martes, 11 de agosto de 2015

LA FAMILIA NÓMADA SAN

 

Los san eran un pueblo nómada africano, también llamados bosquimanos, “hombres del bosque”. Se desplazaban por el desierto del Kalahari en busca de agua, alimentos y refugio. Nos dijeron que el término “bosquimano” les resultaba despectivo y preferían llamarse san. En Bostwana tuvimos oportunidad de conocerlos y dimos un paseo con una familia san, formada por tres hombres, tres mujeres y dos niños pequeños. Se presentaron dándonos la mano y sonriendo; no hablaban nada de inglés pero nos entendimos. Su lenguaje tenía unos chasquidos característicos.

Eran muy delgados, de piel dorada, las mujeres vestían una falda de piel y los hombres llevaban un taparrabos. Tenían cintas en el pelo, pulseras y adornos hechos con cuentas de plástico de colores. Los hombres llevaban el pelo más largo que las mujeres, en peinados con trencitas. Las mujeres cargaban los niños a la espalda.


Caminamos en hilera siguiendo sus pasos, contemplando sus largas piernas. De repente pararon y una mujer excavó la tierra sacando un tubérculo. Era grande, parecido a un coco verde. Con un palo afilado rascaron la superficie y salieron unas virutas que estrujaron con la mano obteniendo un agua con sabor a regaliz.

Los tubérculos y la carne de caza, de antílopes, jirafas o cebras, eran su dieta tradicional. Era un pueblo de cazadores y recolectores de frutos, hierbas y raíces. Pero tenían un problema porque la caza era ilegal en Bostwana. Además, fueron trasladados de sus tierras ancestrales porque se descubrieron diamantes en la reserva donde vivían. 


Luego nos sentamos y nos hicieron una demostración de como tiraban los “bastones mágicos”, por ejemplo para decidir la dirección que tomar para ir de caza. Los hombres hicieron un fuego en pocos minutos frotando dos palos y soplando el extremo cuando empezó a salir algo de humo por la fricción. Nos enseñaron que los excrementos de elefantes también podía quemarse y desprendían un humo que ahuyentaba los mosquitos.



Los acompañamos a su campamento. Ellos estaban en continuo movimiento y habían caminado 250km, procedentes de la frontera con Namibia, hasta llegar allí. Apenas llevaban dos semanas. En Bostwana era donde había más población san, llegando a 40.000 personas, pero también vivían en Namibia, Angola, Sudáfrica, Zambia y Zimbawe. 

El campamento eran tres chozas de cañas amarillas, con una pequeña entrada. Allí solo dormían o se resguardaban durante la temporada de lluvias. Los hombres se colocaron unos cascabeles hechos con semillas en las piernas, eran como sonajeros. Todos cantaron batieron palmas, y bailaron con sus adornos sonoros.


Su cultura y su modo de vida tradicional estaban amenazados y se enfrentaban a muchas dificultades. Pero aquella familia nos mostró en un rato sus habilidades y recursos para sobrevivir en un entorno tan seco y aparentemente hostil. Todo un ejemplo de adaptación al medio. 


domingo, 9 de agosto de 2015

LOS SALARES DE NATA

Desde Kasane, la base para visitar el Parque Nacional de Chobe, cogimos una combi hasta Nata. El trayecto duró tres horas, a través de terreno bastante árido con algunas acacias y altos cactus de flores rojas.

Nata era una pequeña población del norte de Bostwana, de apenas 6.800 habitantes, lindando con el Delta del Okavango y cerca de la frontera con Zimbawe. Desde allí visitamos en un jeep abierto el Parque Nacional Makgadikgadi, lindando con el Delta del Okavango.


Atravesamos la sabana que formaba parte del Desierto del Kalahari. Entramos en el Parque Makgadikgadi por el Santuario de Aves. Gran variedad de aves sobrevolaban la zona y se veían sus huellas sobre el terreno seco.  

En la zona había tres salares llamados Pan, eran lagos secos, blancos y agrietados. Leímos que la suma de los tres salares era mayor que la del Salar de Uyuni en Bolivia. Al pisar los salares crujían a nuestro paso, al romperse la costra superficial. Había huellas de aves. No eran de un blanco tan cegador como los de Uyuni, pero era un paisaje especial, aislado y en un territorio que pertenecía a los animales.

Paramos en el Delta del río Nata y encontramos un gran lago, cuya extensión no hubiéramos podido imaginar en un paisaje tan seco. El lago se perdía en el horizonte, aunque nos dijeron que no era muy profundo, apenas cubría las rodillas y en época de lluvias tal vez superaba el metro de profundidad. Dentro del lago, en una lengua de tierra próxima a la orilla, descansaban unos pelícanos de pico amarillo, mezclados con gaviotas


En los alrededores crecía hierba amarilla alta, entre la que pastaban manadas de ñús y búfalos, entre algunos baobabs.

Nos alojamos en el Nata Lodge, que renació de las cenizas tras un incendio. Era un pequeño oasis en el desierto, con piscina y rodeado de vegetación, con alguna palmera.





Al día siguiente, desde Nata fuimos a Gweta  en un trayecto de una hora. Allí hicimos otra excursión al Pan Netwetwe. Nos llamaron la atención los grupos de suricatas, pequeñas mangostas que tenían la peculiaridad de ponerse de pie, erguidos totalmente y colocando los bracitos en su parte delantera. Eran una especie de roedores con cola, tipo ardilla y correteaban a cuatro patas. Estuvimos un buen rato viéndolos corretear, erguirse mirando a su alrededor y excavando sus madrigueras. Eran realmente curiosos y muy graciosos.





Atravesamos el salar llamado Pan Netwetwe. La primera visión fue una larga franja blanca en el horizonte, tras la hierba amarilla. Cuando nos metimos dentro del salar Netwetwe con el jeep apreciamos su extensión. Bajamos del vehículo y el terreno crujía bajo nuestros pies. Era una fina costra superficial, con grietas de forma hexagonal. No se veía nada ni a nadie, era una inmensa superficie desierta. 



El paisaje era una franja de cielo azul, una franja blanca del salar y detrás la hierba amarilla. Empezamos a corretear y hacer fotos, jugando con la perspectiva, como en el Salar de Uyuni. Al no haber referencias podían percibirse ilusiones ópticas. Contemplamos la puesta de sol en la laguna. La salina se tiñó de tonos dorados, y la franja de cielo de alrededor cambió de los rojos a los rosados.





viernes, 7 de agosto de 2015

LA VIDA SALVAJE DEL PARQUE NACIONAL DE CHOBE

Recorriendo el Parque Nacional de Chobe en Bostwana, nos metimos por un sendero boscoso. No parecía haber animales, y de repente a un lado de la pista, sobre la rama baja de un árbol encontramos a un leopardo. Paramos en seco y retrocedimos un poco. El leopardo bajo del árbol, pero no debimos parecerle una amenaza por se sentó en el suelo. Era un precioso leopardo moteado, con los ojos claros verdosos. Y nos miraba desafiante.


La zona de la ribera del rio Chobe era verde, dorada y húmeda. Cerca del río había múltiples lagunas donde iban los animales a beber. Vimos grupos numerosos de impalas y elefantes jirafas, cebras, fagoceros, chacales, hipopótamos, cocodrilos, gallinas de guinea, búfalos, kudus y leones.

Las jirafas se movían elegantemente con su parsimonia. Leímos que tenían un corazón de 9kg para poder bombear sangre hasta su cerebro. De ahí sus movimiento como en cámara lenta. Podían medir 6m de altura.






Vimos a los elefantes comiendo hojas de las ramas y hierba que cogían del suelo. Primero arrancaban las raíces de la tierra golpeando con sus patas. Bebían curvando la trompa y a veces se echaban tierra por encima para refrescarse. El polvo y el barro les protegían la piel del sol y de los insectos y parásitos. Movían las orejas, que tenían un sistema de irrigación propio dado su gran perímetro, para refrescarse. Varias hembras estaban embarazadas. La gestación duraba 22 meses.






Encontramos un grupo de cuatro hembras con varios leones jóvenes y sus cachorros. Iban caminando en hilera hacia el agua. Los seguimos desde muy cerca con el jeep, viendo su piel dorada al sol. Nos ofrecieron el trasero como despedida y ni se inmutaron por nuestra presencia. El atardecer lo tiño todo de una luz dorada y en las extensiones de hierba verde y amarilla, entre lagunas, se esparcían auténticas manadas de animales. Cientos de antílopes con jirafas, cebras y elefantes eran los más abundantes.


Vimos babuinos que se sentaban ante los excrementos secos de los elefantes y deshacían las bolas para conseguir la semilla que defecaban entera. Encontramos grupos de babuinos caminando a cuatro patas y cargando sus crías bajo el vientre o sobre el lomo. Unos jugaban saltando por las ramas de los árboles y otros se sacaban parásitos del pelaje.



Los bisontes lucían su montera característica con los cuernos. Eran un grupo numeroso, sentados a la sombra de un árbol y rumiando la hierba que comían.


Pasamos tres días recorriendo el parque, y uno de ellos cogimos una barca por el rio Chobe. El paisaje era espectacular, lenguas de tierra verdes y amarillas, y el azul de agua brillando. En la orilla se veían cocodrilos y en tierra manadas de antílopes y elefantes. Algunos grupos eran de cien ejemplares. Una abundancia de animales extraordinaria.




Por las noches, en el silencio del campamento, oímos los rugidos de un león y la estampida de una manada de cebras, que pasó por detrás de la tienda. Nos despedimos del Parque Nacional de Chobe con un montón de imágenes en la cabeza, emocionados y admirados de su belleza y abundancia de animales.