evans en su casa, con su mujer vestida al estilo victoriano con un traje de encaje blanco. También había fotos de los antiguos cazadores de cabezas, práctica que se extinguió.
Nos dirigimos a la cueva de Lumiang, una de las que contenían restos funerarios. Era una gruta natural y apoyados contra sus paredes había montones de féretros de madera vieja. Algunos eran inaccesibles y otros estaban en la entrada. Vimos alguno medio abierto con restos óseos.
De la cueva de Lumiang fuimos a las Bokong Waterfalls, caminando a través de las terrazas de arroz. Luego fuimos a la cueva Matangkib, que estaba cerrada al público con una verja. Finalmente fuimos al Eco Valley por un caminito detrás de la Iglesia y la escuela St. Mary, pasando por el cementerio. El paisaje era diferente porque el camino era entre pinares. Vimos tumbas colgadas de las rocas, en sitios que parecían bastante inaccesibles. Después de varias horas de caminata nos tumbamos en la hierba bajo un pino y nos quitamos las botas y unos niños vinieron a curiosear y charlar un rato con nosotros.