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miércoles, 28 de mayo de 2025

FESTIVAL EN EL VALLE DE ZANSKAR

 
En el Valle de Zanskar, en Ladakh, encontramos una celebración tipo festival. En medio de la pradera se sentaba un grupo numeroso de unas cincuenta mujeres. Tenían mesas bajas ante ellas, con termos, cuencos y platos de comida preparada: chapati y vegetales.

Vestían ropajes tibetanos, parduzcos o granate oscuro, con mantones coloridos a la espalda y portaban rosarios de cuentas de madera. Llevaban gorros de lana y de fieltro naranja con pompones. Al llegar nos recibieron ofreciéndonos té, un cuenco con yogur espeso y galletas. 



Luego llegaron en camiones un grupo de unos veinte hombres y se sumaron a la celebración. Las mujeres los recibieron colocándoles los pañuelos blancos de seda, llamados khata, al cuello, a modo de bufanda. Era una tradición tibetana recibir al invitado con esos pañuelos ceremoniales en señal de bienvenida, y expresar gratitud y deseos de felicidad o prosperidad. También eran símbolo de pureza y compasión y se utilizaban en Mongolia, Nepal. Se sentaron ante mesas bajas de madera decorada y hojearon unos libros de tablillas, mientras tomaban té. 



Los hombres llevaban un gorro de copa alta con bordados y los extremos del ala hacia arriba. Otros llevaban bombín o casquete. Uno de los hombres debía ser el honorífico porque le colocaron decenas de pañuelos al cuello, aumentado su envergadura. Permaneció sentado impasible observando a la gente, que se levantaba a comer, cada vez más animados, y caminaban alrededor en la pradera.




Entonces llegaron con acordes de música otro grupo de mujeres con ropajes más sofisticados. Portaban tocados con adornos de piedras turquesas, que les caían como una lengüeta sobre la frente y también caían por la espalda, muy peculiares. Sobre los vestidos parduzcos llevaban grandes capas. También les colocaron los thaka de seda blanca al cuello y les ofrecieron cuencos de té.

Todos pertenecían a un grupo étnico ladakhí de religión budista y cultura similar al Tibet y Asia Central.



Leímos que el tocado se llamaba Perak, y era típico de la aristocracia de la región himalaya de Ladakh. Un símbolo de estatus y también protector. Eran largas tiras de cuero con orejeras negras, cubiertas con las piedras preciosas, lapislazuli y turquesas. En la espalda se podía apreciar la cantidad de filas de piedras. Debía pesar bastante. Nos dijeron que se utilizaban en bodas y otras celebraciones.



Los tocados azul turquesa se complementaban con largos colgantes plateados y pompones. Además, las mujeres se adornaban con collares de gruesas piedras y otras joyas de gran tamaño, siguiendo la tradición tibetana.

Sonó la música y empezaron a cantar y bailar con movimientos suaves. Luego bailaron los hombres. Fue una celebración espectacular. Los dejamos a todos sentados en la pradera. Una escena ancestral.




Continuamos visitando monasterios en el Valle de Zanskar. El Monasterio Zongkhul se adosaba a una pared vertical de roca, aprovechando la cavidad de dos cavernas. El edificio principal tenía cinco pisos de altura y fachada blanca con ventanas de madera con cortinillas amarillas. Un monje nos abrió el templo de la caverna más pequeña. La roca de forma irregular era el techado, y el recinto era bastante reducido. Estaba repleto de estatuillas con telas coloridas y con algunas estatuas de mantequilla. 




El Monasterio Sani, uno de los más antiguos, era de planta rectangular con una gran sala con todos los elementos tibetanos: las thankas de colores colgantes, pinturas murales, columnas, asientos en alfombras rojas para los monjes, cuencos para el té, estatuas, timbales y trompetas tibetanas. Había una Biblioteca con los libros envueltos en telas. En la entrada esperaban sentadas al sol un grupo de cinco ancianas, rezando con sus rosarios. Les pregunté que edad tenían y todas contaban alrededor de 84 años. Su rostro estaba surcado de arrugas y sonreían. Portaban collares tibetanos y anillos con piedras turquesas en ambas manos.





El Monasterio Karsha era el más grande, en la escarpada ladera de una montaña. También tenía una sala con las telas de colores colgantes, pinturas murales, asientos para los monjes y una Biblioteca. Nos dijeron que en él vivían hasta 120 monjes, y más en las celebraciones de las pujas en los meses de verano. En invierno aquellos monasterios se quedaban aislados por la nieve durante un mes o más. 





El último que visitamos fue el Monasterio Stongdey, sobre una montaña. Allí vivían 12 monjes. Tuvimos que esperar que un monje fuera a buscar las llaves y nos abriera la sala principal. Mientras nos sentamos en el patio y otro monje nos ofreció té. Tenía magníficas vistas del Valle, con el mosaico de campos cultivados y las montañas nevadas. 




lunes, 26 de mayo de 2025

LA FIESTA EN LA ALDEA


El tranquilo pueblo de Jana Soh conservaba casas de madera de dos pisos, con tejados de pizarra. Alrededor de las casas había pajares y campos cultivados. Por las ventanas se asomaban mujeres y niños. 

En la plaza del pueblo encontramos una celebración con danzas. Un grupo de 12 bailarines con un señor que hacía de animador y un poco de teatrillo, provocando las risas de los espectadores  especialmente los niños.




Todos iban ataviados con coloridos trajes, y las mujeres se adornaban con pañuelos rojos en la cabeza y joyas de plata. Los hombres llevaban gorros de lana con cenefas bordadas Unas vestimentas festivas, de pueblos de montaña.

         


             

Algunas bailarinas eran señoras muy mayores y arrugaditas, que se movían con suavidad. Entre los espectadores también había gente anciana, disfrutando del espectáculo. 


         

Al acabar la función nos hicimos fotos con todos y ellos nos hicieron fotos a nosotros, los únicos espectadores occidentales. Fue un regalo encontrar aquella celebración.



Luego seguimos paseando por la aldea y encontramos a dos mujeres acarreando a la espalda pesados sacos con leña y forraje. Un duro trabajo.




           

Nos despedimos de aquella encantadora aldea y fuimos a ver las cercadas Cascadas de Jana. Llevaban poco caudal de agua, pero el entorno verde y boscoso era bonito. Lo curioso es que habían instalado al pie de la cascada unas mesas donde comía una familia, con los pies en el agua. Una comida refrescante.