viernes, 30 de noviembre de 2007

EL SIFONAZO ARGENTINO




Aquella mañana de domingo en la plaza Dorrego de Buenos Aires los puestos de antigüedades habían desplazado a la artesanía hippie por un día. Había todo tipo de antigüedades: joyas, teléfonos de baquelita y madera, discos de vinilo, cámaras de fotos de fuelles, monedas y billetes, soldaditos de plomo, coches de juguete, cuberterías y vajillas antiguas, afiches publicitarios, cajas metálicas, botellas de medicamentos, gramolas y vitrolas, objetos pamperos como boleadoras o sogas trenzadas…y sifones.



Los sifones eran lo que más abundaba, los había de todos los colores: verdes, azules, naranjas, rojos, amarillos. La parte superior era metálica, y el vidrio era grueso y pesado. Vimos un puesto que se llamaba “El Sifonazo” y nos hizo gracia. Muchos servían para ambientar las viejas tabernas, pulperías y cafés argentinos. Acabamos comprando un sifón que pesaba unos dos kilos y hoy decora mi cocina. La verdadera Feria de San Telmo estaba ubicada en un recinto cerrado desde 1987, un batiburrillo interesante y atractivo. Otro lugar para recordar, tal vez tomando el aperitivo. ¿A qué apetece un vermut con sifón?

© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

jueves, 29 de noviembre de 2007

EL SUEÑO DE BORGES





Imaginad un teatro repleto de miles de libros, con estanterías repartidas en los palcos. Un palco pequeño tiene a la entrada el cartel de “Sala de lectura”, aunque por todas partes hay sillones en los que montones de gente hojean y leen libros, absortos en su paraíso. El sueño de cualquier lector y amante de la literatura. El sueño de Borges, tal vez. Pero no es un sueño: existe. Está en Buenos Aires, la ciudad natal del escritor, y se llama “El Ateneo”.

En el escenario, entre cortinajes de terciopelo rojo, hay un café con actuación de música de piano en directo. Pedimos cortados, que nos sirvieron con una galleta de chocolate y un vaso de agua, como se hacía antaño, mientras degustábamos el hojeo de un libro. Me pareció estar dentro de un sueño y pensé que aquel lujo de librería sólo era posible en Buenos Aires, una de las ciudades del mundo con más librerías por metro cuadrado. Me pregunté cuánto tiempo más sería rentable. Le deseo muchos años de vida a “El Ateneo”. Allí nos quedamos una tarde fascinados por aquel entorno único y especial. Un lugar para recordar.





© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego

lunes, 26 de noviembre de 2007

NAVEGANDO POR LOS CANALES CHILENOS

 

Desde Punta Arenas embarcamos en el Evangelistas, de la naviera Navimag, un barco de carga que transportaba ganado y pasajeros. Embarcamos a la una de la madrugada y nos pusimos a dormir. Pasamos por el Estrecho de Magallanes y a las siete nos despertó la megafonía informando de que pasábamos por La Angostura, el paso más estrecho de todo el trayectoSalimos a cubierta y disfrutamos de un paisaje espectacular con montañas nevadas, reflejándose en la superficie del agua.


La tripulación nos informó de que íbamos a recorrer 1.500km en los tres días de travesía por los Canales Chilenos en el Océano Pacífico. Pasamos por el Golfo del Almirante Montt y a lo largo del día por los canales de Santa María, el estrecho Collingwood y el canal Sarmiento. El mar estaba muy tranquilo, al pasar entre canales, pero ya nos avisaron que después sería movido. 


Nos dejaron entrar en el Puente de Mando a curiosear. Vimos los instrumentos de navegación y pantallas de monitores que indicaban la profundidad del fondo marino. La tripulación nos enseñó un compás magnético, los cronómetros que medían la velocidad del viento y otros instrumentos que indicaban la posición y la dirección del barco. En el cuaderno de bitácora indicaban las horas en que finalizó la carga y la hora de zarpe de madrugada. Había dos pilotos y el capitán. Uno de los pilotos manejaba el compás sobre una carta marítima. Aunque tuvieran tantos instrumentos y GPS, el cálculo manual seguía siendo imprescindible.


Vimos el Glaciar Amalia, la lengua de hielo bajaba de la montaña. Las crestas del glaciar estaban manchadas de barro por la morrena. En el frente del glaciar se apreciaban los tonos azules y también las grietas. 

La tripulación nos ofreció interesantes charlas a bordo sobre los indios Kawesqar, sobre Puerto Montt y el archipiélago Chiloé y sobre los modismos chilenos. También proyectaron películas y tuvimos numerosas tertulias con otros viajeros, confraternizando con ellos y con los tripulantes en el transcurso de los días. 


Desembarcamos en Puerto Edén. Como no había un puerto grande vinieron a buscarnos embarcaciones pequeñas. El día estaba brumoso y lloviznó. Puerto Edén era una pequeña población de pescadores con una comunidad de indios Kawesqar. El día anterior nos dieron una charla interesante sobre estos indígenas, que no habían podido adaptarse al llamado “progreso”. 


El pueblo tenía unas pasarelas de madera como calle principal, y las construcciones eran de chapa y madera, muy modestas. Las mejores casas eran la escuela y la Oficina de Correos. Había un par de tiendas tipo colmado. Subimos al mirador para contemplar el entorno verde rodeado de mar. Las condiciones de vida de Puerto Edén nos parecieron bastante duras, en aquel aislamiento. Solo estaban comunicados a través del barco, un par de veces por semana. Total, que Puerto Edén ni tenía puerto, ni era el paraíso.



Pasamos por la Angostura Inglesa de unos 180m de anchura, y por el Canal Messier, que era el más profundo con unos 1300m. Allí estaba el Bajo Cotopaxi donde naufragó el barco inglés que le dio nombre. Posteriormente naufragó otro barco en 1970, el griego Capitán Leónidas, pero no se había hundido. Su casco oxidado y con musgo en la cubierta permanecía a flote en la superficie del mar, como un fantasma. La Armada Chilena había colocado un faro. Pasamos junto al pecio y lo vimos con los prismáticos desde el Puente de Mando. Lo vimos en el radar convertido en una raya amarilla. El radar también captaba las olas como pequeñas rayas.

Después pasamos por el Golfo de Penas, en mar abierto, donde el Océano Pacífico mostraba la falsedad de su nombreEra la zona austral de Chile, conocida por sus temporales y fuertes vientos y corrientes  marinas . El barco empezó a bascular, meciéndose de un lado a otro. Nos situamos en la cubierta exterior de popa, más protegida del viento. Con un grupo de pasajeros jugamos a mantener las piernas abiertas y perdía el que primero dejara el punto de apoyo. Al superar el Golfo de Penas la tripulación nos informó de que las condiciones de la travesía fueron favorables, con vientos de 30km y olas de 5m de altura, pero podían llegar a 12m o más. Evitamos el mareo tomando las pastillas, pero no fue el caso de otros pasajeros. Así que tuvimos mucha suerte. 

El último día navegamos por la Bahía Anna Pink, por el Canal Pulluche, el Canal Moraleda (uno de los más anchos, con 4km) y por el Golfo de Corcovado. Al despertar llegamos a Puerto Montt, el final de trayecto. Fue un crucero poco convencional y fantástico, donde disfrutamos de paisajes únicos y maravillosos.



jueves, 22 de noviembre de 2007

LAS TORRES DEL PAINE

El Parque Nacional Torres del Paine en Chile, estaba a 112km de Puerto Natales, donde nos alojamos. Estaba situado entre la Cordillera de los Andes y la estepa patagónica. Lo formaban montañas, valles, ríos, arroyos, lagos, lagunas y glaciares, y era una Reserva de la Biosfera. Pasamos dos días en el parque. La Patagonia era una zona ventosa, pero el día amaneció sin viento. Antes de llegar paramos en un lago donde se reflejaban las montañas nevadas en la superficie totalmente lisa.


El día estaba soleado y con un cielo azul limpio. Los senderos estaban bien marcados. Elegimos el sendero al Mirador de las Torres del Paine, que ascendía a través de bosque y colinas onduladas. El trekking empezaba desde el Hotel Las Torres, de fachada roja con tejadillos de pizarra negra, que fue una estancia de ganado vacuno. 

Cruzamos un puente sobre el río de aguas verdosas. Desde el principio tuvimos la impresionante vista de las torres que se elevaban casi verticalmente más de 200m por encima de la estepa patagónica. Eran espectaculares columnas de granito entre picos nevados. Las torres tenían las paredes tan escarpadas que la nieve resbalaba y no llegaba a cuajar. Tardamos unas cuatro horas en el trayecto.




Durante el camino rellenamos las botellas de agua fresca de los arroyos. Nos cruzamos con algunos senderistas que bajaban a seguir otra ruta después de haber dormido en los refugios altos. Comimos un bocata en un merendero del camino. El último tramo fue una ascensión empinada por una pedrera. De vez en cuando encontrábamos marcas rojas en las piedras grandes. Llegamos cansados y contentos. Las Torres del Paine se levantaban ante nosotros con sus 200m de altura, y al pie tenían una laguna verde. Bajamos a la laguna a tocar el agua. Estaba fría, pero apetecía mojarse los pies después de la caminata.


Al día siguiente fuimos a la Laguna Pudeta y al Mirador de los Cuernos del Paine. El día estaba soleado, pero hacía más viento, ya no se veía el reflejo de las torres en la laguna de entrada al parque. El sendero hacia el Mirador de los Cuernos era mucho más fácil, un paseo agradable. Caminamos entre plantas verdes de aspecto esponjoso, que en realidad eran espinosas. Pasamos por una cascada que caía con fuerza, con chorros de espuma blanca. Era una de las cascadas que nacían del Campo de Hielo Patagónico Sur.



Los Cuernos eran la parte superior de la montaña, recortados en un color más oscuro. La roca estaba casi negra en la cima y contrastaba con la roca marrón de la parte inferior. Había agua por todas partes. Llegamos en una hora al mirador, al pie de una laguna azul.

Disfrutamos de la belleza del paisaje. No era extraño que se considerara al Parque Nacional Torres del Paine como la octava maravilla del mundo.






domingo, 18 de noviembre de 2007

EL FITZ ROY Y EL DIOS EOLO


El Chaltén, en la Patagonia Argentina, era como el salvaje oeste. Un pueblo pequeño y disperso, donde el espacio se siente. Espacio y viento. Nos dijeron que el viento iba con el lugar. El fuerte viento patagónico, que puede llegar a superar los 100km/hora. A pesar de la belleza de las montañas, el pueblo tenía algo de desolación; era un lugar que podría ser el fin del mundo. Entre las cabañas dispersas crecían flores amarillas en las praderas.


Desde el acogedor hotel se veía el pico Fitz Roy. Su nombre en Teuelche significa “Pico de fuego” o “montaña humeante” porque suele estar envuelto en nubes. Después lo rebautizaron con el nombre de Fitz Roy por el capitán de la nave Beagle, que llevó la expedición de Darwin río Santa Cruz arriba en 1834, hasta llegar a una distancia de 50km. de la cordillera. Tenía una altura de 3405m. Desde El Chaltén hicimos varias excursiones por los alrededores, una de ellas la del Sendero del Fitz Roy, a través de bosques, y vimos el pico desde diversos ángulos, siempre imponente y desafiador.


El fuerte viento empujaba constantemente masas de nubes blancas que envolvían la montaña y hacían que su imagen cambiara a cada instante. Pero la benevolencia de los dioses eólicos permitió que pudiéramos admirar unos minutos el Fitz Roy sin nubes, recortado contra el cielo azul. Y después Eolo siguió rugiendo.





jueves, 15 de noviembre de 2007

LOS GLACIARES Y EL LAGO ONELLI

 

Desde El Calafate hicimos una excursión en barco por el Parque Nacional de los Glaciares. Embarcamos en Puerto Bandera y pasamos un paso estrecho conocido como la Boca del Diablo, para recorrer el brazo norte del Lago Argentino. Lucía un sol espléndido y el cielo estaba azul. El barco era un catamarán grande de dos pisos, con ventanales panorámicos y buena calefacción. Tenía dos pasillos laterales y la parte de proa y popa para salir al exterior a contemplar las maravillas de la travesía.

La primera parada fue el Glaciar Spegazzini, que debía su nombre a un botánico italiano. Era más alto que el Perito Moreno, con paredes de 80m a 135m de altura, un ancho de 15km y 25km de longitud. Una mole de hielo ante nosotros.



Estaba alimentado por otros dos glaciares, el Mayo Norte y el Peineta. Vimos algún desprendimiento y escuchamos el estruendo que lo acompañaba. Un espectáculo de la naturaleza

Seguimos la navegación y encontramos enormes icebergs pasando junto a ellos. Algunos formaban arcos y tenían oquedades. Uno de ellos parecía la cara de un fantasma. Muchos tenían tonos azules por el grado de compactación del hielo y el efecto refractivo de la luz. Los témpanos o icebergs solo emergían el 15% sobre el nivel del agua, y el 85% restante permanecía bajo el agua.








El Glaciar Upsala también era impresionante. Era una lengua enorme de hielo que bajaba de las montañas para desembocar en el Lago Argentino, de aguas color azul lechoso o verdoso, por los sedimentos. Se conocía como “leche glaciaria” que provenía de las partículas minerales suspendidas en el agua, cuyo origen se debía a la erosión producida por el glaciar en sus lechos rocosos. Los glaciares era ríos de hielo que se forman por acumulación de nieve en las cuencas superiores o ventisqueros; la nieve se transforma en gránulos que eliminan. Toda esa explicación la leímos en el folleto informativo que nos dieron a bordo del catamarán.




Las paredes del Upsala tenían de 60 a 80m de altura, y el glaciar tenía de 5 a 7km de ancho y 60km de longitud. Inmenso. Se veían grietas verticales azules, y la parte superior de la pared con forma de agujas picudas. En alguna parte el hielo estaba sucio de la tierra y rocas que arrastraba la morrena, pero eran zonas muy pequeñas. El blanco deslumbrante lo dominaba todo. 

Era el más grande del Parque Nacional de los Glaciares, y el más largo de Sudamérica. Debía su nombre a la ciudad sueca homónima, cuya universidad patrocinó en el s.XX el primer estudio geológico de la región. En 1932 una expedición al mando del Coronel Emiliano Huerta y el ingeniero Mario Berbne, realizó el primer cruce del Hielo Continental Patagónico, atravesando el Glaciar Upsala. En los últimos años, con el cambio climático, se había observado un importante retroceso.



Tras cuatro horas de navegación entre glaciares, desembarcamos en la Bahía Onelli. Caminamos unos 800m a través de un bosque precioso, un típico bosque andino patagónico y los árboles eran langas. Vimos muchos troncos arrancados de raíz y otros rotos, por la fuerza del aire. Era increíble el poder de destrucción de esta fuerza, pero creaba un paisaje irreal y bello. Y al otro lado del bosque encontramos la gran sorpresa: el Lago Onelli.


Tres glaciares confluían en el Lago Onelli: el Onelli, el Bolado y Agassia. De ellos provenían los cientos de témpanos que flotaban y se reflejaban en la superficie del agua. Caminamos al extremo más distante del lago, contemplando la infinidad de formas del hielo: un témpano parecía un cisne, otro un fraile con capucha, otro un barco, otro un dragón, un animal con la boca abierta, una foca apoyándose en las aletas, una cara con ojos y boca redondas…Tocamos el agua y estaba fría, nos dijeron que tenía 5º, una persona que cayera al agua sólo aguantaría dos minutos con vida. El lago fue la última maravilla que vimos aquel día en el Parque Nacional de los Glaciares. Un impresionante Patrimonio de la Humanidad.