Mostrando entradas con la etiqueta frío. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta frío. Mostrar todas las entradas

domingo, 31 de agosto de 2014

LA BELLEZA DE LOS LAGOS TIBETANOS


 

La primera visión que tuvimos del lago Namtso fue una gran mancha de aguas turquesas rodeado de montañas con picos nevados. El azul intenso contrastaba con la aridez del terreno. El lago estaba a 4.500m. de altitud. Era uno de los tres lagos sagrados del Tibet, y el segundo mayor de agua salada en China.

Tenía una superficie de 1.940m2, y una isla llamada Tashi en la parte central. Junto al lago había dos piedras enormes con inscripciones y dibujos, y cientos de banderolas de oración de colores, ondeando al viento en hileras. Yaks blancos con sillas de montar descansaban en las orillas; los ofrecían para dar un paseo por 10 yuanes. También ofrecían paseos a caballo.








Como hacía viento se veía oleaje en la superficie del lago y las orillas parecían una playa pedregosa. Unos monjes paseaban por allí. Lo que no esperábamos encontrar fue una pareja de novios haciéndose un reportaje fotográfico. Ella llevaba traje un vestido largo con volantes y con los hombros al descubierto, con escote bañera. Y él un fino traje de hilo. Nosotros llevábamos camisetas térmicas, forro polar y anorak de gore-tex. Eran de Beijing. A la novia se le mojaron los bajos del vestido. Cuando acabaron vimos que se levantaba de las rocas, se recogía el vestido de novia y debajo llevaba tejanos y bambas. Seguro que para ellos también fue un día inolvidable.
 
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

jueves, 9 de agosto de 2012

LAS GERS Y LAS ESTRELLAS



 
En Mongolia dormimos varias noches en las gers, las tiendas nómadas tradicionales. Una de ellas en el desierto de Gobi, frente a las dunas. Nuestra ger tenía una puerta de madera naranja con dibujos geométricos tradicionales y cuatro camas con edredones, imprescindibles para el frío nocturno. La abuela, la madre y dos hijos nos recibieron en su propia tienda. El padre se fue a dar una vuelta en moto. La abuela tenía la piel tostada y curtida, completamente surcada por arrugas. La madre nos sirvió airag, la leche de yegua fermentada, que habíamos probado en Festival Naadam. También nos ofreció un bol grande con dulces, queso blanco y grumos amarillos de requesón endurecidos. Probé un poquito de todo, para agradecer su hospitalidad. Los niños nos miraban, sonreían y observaban atentamente nuestros gestos.




Lo interesante era estar en la tienda en la que vivían y ver todos los detalles del interior. El mobiliario era mínimo, una mesa central, junto a la estufa, y tan sólo una silla para la abuela. El suelo estaba cubierto por piezas diferentes de hules y alguna alfombra. Alrededor, en pequeñas estanterías se acumulaban objetos de cocina cotidianos: cacerolas, tazas, teteras, platos y termos de  plástico de fabricación china.

 
Decían que se tardaba dos horas en montar o desmontar una tienda, pero parecía complicado trasladar todos aquellos enseres. Según la costumbre los hombres se sentaron a la izquierda y las mujeres nos situamos a la derecha. En la parte central mirando hacia la puerta estaba el lugar de honor y el altar.
La estufa de leña estaba encendida, tenían abierto el orificio del techo de la tienda y entraban los rayos de sol calentando la estancia. Por ese mismo orificio por la noche pudimos ver las estrellas del firmamento. Nunca habíamos dormido en un hotel con más estrellas.
 
© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego