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jueves, 12 de marzo de 2020

MARAVILLAS DE HAITÍ





Todos los viajes tienen un detonante, una motivación que los impulsa hasta convertirlos en realidad. La nuestra fue ver unas fotos de la Ciudadela Laferrière en Haití. Estaba a poca distancia de la ciudad de Cap Haitien. Un bonito camino empedrado entre vegetación y plataneros, ascendía hasta ella. Subimos a pie en media hora, pero también se podía ir a caballo. Era una Fortaleza impresionante en la cumbre del Pico Laferrière de 900 m. de altura. Era impenetrable, con muros de 40m. de altura y 4m. de anchura. Fue construida por el rey Henri Cristophe a principios del s.XIX para repeler los ataques de los franceses, Más de 20.000 trabajadores participaron en la construcción. Como curiosidad, para unir las piedras utilizaron una mezcla de cal, melaza, sangre de vacas y chivos sacrificados con el fin de que los espíritus y dioses de la religión vudú le otorgasen poder y protección. Era la Fortaleza más grande de toda América y estaba considerada Patrimonio de la Humanidad.




El interior era un laberinto de galerías y estancias a varios niveles. Tenía un gran patio central, cuarteles, habitaciones de oficiales, un polvorín y anchas galerías con 160 cañones. En las habitaciones de los oficiales había expuestos algunos muebles: escritorios, jofainas con jarra, la mesa del comedor. En el patio las balas de cañón estaban apiladas en forma piramidal. Había más de 5000 balas en la Fortaleza. El polvorín estalló y mató al hermano del rey. Su  tumba estaba allí expuesta. El propio Henri Cristophe se suicidó, decían que con una bala de plata, y fue enterrado en la Fortaleza, en un lugar desconocido. Aunque las fotos que vimos antes del viaje eran espectaculares, aéreas hechas con un dron, la visita a la Ciudadela no nos decepcionó.




Estuvimos subiendo y bajando escaleras y metiéndonos por todos los pasadizos, subterráneos y galerías. Los cañones de bronce estaban labrados con dibujos de soles y otras figuras. Vimos que había un cañón de Barcelona, traído por los franceses en la época de Napoleón. Las vistas desde la Ciudadela Laferrière eran magníficas, decían que podía verse la cercana isla de Cuba. Se veían las montañas tapizadas de verde, la ciudad de Cap Haitien y el azul del mar Caribe.




El Palacio Sans Souci, también Patrimonio de la Humanidad, fue construido como rival del de Versalles francés. Los haitianos lo consideraban la octava maravilla del mundo. A la entrada del Palacio había una iglesia blanca con una cúpula circular enorme. En los jardines se conservaba un busto de mujer de yeso blanco. Fue un elegante edificio, hoy medio derrumbado en un entorno tropical, con sus ruinas sin techado, abandonado desde el terremoto de 1842. Se conservaba una gran escalinata central que había estado flanqueada por leones de bronce. Las estancias habían sido el salón del trono, sala de banquetes y habitaciones privadas. De los muros habían colgado tapices y cuadros, y en el palacio se habían celebrado grandes fiestas y bailes, en su época de esplendor. “Sans souci” significaba “sin preocupaciones”. En la actualidad, Haití tenía otras preocupaciones y estaba inmerso en otra realidad.

 


© Copyright 2020 Nuria Millet Gallego

EL ENCANTO DE CAP HAITIEN





El tema de la seguridad en Haití es controvertido. El país es muy inestable políticamente, pobre y hay  descontento social. Además, los desastres naturales como el terremoto de 2010, han sido devastadores. Por toda la información que teníamos, el sur, la zona de la capital Puerto Príncipe, era más problemática para viajar. Por eso decidimos visitar el norte, que no había sido afectado por el terremoto. Desde la ciudad de Santiago en República Dominicana a Cabo Haitiano, los autobuses de la compañía Caribe Tours hacían el trayecto en cuatro horas, más otra hora de trámites de aduana. La ciudad era la base para visitar dos Patrimonios de la Humanidad: la Ciudadela Laferrière y el Palacio Sans Souci.

Cap Haitien fue durante la época colonial francesa la ciudad más rica del Caribe, conocida como la “París de las Antillas”. La riqueza fue por sus plantaciones de azúcar, café, algodón, índigo y el comercio de esclavos. La entrada fue impactante, con toneladas de basura y plásticos que llenaban las playas de la Bahía y los arcenes de la carretera. Sin embargo, nos sorprendió el buen estado del barrio colonial, con casas de dos plantas con balcones y altos portones en forma de arco pintados de colores intensos: rojos, verdes, amarillos, azules, naranjas…Estaban llenas de gente y bullicio, con ambiente caribeño. Había comercios de todo tipo: quincallerías, loterías, colmados, barberías, farmacias, zapaterías, almacenes…La Catedral pintada de blanco y amarillo estaba cerrada.




El mercado tenía una estructura de hierro oxidado, aunque se extendía por todas las calles de alrededor. Estaba repleto de gente y de puestos, hasta el punto que nos costaba pasar por en medio. No querían fotos y lo respetamos tomando unas pocas panorámicas que con la luz escasa no reflejaban la realidad. Había puestos de plátanos verdes, de vegetales, pescados  secos, cosmética, pañuelos y textiles. Dimos varias vueltas y salimos del tumulto. Las calles de la ciudad nos parecieron tranquilas en comparación con el bullicio del gran mercado.





Era fácil orientarse en la ciudad porque las calles estaban ordenadas por numeración. Y no había ningún turista. Los haitianos eran amables si te dirigías a ellos, pero si no, no te molestaban ni interpelaban. Paseamos solos, sin dinero ni objetos de valor, y nos sentimos seguros. Vimos la  salida de un colegio. Vestían uniforme con falda o pantalón azul marino y camisa blanca. Las niñas llevaban peinados con moñetes afros adornados con lazos blancos o azules. Eran el futuro de Haití. Cap Haitien nos pareció una ciudad de arquitectura colonial, bonita e interesante. Nuestra estancia fue breve y nos quedamos con ganas de conocer más del país. Nos fuimos con el deseo de que lleguen tiempos mejores para el país y para los haitianos.


© Copyright 2020 Nuria Millet Gallego