domingo, 13 de noviembre de 2011
EL SUEÑO DE LAS MISIONES
viernes, 30 de noviembre de 2007
EL SIFONAZO ARGENTINO
jueves, 29 de noviembre de 2007
EL SUEÑO DE BORGES
Imaginad un teatro repleto de miles de libros, con estanterías repartidas en los palcos. Un palco pequeño tiene a la entrada el cartel de “Sala de lectura”, aunque por todas partes hay sillones en los que montones de gente hojean y leen libros, absortos en su paraíso. El sueño de cualquier lector y amante de la literatura. El sueño de Borges, tal vez. Pero no es un sueño: existe. Está en Buenos Aires, la ciudad natal del escritor, y se llama “El Ateneo”.
En el escenario, entre cortinajes de terciopelo rojo, hay un café con actuación de música de piano en directo. Pedimos cortados, que nos sirvieron con una galleta de chocolate y un vaso de agua, como se hacía antaño, mientras degustábamos el hojeo de un libro. Me pareció estar dentro de un sueño y pensé que aquel lujo de librería sólo era posible en Buenos Aires, una de las ciudades del mundo con más librerías por metro cuadrado. Me pregunté cuánto tiempo más sería rentable. Le deseo muchos años de vida a “El Ateneo”. Allí nos quedamos una tarde fascinados por aquel entorno único y especial. Un lugar para recordar.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
BARILOCHE
San Carlos de Bariloche,
abreviada
Bariloche, era el centro turístico de la Región de los Lagos en
Argentina. La ciudad estaba a 700m de altitud, junto la Cordillera de los
Andes. Tenía una arquitectura alpina con un toque propio de la Patagonia,
al utilizar maderas nobles locales y una construcción única de piedra.
Subimos al Cerro Campanario, primero en taxi y luego en telesilla. La panorámica era de 360º, impresionante. Desde todos los ángulos se veía el Lago Nahuel Huapi, salpicado de verdes islas y rodeado por montañas nevadas. Bariloche era una estación de esquí, pero en primavera tenía un paisaje espectacular. Por la carretera y por todas partes se veían grupos de flores amarillas, tipo retama, que florecían en noviembre. Las aguas del lago tenían un color azul brillante y lucía el sol. En la cima había un restaurante semi circular con ventanales panorámicos, y allí nos sentamos a contemplar el bello paisaje.
Al día siguiente
embarcamos en un catamarán grande que nos llevó a la Península de Quetrihue. Las
montañas con cumbres nevadas se reflejaban en la superficie lisa del lago. Bajamos
y recorrimos unas pasarelas de madera a través del bosque de Arroyanes,
que era único en el mundo. Los arroyanes patagónicos se caracterizaban por su tronco
color canela anaranjado. No tenían corteza y por eso su tacto era frío y
parecido a una piedra lisa. Tenían algunas manchas blancas en los troncos. En
la parte alta tenían hojas verdes, pero en todo el bosque predominaban los
tonos anaranjados.
En medio del bosque de arrayanes había una coqueta cabaña de madera que, según decían era en la que se había inspirado Walt Disney para su película “Bambi”. Comimos bocadillos en la Playa del Toro, sentados en un tronco grisáceo fosilizado. Una pareja de patos con seis crías se acercó a curiosear y luego se metieron en el agua. Cerca de la playa había unas pinturas rupestres muy sencillas.
domingo, 18 de noviembre de 2007
EL FITZ ROY Y EL DIOS EOLO
jueves, 15 de noviembre de 2007
LOS GLACIARES Y EL LAGO ONELLI
Desde El
Calafate hicimos una excursión en barco por el Parque Nacional de los
Glaciares. Embarcamos en Puerto Bandera y pasamos un paso estrecho conocido
como la Boca del Diablo, para recorrer el brazo norte del Lago Argentino. Lucía
un sol espléndido y el cielo estaba azul. El barco era un catamarán grande de
dos pisos, con ventanales panorámicos y buena calefacción. Tenía dos pasillos
laterales y la parte de proa y popa para salir al exterior a contemplar las
maravillas de la travesía.
La primera parada fue el Glaciar Spegazzini, que debía su nombre a un botánico italiano. Era más alto que el Perito Moreno, con paredes de 80m a 135m de altura, un ancho de 15km y 25km de longitud. Una mole de hielo ante nosotros.
Estaba alimentado por otros dos glaciares, el Mayo Norte y el Peineta. Vimos algún desprendimiento y escuchamos el estruendo que lo acompañaba. Un espectáculo de la naturaleza.
Seguimos la navegación y encontramos enormes icebergs pasando junto a ellos. Algunos formaban arcos y tenían oquedades. Uno de ellos parecía la cara de un fantasma. Muchos tenían tonos azules por el grado de compactación del hielo y el efecto refractivo de la luz. Los témpanos o icebergs solo emergían el 15% sobre el nivel del agua, y el 85% restante permanecía bajo el agua.
El Glaciar
Upsala también era impresionante. Era una lengua enorme de hielo que
bajaba de las montañas para desembocar en el Lago Argentino, de aguas color
azul lechoso o verdoso, por los sedimentos. Se conocía como “leche glaciaria”
que provenía de las partículas minerales suspendidas en el agua, cuyo origen se
debía a la erosión producida por el glaciar en sus lechos rocosos. Los
glaciares era ríos de hielo que se forman por acumulación de nieve en las
cuencas superiores o ventisqueros; la nieve se transforma en gránulos que
eliminan. Toda esa explicación la leímos en el folleto informativo que nos
dieron a bordo del catamarán.
Las paredes del Upsala tenían de 60 a 80m de altura, y el glaciar tenía de 5 a 7km de ancho y 60km de longitud. Inmenso. Se veían grietas verticales azules, y la parte superior de la pared con forma de agujas picudas. En alguna parte el hielo estaba sucio de la tierra y rocas que arrastraba la morrena, pero eran zonas muy pequeñas. El blanco deslumbrante lo dominaba todo.
Era el más grande
del Parque Nacional de los Glaciares, y el más largo de Sudamérica. Debía su
nombre a la ciudad sueca homónima, cuya universidad patrocinó en el s.XX el
primer estudio geológico de la región. En 1932 una expedición al mando del
Coronel Emiliano Huerta y el ingeniero Mario Berbne, realizó el primer cruce
del Hielo Continental Patagónico, atravesando el Glaciar Upsala. En los últimos
años, con el cambio climático, se había observado un importante retroceso.
Tras cuatro horas de navegación entre glaciares, desembarcamos en la Bahía Onelli. Caminamos unos 800m a través de un bosque precioso, un típico bosque andino patagónico y los árboles eran langas. Vimos muchos troncos arrancados de raíz y otros rotos, por la fuerza del aire. Era increíble el poder de destrucción de esta fuerza, pero creaba un paisaje irreal y bello. Y al otro lado del bosque encontramos la gran sorpresa: el Lago Onelli.
Tres glaciares
confluían en el Lago Onelli: el Onelli, el Bolado y Agassia. De ellos
provenían los cientos de témpanos que flotaban y se reflejaban en la superficie del agua. Caminamos al extremo más distante del lago,
contemplando la infinidad de formas del hielo: un témpano parecía un
cisne, otro un fraile con capucha, otro un barco, otro un dragón, un animal con
la boca abierta, una foca apoyándose en las aletas, una cara con ojos y boca
redondas…Tocamos el agua y estaba fría, nos dijeron que tenía 5º, una persona que
cayera al agua sólo aguantaría dos minutos con vida. El lago fue la última
maravilla que vimos aquel día en el Parque Nacional de los Glaciares.