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sábado, 11 de mayo de 2013

LOS COMERCIOS DE LILONGWE

 

 
 
Siempre me han gustado los mercados africanos. En Lilongwe, la capital de Malawi, encontramos atractivos mercados, llenos de color y de vida.
Lilongwe era una ciudad un tanto extraña. Lo más parecido a un centro era el casco antiguo, alrededor del mercado y la mezquita, la que llamaban Old Town. El resto era una ciudad dispersa y discontinua, con muchos solares sin construcciones, donde crecía la vegetación libremente.





El mercado estaba muy ambientado, sobre todo la zona de pescado seco, con sus montoncitos dispuestos simétricamente. Entre ellos encontramos langostas fritas y crujientes, un aperitivo original. Lo demás eran tiendecillas dispuestas de forma laberíntica, con estrechos pasillos, que ofrecían todo tipo de productos. Había muchos puestos de artículos de higiene y cremas hidratantes. La zona de los sastres era una de las más laboriosa y animada. Trabajaban entre telas multicolores, junto a sus máquinas de coser Singer y de marcas chinas.


 
Los carteles anunciadores de algunas tiendas eran bastante ilustrativos y de carácter inequívoco. Me gustaban los dibujos un tanto ingenuos en las fachadas exteriores. Podías encontrar tiendas de venta de chancletas coloridas, de productos domésticos, de móviles, o de extensiones de pelo para adornar los peinados de las bonitas mujeres de Malawi.
 
© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego

sábado, 12 de mayo de 2012

AMANECER EN EL DESIERTO NAMIB

 
 

 

Regresamos a África, imposible escapar a su llamada. Esta vez a Namibia. Dormimos en Sesriem y dejamos el campamento a las cinco de la madrugada para ver la salida del sol desde las dunas. Había que abrigarse porque hacía un frío que pelaba. Ya dentro del Parque Namib-Naukluft fuimos hasta la famosa duna 45, una de las más altas del mundo. Era enorme, habíamos leído que tenía 150 m. de altura. Subimos por la cresta con la luz débil del amanecer, cuando aún no había salido el sol. La arena estaba blanda y costaba andar. Éramos los primeros en pisarla y no se veían más huellas que las de los animales, tal vez hienas o chacales y algún tipo de roedor. También habitan el parque avestruces, antílopes como el órix y gacelas.





El color era rojizo anaranjado, tenía una cresta bien marcada y uno de los lados de la duna se veía en sombra. El rojo se debía a la oxidación de los cristales de cuarzo que forman la arena. Contemplamos la salida del sol desde la cresta de la duna y los colores se intensificaron. Luego seguimos caminando por la parte alta bordeando otras dunas. La bajada fue fácil y divertida, la duna se deshacía en chorros de arena bajo nuestros pies.

 
 
 

El Parque Nacional Namib-Naukluft tiene una extensión de 250.000 km2, algo más de la mitad de nuestra Península Ibérica, y una antigüedad de 65 millones de años. Patrimonio de la Humanidad. Las guías y revistas de viajes lo describían de forma poética con expresiones que invitaban a conocerlo, como “océano de arena y silencio”, “esculturas móviles”. La belleza de aquel desierto rojizo superó todas las expectativas. 

Y tras la caminata repusimos fuerzas con un buen desayuno al aire libre: huevos revueltos, yogur con muesli, fruta y té. Energético para continuar el día por el desierto que guardaba otros tesoros…

 

© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego