sábado, 8 de junio de 2013

EL REINO DE LOS SWAZIS


 
Swazilandia era uno de los países más pequeños de África, con 17.364km2 (la mitad de la superficie de Cataluña aproximadamente), pero interesante y curioso. Sus habitantes se llamaban swazis, un nombre que me resultaba simpático. Los swazis eran polígamos y tenían tantas mujeres como su riqueza les permitía. Era una monarquía y tenía un rey joven, de cuarenta y tantos años, al que habían criticado cuando celebró su cuarenta cumpleaños con grandes fastos. El rey tenía 75 esposas y más de cien hijos (!)
El país destacaba por su naturaleza y reservas naturales. Nos alojamos en la Reserva Mlilwane, en la que nos recibieron varias cebras en libertad. También vimos antílopes, jabalíes, cocodrilos y búfalos. El entorno era bonito, muy verde y rural, rebosaba tranquilidad.




Hicimos un pequeño recorrido por el país. La capital Mbane era el África moderna, con edificios y centros comerciales. Pero en la Reserva Cultural Mantenga mostraban un poblado tradicional swazi, con chozas circulares rodeadas por empalizadas de troncos. La entrada de la choza era pequeña y había que agacharse; era una forma de controlar a los enemigos. En el interior tenían pequeños soportes de madera para utilizar como almohada apoyando la cabeza, y pieles como mantas. Tardaban en construir las chozas de cinco a ocho semanas, y duraban diez o quince años. Cocinaban en el exterior si el tiempo lo permitía, y tenían otra choza para preparar la cerveza fermentada, que era de poca graduación, 4º o 5º. La riqueza del hombre swazi se medía, además de por el número de esposas, por el ganado que poseía.





Allí vimos la danza tradicional Umhlaga. Las mujeres vestían una túnica estampada y llevaban collares y tobilleras de caracolas blancas que agitaban al bailar. Los hombres con el torso desnudo, vestían pieles y cubrían sus piernas con una especie de calentadores blancos, tocaban tambores y danzaban enérgicamente.

Al acabar fuimos a ver las Cataratas Mantenga, a 2km. de allí. Eran más altas de lo que esperábamos. Cruzamos descalzos el pequeño río para pasar al otro lado y sentimos el agua helada. Nos acercamos hasta la caída del agua, saltando por las rocas. Esa fue nuestra despedida del pequeño y curioso país.

 

© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego

jueves, 6 de junio de 2013

SEÑALES VIAJERAS DE SUDÁFRICA




 
El cartel advertía tener cuidado con los con los cocodrilos y los hipopótamos, otros avisaban de la presencia de cocodrilos, hipopótamos y tiburones (¡) y de no tirar comida al agua. Estábamos en el Parque de los Pantanos de Santa Lucía, en Sudáfrica. Decían que por las tranquilas calles del pueblo de Santa Lucía podías encontrar un hipopótamo paseando y que no eran precisamente amistosos. Nosotros no encontramos ninguno, pero oímos sus bramidos.


 
El parque estaba considerado Patrimonio Mundial y tenía 200km2. Tenía el Océano Índico a un lado y varios lagos al otro. El lago de Santa Lucía que le daba nombre era el estuario más extenso de África, con cinco ecosistemas diferentes: desde arrecifes y playas, hasta lagos, pantanos y bosques de interior y costeros. Su fauna abarcaba desde hipopótamos hasta cebras.


 
Encontramos otras señales curiosas, pero la que superaba a todas era la que advertía del peligro de topar con elefantes, rinocerontes, leopardos, búfalos o leones, que vimos el el Parque Nacional Kruger, la joya de Sudáfrica, una franja de 65km. de ancho por 350km. de largo, en el que había la mayor abundancia de animales. Los vimos a todos ellos, menos al rey. Disfrutar de la vida animal en su entorno fue muy especial. Pero la señal también fue un buen detalle para el recuerdo.
 
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martes, 4 de junio de 2013

EL BESO DEL HIPOPÓTAMO






Imaginar dos hipopótamos frente a frente. Se rozan, abren sus bocas, parece que se besan. Pero en realidad se están retando, se enfrentan, o juegan, quien sabe. Sus bramidos pueden expresar ambas situaciones. Enseñan sus colmillos amarillentos. Tal vez es una rivalidad por una hembra. Y nosotros somos los espectadores curiosos.





Desde el barco que partía del embarcadero de Santa Lucía, los contemplamos. Estábamos en el Parque de los Pantanos Santa Lucía en Sudáfrica, considerado Patrimonio de la Humanidad. En las orillas había grupos de hipopótamos con sus crías, tomando el sol y descansando. Tenían aspecto de elefantes y eran pesados y lentos, aunque leímos que podían correr. Su piel parecía lisa y áspera, aunque era suave. Podían pesar entre 1,5 y 3 toneladas, y pese a su apariencia imponente y fiera eran herbívoros.





Abrían sus grandes y rosadas bocas uno frente al toro, y se sumergían con un bramido curioso, como un fuerte croar de ranas. Más allá encontramos un grupo de veinte hipopótamos medio sumergidos. Estábamos muy cerca, con el motor detenido, y se distinguían sus ojos saltones con la piel más rosada alrededor y las orejas. Dejaban asomar el lomo grisáceo por encima de la superficie del agua, y nadaban. Estaban bastante activos. Algunos tenían crías pequeñas a su lado y se mostraban protectores. Nos dejaron observarles un buen rato y después caminaron lentamente hacia el interior, a resguardarse de las miradas ajenas.

 

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domingo, 2 de junio de 2013

EL LATIDO DE SOWETO

 

 
Soweto era uno de los distritos segregados de Johannesburgo, también llamados townships, en el que vivían entre 2,5 y 5 millones de sudafricanos. Se creó en 1904 para trasladar a las personas no blancas fuera de la ciudad, sin enviarlas demasiado lejos para poder mantenerlas como mano de obra barata, una especie de gueto. Se convirtió en un símbolo y fue testigo de acontecimientos históricos.


 
Subimos a un punto desde el que se tenían vistas de todo Soweto, dominado por la colina de las minas de oro. Johannesburgo fue durante mucho tiempo fue la capital mundial de la producción de oro, pero la explotación minera afectó  al medio ambiente y al suministro de agua potable. La consecuencia fueron aguas ácidas, que podían ser tratadas en procesos que se encarecían demasiado. Por todas partes se veían casitas de planta baja pintadas de colores con tejados rojos. Dos grandes torres de una antigua central térmica, estaban decoradas con dibujos y unidas por un puente colgante; desde ellas se tiraban acróbatas y equilibristas.




Las construcciones eran de ladrillo o cemento, pero también vimos casetas sencillas de uralita con peluquerías y pequeños comercios o bares, donde vendían la cerveza local en envases de cartón. Un museo recordaba la protesta de los estudiantes negros por la imposición del afrikaans como único idioma en las escuelas, que trajo consigo la muerte por disparos de la policía de la víctima más joven de la lucha: un niño de 13 años llamado Héctor Pieterson. En la protesta fallecieron 566 escolares.

 
En la zona de Orlando West, estaba la casa de Nelson Mandela, el hombre que más luchó contra el racismo y por los derechos de la raza negra. Curiosamente la casa estaba junto a la del obispo Desmond Tutu, así que en un pequeño tramo de calle habían vivido dos Premios Nobel de la Paz. La casa de Mandela se construyó en 1945 y vivió con su primera mujer Evelyn, y con Winnie durante unos años más hasta que Mandela fue llevado a prisión en 1960. Estuvo veintisiete años encarcelado. Era una biografía emocionante y que impresionaba, todo el mundo quería y respetaba a Maduba, como le llamaban cariñosamente. El corazón de Mandela, maltrecho, sigue latiendo. Los jóvenes, como las mujeres sentadas en el banco que me sonreían, escribirán el futuro de Soweto. Todos ellos son el latido de Soweto. Escuché ese latido.
 
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