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miércoles, 21 de abril de 2010

EL DIOS JAPONÉS DE LOS VIAJEROS Y LOS NIÑOS



 

Japón deja huella, a donde quiera que vayas. En Nikko dimos un paseo a través del bosque hasta el abismo de Gamman-Ga-Fuchi, junto a un río de cauce rocoso. Encontramos una avenida con unas cien estatuas Jizō, el protector de los viajeros y los niños. Estaban sentadas y tenían una gorra de lana roja y al cuello una especie de babero, para que estuvieran abrigadas. Una hilera de estatuas alineadas cubiertas por el musgo verde, vigilando nuestros pasos viajeros.


 

En aquel momento ignorábamos que el volcán islandés Eyjafjallajökull entraba en erupción y provocaba una nube de cenizas que cerraría el espacio aéreo de Europa. Fuimos dos de los miles de afectados; se canceló nuestro vuelo y quedamos atrapados en Tokio. Pero tal vez los Jizō retornaron las cosas a la normalidad.

En la entrada de los templos sintoístas los fieles anudan papeles blancos en los que escriben oraciones o deseos. Yo también anudé mi papel. Mientras lo hacía pensé que la relación entre viajeros y niños era la curiosidad y la capacidad de asombro, y que ambos necesitaban protección. Para viajar hay que seguir siendo un poco niño. Espero no perder nunca esa capacidad de sorprenderme ante el mundo, como la que me provocó Japón. Ese fue uno de mis deseos.

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego