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miércoles, 16 de octubre de 2019

EL PASO DOCHULA


El Dochula Pass estaba a 3100m de altitud. Era un puerto de montaña en la cordillera del Himalaya, en la ruta de Timbhu a Punakha. Llegamos por una carretera que atravesaba montañas boscosas. Había tramos con banderolas de oración.

Sobre un montículo había 108 chortens dispuestos en forma circular. Chorten era el nombre en butanés y tibetano de las stupas budistas. No tenían la forma de campana habitual de las stupas; eran como torres blancas con tejadillo triangular. Fueron construidas por encargo de la última reina madre de Bután en 2004. Los llamaban chörtens de la victoria, por ser un monumento en honor a los soldados butaneses que murieron en la batalla de diciembre de 2003 contra los insurgentes de Assam de la India.







Un grupo de mujeres butanesas pararon y se hicieron fotografías en el entorno. Vestían la kira, su traje tradicional de chaquetilla de seda y falda larga. Los chortens estaban rodeadas de verdes jardines y con el día luminoso que hacía el conjunto se veía precioso. Hicimos un alto en el camino y tomamos un té. Las vistas de las montañas desde allí eran magníficas y en la lejanía se veían los picos nevados del Himalaya.



martes, 15 de octubre de 2019

BUTÁN, LA LLEGADA Y EL CHORTEN TIMBHU

 

Bután nos atraía hacía mucho tiempo, pero durante años nos resistimos a viajar por la obligación de pagar las caras tasas diarias. Formaba parte de la política de “Felicidad Nacional Bruta” que rige el país. Una parte era la Tasa de Desarrollo Sostenible, destinada a invertir en educación y asistencia sanitaria gratuitas para los butaneses. Como vimos que no cambiaba la normativa, decidimos viajar desde Nepal, era más económico, incluso pudimos regatear el precio final. 

Volamos con Drukair, la compañía butanesa. El vuelo desde Kathmandú apenas duró una hora y fue espectacular. Estábamos en el lado izquierdo que tenía mejores vistas de la Cordillera del Himalaya con sus picos nevados. El cielo estaba completamente azul, sin una sola nube. Y las montañas parecían cercanas. Un panorama único y magnífico.

Bután contaba con 18 picos de más de 7000m de altitud. Sólo uno de ellos estaba abierto a los alpinistas. Decían que el Gagkhor Puensum de 7451m era el monte más alto sin escalar del mundo. No estaba permitido por razones religiosas.

El Aeropuerto de Paro era el más bonito que habíamos visto. Leímos que era uno de los diez más peligrosos del mundo. En medio de la cinta transportadora del equipaje había una maqueta gigante de un Dzong, la mezcla de Monasterio y Fortaleza. El Aeropuerto estaba en Paro, a 48km de Timbhu, la capital.

Nos recogió Tashi, un chico joven vestido con el go, el traje tradicional. Tashi fue nuestro guía en los días que pasamos en Bután. Como gesto de bienvenida nos ofreció dos pañuelos blancos de seda, como hacían en el Tibet.


Lo primero que vimos en Bután fue el National Memorial Chorten, conocido como Chörten Timbu, un monumento religioso budista construido en 1974. Era una estupa blanca coronada por un capitel dorado. Al entrar vimos unas grandes ruedas de oración, de unos 2m de altura. El ambiente era de misticismo y devoción.

Lo más interesante fue la gente que había alrededor y sentados en esteras sobre el suelo. Eran peregrinos butaneses, la mayoría muy ancianos, con el pelo canoso y rostros surcados por arrugas. Giraban sus molinillos de oración. Llevaban su comida y comían con calma. Algunos nos sonreían al pasar y otros seguían a lo suyo. También había monjes budistas de túnica granate, con el hombro derecho al descubierto.








                     


domingo, 13 de octubre de 2019

EL HIMALAYA DESDE NAGARKOT

 

El trayecto desde Katmandú a Nagarkot era de solo 32km. Tardamos algo más de una hora en recorrerlos. El presidente chino estaba de visita oficial y la ciudad estaba tomada por la policía y el ejército con metralletas, y cortaron muchas calles. 

El paisaje era montañoso y muy verde, con terrazas de arroz escalonadas y campo de cultivo de patatas, con tallos verdes. Vimos algunas mujeres campesinas trabajando. Nagarkot era un pequeño pueblo a los pies del Himalaya, a 2.195m de altitud, con pocos habitantes y casas dispersas. Tenía fama merecida de ser el mejor lugar para disfrutar de las vistas del Himalaya. 




Paramos en el mirador, donde había una atalaya metálica con escalera vertical. Subimos y contemplamos las vistas de la Cordillera del Himalaya, una larga cresta con los picos del Dhaulagiri (8167m), el Kandenjunga (8586m), el Langtang Lirung (6966m), el Shisha Pangma (8012m), el Dorja Lakpa (6966m) el Gauri Shankar (7134m) y la montaña más conocida y mítica, el Everest de 8848m de altitud. El Himalaya era la cordillera más alta de la tierra, con más de cien cimas que superan los 7000 metros y catorce cimas de más de 8000 metros de altura. 

En aquellas montañas nacían algunos de los mayores ríos del mundo: el río Ganges, el río Indo, el río Brahmaputra, río Yamuna o el río Yangtsé. No era extraño que fueran unas montañas sagradas para el hinduismo y el budismo. Impresionaban.


El nombre de Himalaya derivaba del sánscrito y significaba “morada de la nieve”. El día estaba espléndido, con cielo azul intenso y una franja de nubes blancas por debajo de los picos nevados. La nieve blanquísima destacaba en el azul del cielo. Nos quedamos un rato en la torre, pese al poco espacio de la plataforma, mirando los picos nevados con los prismáticos, viendo como se movían las nubes dejando asomar un trozo más de montaña u ocultándolo, y haciendo múltiples fotos de las magníficas vistas. 

Desde la base de la torre también se tenían buenas vistas de las montañas, y podían encuadrarse con el verde de la vegetación de alrededor. La terraza del Hotel Country Villa ofrecía unas fantásticas vistas del valle y la cordiellera. Habíamos visto el Himalaya desde Sikkim, desde Bután y desde Tibet en otros viajes. Desde todos los lugares la mítica cordillera impresionaba y dejaba huella. Un paisaje espectacular.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

JINETES TIBETANOS


 
Al entrar en el interior de la tienda nos recibió un ambiente cálido. Alrededor de la estufa de carbón, y sentados en mesas con hules de colores, varios tibetanos hacían un alto en el camino. Allí comimos carne de yak con patatas y momos, el pan blanco tibetano. Los hombres usaban sombreros de ala ancha y sus rostros estaban tostados por el sol y pulidos por el frío de los caminos. Encontramos estos jinetes alrededor del lago Namtso. 
Sus caballos eran pequeños, eran caballos de Nangchen, autóctonos de Tibet, como los llamados ponis del Himalaya. De ellos hablaba Michel Pesissel en su interesante libro “Los últimos bárbaros”, que me acompañó durante el viaje.  
 


 
Decía Peissel que el control de un territorio tan vasto como el Tibet sólo era concebible para un pueblo de jinetes. Una vez al año los nómadas de Nangchen se reúnen para una curiosa cacería: “Las chicas casaderas más guapas se ponen sus mejores galas, se cubren de turquesa, coral, plata y ámbar, se aceitan las trenzas, las blusas de seda más bonitas les acarician los senos, se aflojan el cinturón de las chubas para poder montar a horcajadas…Los chicos eligen…y ellas, por su parte, sopesan a los pretendientes y también hacen sus elecciones. El éxito dependen de la velocidad de los caballos y de la agilidad de los jinetes.”
Peissel fue el descubridor del origen del río Mekong en las tierras heladas del “techo del mundo”. En su libro recoge estos dichos tibetanos:
“Así como una cabra no se refugia en la llanura,
 el hombre de verdad no vive en la comodidad”
 “Quienes no aman la comodidad, pueden realizar mil hazañas.
 Quienes no aman las dificultades, no pueden superar ni una.”

 
En los viajes he vivido muchos momentos en los que se prescinde de la comodidad y hay que superar dificultades para estar donde se quiere estar, para ser espectadores de lo maravilloso. En la vida sucede igual.
Mirando como galopaban en sus pequeñas cabalgaduras pensé que la vida de aquellos jinetes tibetanos carecía de comodidad, y que requería esfuerzo, inteligencia y siglos de adaptación a una tierra áspera y bella: Tibet.
 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

 

domingo, 31 de agosto de 2014

EVEREST, EN EL TECHO DEL MUNDO






Una mañana de octubre, desde Shegar, emprendimos la ruta hacia el Monte Everest. El asfalto duró poco y seguimos por una pista de tierra y grava, llena de curvas, botando y vibrando durante tres horas. El día estaba luminoso, como todos hasta el momento, con un cielo azul limpio. Las montañas parecían esculpidas y predominaban los tonos ocres y marrones.

En el Paso Nyalam Tong-la contemplamos el perfil de la cadena montañosa del Himalaya con cinco ochomiles: empezando por la izquierda el Monte Makalu, seguido del Monte Lotse, en el centro el Monte Everest (llamado Qomolangma en tibetano) y a la derecha el Monte Cho Oyu y el Monte Xixiabangma.




El cielo azul no tenía ni una nube y el Monte Everest, con sus 8844m., destacaba entre los otros, con su blancura satinada. Por el camino habíamos visto otras montañas con nieve brillante derritiéndose al sol. La del Everest parecía más compacta.

Llegamos al Campamento Base a los pies del Everest. Vimos unas tiendas de aspecto militar por fuera, dispuestas en forma de “u”. En el interior resultaban cálidas, con una estufa de latón central y adornadas con sofás con cojines y telas coloridas en las paredes. Eran restaurantes y hoteles para pasar la noche. Algunas tenían nombres graciosos como el “Hotel de California”.





Ni rastro de tiendas de campaña de grupos de escaladores. Supusimos que estarían más alejados. Preguntamos y nos dijeron que desde Nepal habría algunos porque el acceso era más fácil y también era más dificultoso obtener el permiso de los chinos. No había duda de que aquel era el Campamento Base porque había una tienda que era la Post-Office china, la oficina de correos a mayor altitud del mundo, tal como describía la guía.

Un autobús lanzadera nos llevó a la parte más alta alejada del campamento, y a partir de ahí caminamos lo que nos apeteció. Encontramos un riachuelo con hielo escarchado frente al monte. Recogimos piedras curiosas veteadas con colores verdosos. Me senté junto al riachuelo y frente al Everest, e intenté hacer un esbozo de dibujo, pero me resultaba muy difícil reflejar las sombras de los picos nevados y las grietas de las laderas. El blanco de la nieve era deslumbrante.

 

En el Campo Base entramos en una de las acogedoras tiendas mientras soplaba el viento agitando las lonas. Comimos carne de yak con patatas, pancake y té tibetano con mantequilla. De regreso nos esperaba la visita al Monasterio de Rongbuk, el que estaba situado a mayor altitud del mundo. Y tenía la particularidad de ser el único en el que convivían monjes y monjas. Pero lo que recordaríamos para siempre sería haber estado a los pies del gigantesco y mítico Monte Everest, el verdadero techo del mundo.
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego




lunes, 16 de octubre de 2006

HIMALAYA, MONASTERIOS Y CASCADAS

Desde Pelling hicimos una excursión en jeep recorriendo las montañas de alrededor. Vimos los picos nevados del Himalaya. El sol iluminaba las cumbres blanquísimas y se distinguían las aristas que formaba la nieve, dejando sombras en la ladera. El blanco luminoso contrastaba con el azul del cielo. Cruzamos algún puente colgante muy bonito, sobre el río de aguas verdes. Cataratas, lagos y monasterios fueron el resumen del día.






El Lago Kchecheolpari estaba rodeado de montañas y repleto de banderolas de oración. Las banderolas más viejas, desgastadas por el tiempo y la climatología, se mezclaban con las de colores vivos. Era un lugar muy tranquilo. Un entarimado de madera con ruedas de oración a ambos lados, conducía a un pequeño mirador. Durante el Festival de Luminarias toda la superficie del lago se llenaba de lamparillas de mantequilla flotantes.



En el pueblo de Yuksom vimos el lugar llamado Trono de la Coronación, donde tres lamas tibetanos coronaron al primer chogyal de Sikkim en 1641. Eran tres piedras con inscripciones, frente a las que había una gran stupa blanca. 



Dentro del recinto había una pequeña escuela de monjes. Los niños no tendrían más de cinco años. Estaban sentados en el suelo sobre cojines granates, con sus libros delante y atendiendo al maestro, que nos dejó fotografiarlos. Luego los alumnos siguieron con su recitado en voz alta.


Vimos tres cascadas. Las más altas eran las cascadas de Khanchendzonga, la seguían las cascadas de Pharmong. El chorro caía con fuerza entre la verde vegetación y nos empapaba el vapor de agua. Eran realmente bonitas.

Fuimos al Dubdi Gompa, el monasterio más antiguo de Sikkim, de 1701. La última etapa fue el Tashiding Gompa de 1661. Estaba sobre una colina, a 2,5km de ascensión escarpada. Llegamos casi sin fuerzas para hacer girar las ruedas de oración. Los murales interiores eran bonitos y estaban bien conservados. En este monasterio nos dejaron subir al piso de arriba, donde un grupo de hombres se dedicaba a enrollar papel en forma de cilindros, posiblemente para escribir oraciones. Regresamos a Pelling cansados y contentos del día por las montañas del Himalaya.