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miércoles, 3 de septiembre de 2014

JINETES TIBETANOS


 
Al entrar en el interior de la tienda nos recibió un ambiente cálido. Alrededor de la estufa de carbón, y sentados en mesas con hules de colores, varios tibetanos hacían un alto en el camino. Allí comimos carne de yak con patatas y momos, el pan blanco tibetano. Los hombres usaban sombreros de ala ancha y sus rostros estaban tostados por el sol y pulidos por el frío de los caminos. Encontramos estos jinetes alrededor del lago Namtso. 
Sus caballos eran pequeños, eran caballos de Nangchen, autóctonos de Tibet, como los llamados ponis del Himalaya. De ellos hablaba Michel Pesissel en su interesante libro “Los últimos bárbaros”, que me acompañó durante el viaje.  
 


 
Decía Peissel que el control de un territorio tan vasto como el Tibet sólo era concebible para un pueblo de jinetes. Una vez al año los nómadas de Nangchen se reúnen para una curiosa cacería: “Las chicas casaderas más guapas se ponen sus mejores galas, se cubren de turquesa, coral, plata y ámbar, se aceitan las trenzas, las blusas de seda más bonitas les acarician los senos, se aflojan el cinturón de las chubas para poder montar a horcajadas…Los chicos eligen…y ellas, por su parte, sopesan a los pretendientes y también hacen sus elecciones. El éxito dependen de la velocidad de los caballos y de la agilidad de los jinetes.”
Peissel fue el descubridor del origen del río Mekong en las tierras heladas del “techo del mundo”. En su libro recoge estos dichos tibetanos:
“Así como una cabra no se refugia en la llanura,
 el hombre de verdad no vive en la comodidad”
 “Quienes no aman la comodidad, pueden realizar mil hazañas.
 Quienes no aman las dificultades, no pueden superar ni una.”

 
En los viajes he vivido muchos momentos en los que se prescinde de la comodidad y hay que superar dificultades para estar donde se quiere estar, para ser espectadores de lo maravilloso. En la vida sucede igual.
Mirando como galopaban en sus pequeñas cabalgaduras pensé que la vida de aquellos jinetes tibetanos carecía de comodidad, y que requería esfuerzo, inteligencia y siglos de adaptación a una tierra áspera y bella: Tibet.
 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

 

sábado, 11 de agosto de 2012

LOS CABALLOS MONGOLES


 

 
Viajando por Mongolia pueden encontrarse manadas de caballos libres, galopando o pastando en las extensas estepas. Los mongoles están orgullosos de sus caballos, no son muy grandes y tienen las extremidades cortas, pero son fuertes y bellísimos. Son los caballos que han utilizado los pastores nómadas tradicionalmente, y los que montaron los ejércitos mongoles para conquistar su imperio.


 
En el Festival Nadaam que presenciamos los jinetes de la carrera de caballos tenían entre cinco y diez años y montaban ponis. Nosotros estábamos en uno de los lados de la meta, marcada con un alto mástil con la bandera mongola, roja y azul. Se oyó un rumor de expectación y a lo lejos, en el horizonte de montañas vimos una nube de polvo y unos puntos diminutos. Se fueron aproximando, mientras crecía la animación de la gente. Cuando el primer pequeño jinete alcanzó la meta hubo una ovación y aplausos. Luego fueron llegando el resto, entre ellos una niña, y tuvieron un caluroso recibimiento.






Al acabar todos nos dispersamos y admiramos los caballos y las monturas con adornos de plata o bronce y tejidos de colores. Los caballos llevaban cintas de colores atadas a su cola y tenían las crines recortadas de forma estética. Los jinetes llevaban trajes amarillos y vistosos, y descabalgados parecían más pequeños.

Llegó el momento de la entrega de premios a los jinetes ganadores. Los padres llevaban de las riendas a los caballos montados por los pequeños. Les entregaron un diploma y una bolsa con otros regalos. Los niños estaban serios, era un momento solemne y la atención se centraba en ellos. Pero se les veía orgullosos y satisfechos.

 

© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego