lunes, 6 de agosto de 2018

TRANSIBERIANO 1

La Ruta del Transiberiano conectaba Moscú con Vladovostok, en la costa del Pacífico. Había muchos trenes que hacían el trayecto, pero el Transiberiano clásico era el que llamaban Rossiya, el tren nº2, que salía de Moscú los días impares y de Vladovostok los días pares. Luego estaban los trenes de película, recreaciones del lujo de época, como el “Golden Eagle” o “El Oro de los Zares”, cuyo viaje organizado de dos semanas costaba carísimo. 

Compramos los billetes de tren desde España a través de la web oficial de Ferrocarriles Rusos. El trayecto seguido se recorría en una semana, pero cada viajero puede diseñar su ruta y decidir las paradas y el tiempo en cada una. Nosotros lo hicimos en tres semanas, en tres tramos: Moscú-Novosibirsk, Novosibrisk-Irkutks y Irkutks-Ulán Udé. El último tramo lo compramos en Rusia. Elegimos compartimentos de cuatro literas, a un precio razonable, y teníamos curiosidad por ver quienes serían nuestros compañeros de viaje. 


Partimos desde la estación Yaroslav de Moscú. La propia estación era un edificio monumental con torreones y cúpula de tejas negras, era imponente y preciosa, con sabor antiguo. Estaba en la Plaza Komsomolskaya, que reunía tres estaciones de ferrocarril: Kalancheuskaya, Leningradsky y Yaroslav, de donde salía el Transiberiano. 

A las once de la noche subimos a bordo del tren. La encargada (provonitsa) revisó nuestros billetes y el pasaporte y nos instalamos. Viajamos con una abuela rusa (babushka) rubia y su nieta. Compartimos con ellas  negro servido en las tazas con soporte de plata labrada que llevan el vaso en su interior. y chocolate. Las literas se quedaban hechas con las sábanas todo el día. El truco era que las literas inferiores se levantaban y se convertían en respaldo, sin verse las sábanas. Durante el trayecto la provonitsa se ocupó de traernos la comida al compartimento, de pasar el aspirador por la moqueta y no faltara papel en los lavabos.



El paisaje de la Taiga eran bosques y más bosques con algunos lagos tranquilos cerca de las vías. Se veían algunas casas de madera con tejadillos triangulares. Pasamos por algunos campos amarillos y con girasoles. Los edificios de algunas de las estaciones por las que pasamos eran clásicos y bonitos.

El Transiberiano era la ruta ferroviaria que atravesaba Rusia de punta a punta, y conectaba con Mongolia y China. La ruta principal se inauguró en 1904 y unía Moscú y Vladovostok, en la costa rusa del Pacífico. Recorre 9.228km en 7 días, atravesando 8 zonas horarias, 14 regiones, 90 ciudades y 16 ríos.


En el largo trayecto tuvimos tiempo de contemplar el paisaje y el paisanaje, escribir, dormir y leer sobre la apasionante historia del transiberiano. La primera propuesta de un tren a través de Siberia la hizo en 1857 Percy Mc Donought Collins, un banquero estadounidense que quería explotar las riquezas naturales. Siguieron otras propuestas rusas y extranjeras, pero los burócratas ponían pegas. Hasta que en 1891 el zar Alejandro II anunció la construcción de un camino de hierro atravesando Rusia. El 31 de mayo de 1891 el zarevich Nicolás, futuro Nicolás II, puso la primera piedra para la construcción del Transiberiano en Vladvostok. No se completó hasta 1916. 

Entre el surgimiento de la idea y la decisión de llevarlo a cabo transcurrieron 30 años. Miles de trabajadores y reclusos forzados dejaron sus vidas en un proyecto desquiciado: unir por vía férrea Moscú y Vladovostok, confín del imperio zarista en el Pacífico. 

La capa de permafrost del terreno impedía cavar con picos en muchos tramos y se tuvo que recurrir a la dinamita o al deshielo del suelo con hogueras. La apertura de túneles obligaba a excavar directamente en el suelo helado. Al entrar en contacto con el aire, la tierra se descongelaba y perdía consistencia, siendo frecuentes los derrumbes. El túnel más largo era de 7km, paralelo al puente del Amur, bajo el cauce del río. 


En cada vagón había un samovar que proporcionaba agua caliente para el té y las sopas de sobre instantáneas. Desayunamos té y galletas en el vagón restaurante. Las cortinas y los manteles eran granates y los asientos verdes. El tren se había modernizado y la decoración era mínima. Los asientos estaban tapizados en azul, los vagones y pasillos alfombrados en rojo y las cortinillas de las ventanas eran blancas. Pero lo importante era la ruta.

Fuimos a curiosear los vagones de tercera clase, con literas de tres pisos y literas en el pasillo, aprovechando el espacio. Había más niños, más gente durmiendo y más comida en las mesas. 



Pasamos por el Obelisco que separaba Europa de Asia, por Perm, que tuvo campos de prisioneros del Gulag, y por Ekaterimburgo, donde los Bolcheviques fusilaron en 1918 a Nicolás II, el último zar, y a su familia. También pasamos por Nizhni Novogorod, que fue el lugar de destierro de André Sakharov, el inventor de la bomba de hidrógeno, y después destacado disidente. Hicimos varias paradas cortas, que aprovechamos para comprar aguas, pizzas y un embutido tipo salami. 

Paramos en la estación de Omsk, que fue otro destino de destierro. El escritor Fiedor Dovstoievsky estuvo allí cuatro años condenado a trabajos forzados. La estación era de color verde y blanco. En las vías exhibían una locomotora antigua de vapor. Era negra, de chimenea alta y en el centro de la parte delantera tenía la estrella roja, símbolo del comunismo ruso. Así eran las locomotoras originales del Transiberiano. 



El destino de nuestro primer tramo de Transiberiano fue la ciudad de Novosibirsk, tras casi dos días de trayecto. Novosibirsk tenía la estación más grande de Rusia, de color verde manzana y blanco, y con un gran arco central. Allí pasaríamos varios días para conocer Tomsk, Gorno Altaisk, Artibash y el Lago Telekskoe. 


viernes, 27 de abril de 2018

LOS TEMPLOS DE AYUTHAYA

 

En el Parque Histórico de Ayuthaya estaban las ruinas y templos de la antigua capital de Siam, declarados Patrimonio de la Humanidad. Era un complejo con nueve estupas budistas (o chedis): una central, más grande, y ocho estupas alrededor. El recinto tenía avenidas y jardines, entre los que paseaban los visitantes.

El Wat Mahathat fue uno de los más importantes de Ayutthaya, con el rostro de un Buda tallado en las raíces de un árbol. Era un rincón especial. Allí se celebraban las ceremonias reales.



Encontramos un grupo numeroso de jóvenes monjes budistas de túnica azafrán, que adornaron nuestra visita a los templos. Nos preguntaban de dónde éramos y les decíamos “Sapein”, tal como lo pronuncian los thailandeses.

El Wat Phra Ram y el Wat Chaiwatthanaram tenían altas torres de ladrillo rojizo, con escalinatas. Tenían influencias Khmer, que recordaban a los templos de Camboya. 


Leímos que la ciudad fue fundada en 1350 por el rey U-Thong, que la hizo capital del Reino de Ayutthaya, también llamado Siam. En el s. XVII la ciudad llegó a tener 400 templos y fue un importante puerto comercial. Comerciaban con madera de teca y de sándalo, azúcar, marfil, pieles, sedas, artesanía local, y artículos de Japón y China. Pero en 1767 la ciudad fue invadida y destruida por el ejército birmano. La ciudad nueva fue fundada a solo unos kilómetros al este de aquella, a unos 80 km al norte de Bangkok. 



En el interior del templo Wihan Phra Mongkhon Bophit, había un Buda de bronce sobre un pedestal. Lo visitaba un grupo de pequeños monjes de túnica naranja.

El Wat Phra Sri Sanphet fue el templo más importante y grande de Ayutthaya. Estaba ubicado en el complejo del viejo Palacio Real de la antigua capital, destruido por completo con la invasión birmana en 1767. Sirvió como inspiración para el Templo del Buda de Esmeralda de Bangkok. 

En su día albergó un enorme buda de oro de 16 metros de alto. Era el principal objeto de veneración dentro de la capilla real. Solo se restauraron los tres estupas budistas (chedis), uno de los iconos de Ayutthaya.




Entre los templos paseaban chicas jóvenes tailandesas visitando el recinto, vestidas con sus mejores galas. Algunos elefantes, adornados con telas de colores y con parasoles, ofrecían un paseo a los turistas.







Vimos un gran Buda Reclinado, blanco con túnica amarilla. Medía 37m de largo y 8m de altura. Sus pies eran enormes, desproporcionados. Al atardecer contemplamos la puesta de sol entre las torres doradas de los templos.






jueves, 26 de abril de 2018

EL TEMPLO DE LOS LEONES DE AYUTHAYA

 

Cogimos un tuk-tuk para ir al Wat Yai Chaya Mongkol, otro de los templos de Ayuthaya. tenía una Pagoda central y alrededor avenidas con 120 Budas alineados, y sentados en posición de loto sobre pedestales. Fue construido por órdenes del rey U Thong en el año 1357 para alojar los monjes que llegaron a Ayutthaya desde Sri Lanka, la antigua Ceilán. En el interior de una de las pagodas había un gran Buda de bronce reclinado. 

Cerca estaba el conocido como Templo de los Leones, rodeado por 13 leones en cada cara. Junto a ella una estructura en estado bastante ruinoso, de ladrillo rojo con columnas que parecían chimeneas. 




En los jardines había numerosas estatuas de gallos negros con cresta amarilla, parecidos a los de Portugal. Eran ofrendas de los fieles. Decía la leyenda que el príncipe de Birmania y el príncipe de Ayutthaya hicieron una apuesta en una pelea de gallos. El birmano quedó vencido y por eso se usan los gallos como símbolo.