Al entrar en el interior de la tienda
nos recibió un ambiente cálido. Alrededor de la estufa de carbón, y sentados en mesas con hules de colores, varios
tibetanos hacían un alto en el camino. Allí comimos carne de yak con patatas y
momos, el pan blanco tibetano. Los hombres usaban sombreros de ala ancha y sus
rostros estaban tostados por el sol y pulidos por el frío de los caminos.
Encontramos estos jinetes alrededor del lago Namtso.
Sus caballos eran pequeños, eran
caballos de Nangchen, autóctonos de Tibet, como los llamados ponis del
Himalaya. De ellos hablaba Michel
Pesissel en su interesante libro “Los
últimos bárbaros”, que me acompañó durante el viaje.
Decía Peissel que el control de un
territorio tan vasto como el Tibet sólo era concebible para un pueblo de
jinetes. Una vez al año los nómadas de
Nangchen se reúnen para una curiosa cacería: “Las chicas casaderas más guapas se ponen sus mejores galas, se cubren
de turquesa, coral, plata y ámbar, se aceitan las trenzas, las blusas de seda
más bonitas les acarician los senos, se aflojan el cinturón de las chubas para
poder montar a horcajadas…Los chicos eligen…y ellas, por su parte, sopesan a
los pretendientes y también hacen sus elecciones. El éxito dependen de la
velocidad de los caballos y de la agilidad de los jinetes.”
Peissel fue el descubridor del origen
del río Mekong en las tierras heladas del “techo del mundo”. En su libro recoge
estos dichos tibetanos:
“Así
como una cabra no se refugia en la llanura,
el
hombre de verdad no vive en la comodidad”
“Quienes no aman la comodidad, pueden
realizar mil hazañas.
Quienes
no aman las dificultades, no pueden superar ni una.”
En los viajes he vivido
muchos momentos en los que se prescinde de la comodidad y hay que superar
dificultades para estar donde se quiere estar, para ser espectadores de lo
maravilloso. En la vida sucede igual.
Mirando
como galopaban en sus pequeñas cabalgaduras pensé que la vida de aquellos
jinetes tibetanos carecía de comodidad, y que requería esfuerzo, inteligencia y
siglos de adaptación a una tierra áspera y bella: Tibet.
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego