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viernes, 17 de agosto de 2012

KARAKORUM, LA CAPITAL DE GENGHIS KHAN





Todo imperio tiene su decadencia. Genghis Khan tuvo un sueño, un Gran Imperio. Y lo cumplió, aunque fuera a costa de muchas vidas. El gran Imperio Mongol tuvo su capital en Karakorum. Fue el centro de las caravanas que hacían la Ruta de la Seda. De aquellos tiempos de esplendor apenas quedan algunas ruinas. Para los buscadores de lugares míticos Karakorum se ha transformado en una ciudad típica de Mongolia sin encanto, casas de planta baja cercadas por vallas, alternando con gers tradicionales.

Pero hay otro motivo para viajar hasta Karakorum: el Monasterio Erdene Zuu. El nombre significa “cientos de tesoros”, y no decepciona. Es un monasterio budista, construido en 1586 y considerado Patrimonio de la Humanidad. Fue destruido y reconstruido en 1872, y posteriormente también fue destruido por las purgas de Stalin en 1937, cuando más de 10.000 monjes fueron asesinados o enviados a los gulags siberianos. Después de la caída del comunismo se devolvió el monasterio a los lamas y en 1990 volvió a ser lugar de culto.




Desde lejos impresionaba el gran recinto. Estaba rodeado por un inmenso muro con 108 estupas (el 108 es un número sagrado para los budistas). En el interior había tres templos dedicados a las tres etapas de Buda, su infancia, adolescencia y edad adulta. Había pinturas murales, figuras y grandes estatuas de Buda. Me fijé especialmente en el Buda del pasado y el Buda del futuro.




El verdadero tesoro del monasterio es una Biblioteca de libros rectangulares de tapas de madera envueltos en telas. La voz del pasado estaba escrita en aquellas páginas amarillentas y caracteres mongoles.

En el Templo Lavin, de estilo tibetano, vimos la ceremonia de oración. Entramos en  una sala con corbatas de colores colgantes y asientos con cojines granates para los monjes. Un grupo de lamas de túnicas granates, entre ellos algunos de la orden de los Gorros Amarillos, se sentaron en filas frente a frente. Repartieron una hoja alargada con los rezos e iniciaron su cantinela de voces graves. Nos quedamos allí sentados observándolos, como estatuas inmóviles. Al acabar les ofrecieron té con mantequilla en cuencos. Ahora que hemos regresado al ajetreo de nuestra vida cotidiana, a veces cierro los ojos y los escucho. Y sueño.

 
 

© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego

miércoles, 29 de septiembre de 2010

EL DEBATE DEL MONASTERIO



A veces el viajero tiene la oportunidad, la suerte o el privilegio de contemplar escenas intemporales, de ser testigo de una realidad que no le pertenece. Eso nos sucedió en el Monasterio de Sera, cercano a Lhasa, a unos 4 km., que fue fundado en 1419. En su momento de esplendor tuvo unos 5000 monjes, y cuando fuimos reunía apenas unos mil monjes tibetanos. A sus pies tenía un cementerio tibetano al que solían acudir los buitres.
 
 
 


En aquel monasterio tuvimos oportunidad de contemplar el debate religioso-filosófico de los monjes. Eran de la escuela o secta Gelugpa, también conocida por la de los Gorros Amarillos, a la que pertenece el actual Dalai Lama. En un jardín con árboles y piedras blancas fueron entrando poco a poco hasta reunirse unos cien monjes. Los había de todas las edades, algunos muy jóvenes. 

Se agruparon por parejas y se retaban para ver quien daba la respuesta más rápida o tenía más conocimientos. Parecían disfrutar y divertirse con el reto y no les importaba tener espectadores. Lo que yo hubiera dado por saber tibetano en aquellos momentos para entender todo lo que decían.





Algunos estaban sentados sobre cojines granates, como sus túnicas, y otros de pie. Al dar la réplica balanceaban el cuerpo y daban una palmada. Por todas partes del jardín se oían fuertes palmadas y la cantinela de la polémica entre los monjes. Una escena que se repetía desde hacía siglos.

 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

lunes, 27 de septiembre de 2010

EL MAJESTUOSO PALACIO DEL POTALA

Viajar también es tener un libro en las manos y trasladarte a los lugares que describe. Es mirar una fotografía detenidamente, observando todos los detalles, el paisaje, la gente, la indumentaria, la luz, sintiéndose parte de esa fotografía.
Por eso escribí que este viaje empezó hace muchos, muchos años, cuando vi por primera vez la fotografía del Palacio del Potala en Lhasa. Desde el primer momento supe que deseaba estar allí. Que deseaba subir aquellas escaleras y penetrar en el recinto sagrado, y respirar siglos de tradición budista.

Allí estaba el imponente edificio blanco y rojo oscuro, de techos dorados, sobre una de las colinas, amurallado. Madrugamos y empezamos ascendiendo las escaleras con otros peregrinos. El Palacio Blanco era la Residencia del Dalai Lama. El Palacio Rojo era el edificio con funciones religiosas, con capillas y chorten, las tumbas de los Dalais Lamas precedentes, que despertaban auténtico fervor  y veneración.



El majestuoso Palacio del Potala fue la Sede del Gobierno Tibetano y la residencia del Dalai Lama hasta que tuvo que exiliarse en 1959 por la ocupación china. El Palacio Monasterio rue construido en el s. XII y restaurado en el XVII. La construcción actual data de 1645 y tardó más de cincuenta años en completarse. Consta de 13 edificaciones con paredes de 130m. de altura y más de mil habitaciones. Era un merecido Patrimonio de la Humanidad. Tenía cientos de ventanas con cortinillas y ribeteadas con pintura negra, los ojos del monasterio.




Todo el complejo tenía numerosas construcciones, santuarios, aposentos, bibliotecas y terrazas. Seguimos ascendiendo  las numerosas escaleras que nos adentraban en el recinto sagrado. De cerca los muros tenían una gruesa capa de cal de un blanco cegador, debían restaurarlo cada año. Entramos por grandes portalones como pomos de bronce de los que colgaban adornos coloridos de lana trenzada. Era un laberinto de pasillos, recintos y capillas, con columnas rojizas y techos con vigas pintadas de azul cobalto.




En cada estancia había un monje guardián removiendo la manteca y custodiando los tesoros. Otros monjes barrían y cuidaban el recinto. Las fotografía en el interior estaba prohibida y lo respetamos. Había miles de estatuas de Budas y otras divinidades, como Milarepa. El Buda de la Compasión tenía mil ojos y mil brazos para abarcar todo lo que contemplaba. 

La gente arrojaba billetes pequeños de un yuan en ofrendas a las estatuillas. Montones de billetes se acumulaban y caían por los suelos, siendo pisoteados y rotos. Los peregrinos cantaban su salmodia en murmullos, y una cantinela acompañaba nuestros pasos. En los patios había galerías con vigas en el techo y columnas de madera policromada. 






 

En casi todos las salas y capillas había grandes calderos con mantequilla de yak que alimentaba las mechas encendidas perennemente. Los peregrinos llevaban botellas de plástico rellenas con mantequilla que vaciaban en los diferentes calderos;  otros llevaban recipientes con mantequilla sólida y la colocaban con una cuchara, y los más modernos llevaban termos de mantequilla líquida.






Hicimos la kora alrededor del Palacio del Potala. Seguimos las ruedas de oración de latón dorado, observando a los cientos de peregrinos y viendo como cambiaba la perspectiva de la imponente fortaleza. Al anochecer, contemplado desde la gran plaza, parecía un sueño. Un lugar mítico, imposible de olvidar.

 
 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego


sábado, 25 de septiembre de 2010

EL FERROCARRIL BEIJING – TIBET

 

Este viaje empezó hace muchos años, cuando vi por primera vez la fotografía del Palacio del Potala en Lhasa. Desde el primer momento supe que deseaba estar allí. Que deseaba subir aquellas escaleras y penetrar en el recinto sagrado, y respirar siglos de tradición budista. Y llegó el momento.

Compramos el billete por internet a través de una agencia china que nos tramitó los permisos de entrada al Tibet. A finales de septiembre, la misma tarde que llegamos cogimos el tren Beijing-Lhasa (lo llaman Qinghai-Tibet), de quince vagones. Nos tocó el vagón 12 y cada vez que íbamos al vagón restaurante teníamos que recorrer cuatro vagones. 

El ambiente en el tren era digno de verse, casi ningún extranjero, muchos chinos, y en la parada de Xining subieron un montón de monjes tibetanos con la túnica granate y mujeres con trenzas y la vestimenta típica tibetana. Una de ellas, una anciana con sombrero y trencitas, se quedó en nuestro compartimento. Era la madre de un monje que viajaba en tercera clase, y de vez en cuando venía a verla y preguntarle si necesitaba algo. Se notaba que la trataba con cariño y respeto.



Nuestro compartimento era de seis literas y nos tocaron las de en medio, que son más prácticas si quieres hacer una siestecita de día. El trayecto fue de más de 4000km. que tardamos 45 horas en recorrer. Los chinos se pasaron el viaje tomando té, y comiendo pipas y noodles, los fideos chinos precocinados a los que añadían agua hirviendo. Javier y yo leímos, escribimos y jugamos a cartas, que por cierto provocaron la curiosidad de los chinos durante todo el viaje. Y sobre todo miramos, hacia fuera y hacia dentro.
La línea sólo tenía cinco años, según nos dijeron, antes no llegaba hasta Lhasa. Podría decirse que es un Transtibetano. El paisaje era precioso, un anticipo de lo que íbamos a ver. Atravesamos la meseta tibetana, colinas áridas, altas montañas con los picos nevados, y a sus pies se extendían praderas verdes con lagunas y rebaños de yaks de pelo negro. Vimos grupos de casas aisladas y algunas tiendas nómadas lejanas con banderolas de oración de colores. La temperatura exterior osciló entre 3º y 10º. El tren tenía tomas de oxigeno que se disparaban de vez en cuando por la altitud. El puerto más alto que pasamos fue a 5072m, 200m. más alto que el ferrocarril peruano de los Andes. Estábamos en el techo del mundo.

  


© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

lunes, 15 de septiembre de 2003

LAS CUEVAS BUDISTAS DE DAMBULLA


Las cuevas de Dambulla databan del s. I a.C. Era un complejo de cinco cuevas con templos budistas en su interior, bajo la roca de una colina. Eran Patrimonio de la Humanidad. En la primera encontramos un largo Buda reclinado de 15m. Tenía ofrendas de flores blancas y lilas. Las paredes y el techo estaban decoradas con imágenes de Budas.

La segunda cueva era la más grande y espectacular. Tenía 7m de altura, 53m de largo y 23m de ancho. En el centro tenía una stupa con la forma habitual de la campana y repartidas varias tinajas en cuyo interior habían colocado luces anaranjadas que daban un ambiente cálido. En las paredes y el techo había frescos representando escenas de la vida de Buda y motivos geométricos. Alrededor había varias hileras de estatuas de Buda en la postura del loto. Todas estaban pintadas en tonos amarillentos y tenían tapetes de telas de colores en sus regazos.


En las otras cuevas, más pequeñas y recogidas, había más imágenes de Buda, hasta sumar 150, y más frescos en paredes y techos. En algún fresco representaban demonios. Las vimos sin apenas turistas, solo con algún monje en peregrinación, quedándonos solos en el interior de cada cueva. 

Leímos que os habitantes del Sri Lanka prehistórico vivieron en estas cuevas antes de la llegada de budismo a la isla, ya que se habían encontrado esqueletos humanos con unos 2700 años de antigüedad.





A las cuevas se accedía por el Golden Temple, por una escalinata con una gran boca de un demonio con dientes. En la colina había un monasterio con monjes residentes y una gran estatua dorada de Buda. 

Encontramos un grupo de unos quince monjes jóvenes, algunos de siete años de edad, vestidos con sus túnicas naranja azafrán y rezando su cantinela. Se sentaron en unas esterillas en el recinto de una pagoda, rezaron, se levantaron y la recorrieron en círculo. Formaron una hilera y repitieron el ritual en otra pagoda.







Viaje y fotos realizados en 2003