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miércoles, 21 de febrero de 2024

LA CIUDAD VIEJA DE OUADANE

 

La Ciudad Vieja de Ouadane era Patrimonio de la Humanidad. Prosperó gracias al comercio transahariano. Y nos dijeron que su decadencia se debió a la acción de las termitas, las lluvias y el viento, que provocaron derrumbes y destrucción de las casas.

La entrada a las ruinas costaba 2000 ouiguiyas, unos 5 euros por persona. Habia una parte restaurada. El Gobierno español había aportado fondos, una placa informaba de ello.

Visitamos la Mezquita antigua, con un alto minarete de adobe y piedra, similar al de Chinguetti. Pudimos entrar en la mezquita al no haber nadie. Estaba alfombrada y el interior eran columnas gruesas de piedra. Muy bonita.


Seguimos por la Calle de los 40 sabios. Las casas tenían puertas de madera con cerrojos antiguos, y una placa en árabe informaba de quien vivió en ellas. Entramos en alguna de ellas, ninguna tenía techumbre, pero se veían las habitaciones y algún adorno triangular.

Vimos las casas de los tres fundadores de la ciudad. Me hubiera encantado ver el interior de las casas originales, con su mobiliario y ornamentos de la época.

El dintel de soporte de las puertas eran troncos de palmeras partidas; fueron los que se comieron las termitas, algunos estaban combados y otros restaurados.




Había otra torre de Mezquita en la parte baja de la ciudad. Subimos al minarete y contemplamos las vistas del oasis de palmeras y las ruinas de Ouadane, que estaba elevada sobre un promontorio. Tuvo que ser una ciudad preciosa.



Nos ofrecieron visitar una Biblioteca privada y aceptamos. El anfitrión nos dijo que era una colección de su abuelo, reunida desde 1935. Los tenía colocados en estanterías en las paredes, y los de más valor guardados en armarios y archivadores. 

Nos mostró libros encuadernados en piel, manuscritos con dibujos y un libro en miniatura, guardado en un estuche. Una curiosidad.


Al atardecer, paseando por la parte nueva, vimos la gasolinera del pueblo, de un único surtidor. Junto a ella estaban sentados una hilera  de hombres, apoyados en la pared.

Cerca encontramos otro grupo de hombres con sus turbantes y túnicas azules, sentados en círculo en la arena. Jugaban al manqala, las damas africanas. El tablero era la arena, donde habían excavado los hoyos, y las piezas eran  semillas secas. Un juego ancestral.


martes, 21 de febrero de 2023

LAS ISLAS FARASAN

Las Islas Farasan eran un archipiélago de 36 islas coralinas en el Mar Rojo, a 40km de la costa de Arabia Saudí. Solo dos de las islas estaban habitadas. Formaban parte de un Santuario Marino y destacaban por su biodiversidad. Las aguas ricas en plancton albergaban una rica vida marina con rayas, delfines, tiburones ballena, varias especies amenazadas de tortuga y muchas especies de peces, incluido el pez loro, objeto de un festival de primavera, entre abril y mayo, en la playa.

En el pasado tuvieron una gran importancia estratégica, al encontrarse en la ruta comercial que conectaba el Mediterráneo con Yemen y la India. Y en el s. I los romanos construyeron un puente en la isla principal, que llamaron Portus Ferresanus, nombre que con el tiempo derivó en Farasan.

El Ferry de Jizán a las Islas Farasán era gratuito. En la Terminal de Ferrys había salas de espera separadas para hombres y mujeres, se pasaban controles de arcos de seguridad y nos cachearon. Aproveché para conversar con las mujeres árabes, aunque nos entendíamos por gestos pues no hablaban inglés. Algunas se acercaron y curiosearon mi diario de viajes. Una mujer mayor tenía las manos con dibujos pintados con henna y bonitos anillos de oro. Le dije que eran unas manos bonitas y me dejó fotografiarlas.

Las casas estaban hechas de piedra coralina y decoradas con relieves de estuco con motivos geométricos y florales. La mansión más espectacular era la Rifai House, cerca de nuestro hotel. Era una auténtica obra de arte con una puerta y fachada con elaborados relieves. En una habitación grande encontramos una especie de biblioteca con estantes en la pared y techo con vigas de madera pintado de azul. Había otras casas bonitas con relieves, aunque la mayoría estaban en estado ruinoso. Iluminadas las fachadas y relieves por la luz dorada del atardecer no costaba imaginar los tiempos de esplendor del barrio y de las islas. Las calles estaban tranquilas, nos cruzamos con pocas personas, alguna mujer, gente en bicicleta y niños. Por la noche vimos más ambiente.

Cerca estaba la Mezquita Najdi, pintada de blanco, con cúpulas y exterior decorado con relieves. Era una mezquita histórica, pero de aspecto bastante sencillo. Casi nos gustó más otra mezquita del pueblo pintada de un color anaranjado.






Al día siguiente pactamos con un taxista un recorrido por la Isla Farasan y la Isla Sajid. No hablaba nada de inglés y utilizamos el traductor de Google. Primero fuimos al Meade Bridge, el puente que unía Isla Farasan con Isla Sajid. El Mar Rojo a ambos lados estaba translúcido, de un azul verdoso, dejando transparentar las algas del fondo. Había una luz preciosa. 



Pasamos por el pueblo y seguimos hacia Playa Kothub. Nos pareció una maravilla, una media luna grande de arena blanca con mar verde transparente, con tonalidades de azul, y rocas doradas. Y estaba totalmente desierta, solos Javier y yo. La recorrimos de extremo a extremo.

Otra parada fue la Playa Ras Al Qarn, muy alargada y con algas en la arena. El mar tenía un bonito color. La Playa Alhsas tenía grandes formaciones coralinas y dunas con vegetación. En la arena tenía grandes caracolas blancas semienterradas



La última parada fueron las ruinas de Al Qessar. Tenía una zona con casas de adobe restauradas y otra con casas en estado bastante ruinoso, entre palmeras, que tenían su encanto. Entramos en lo que quedaba de las habitaciones e imaginamos como sería la vida allí. Encontramos un grupo de arqueólogos franceses que estaban estudiando unos restos romanos hallados allí y conversamos un poco con ellos. Ese fue el final de nuestra estancia en las islas. El viaje por Arabia Saudí continuaba.


jueves, 16 de febrero de 2023

AL ULA, ELEPHANT ROCK Y MARAYA


El pueblo de Al Ula, al norte de Arabia Saudí, estaba asentado en un gran y espectacular valle desértico con palmeras. Se extendía hacia el centro de un wadi, con imponentes acantilados de arenisca roja y dorada. El paisaje con montañas rocosas de formas caprichosas bordeando la carretera fue precioso. A tramos el verde de las palmeras de los oasis contrastaba con las piedras rojizas y doradas.

Jabal Alfil era conocida como Elephant Rock. Cuando llegamos nos impactó. Tenía realmente la forma de un elefante, con la abertura que separaba la trompa. La luz del sol del atardecer la iluminaba y tenía un intenso color dorado. Alrededor había decenas de grandes rocas bonitas. Era un paisaje de fantasía, casi daliniano. Una maravilla.


Frente la roca había una zona de chill-out, un café con divanes, toldos de cañizo, lámparas y antorchas. La zona que más nos gustó tenía unos hoyos circulares excavados en la arena, con cojines, dispuestos para tomar un té contemplando las rocas. Nos tumbamos en los divanes y contemplamos como la luz envolvía el paisaje en tonos dorados cada vez más intensos.


Maraya era un gran edificio con 10.000 paneles de vidrio que reflejaban las montañas circundantes. En el interior había un restaurante y sala de conciertos, donde se había celebrado el Winter Festival, unos pocos días antes de nuestra llegada. Los cristales actuaban como espejo del paisaje, ideal para jugar con la cámara. Era un curioso edificio en medio del desierto, en un entorno espectacular.




Las ruinas de la Old Town nos sorprendieron. Estaban restaurándolas. Recorrimos el laberinto de callejones cubiertos por techumbres de vigas, con casas de adobe y piedra. El Castillo se elevaba sobre una gran roca de formas redondeadas. La calle principal parecía de un pueblo del oeste, con cafetería y terrazas, rodeados por los macizos rocosos. Al día siguiente Al Ula nos reservaba otras sorpresas.





 

lunes, 12 de septiembre de 2022

BUTUCENI Y ORHEIUL VECHI

Orheiul Vechi estaba a 50km de Chisinau. Era un museo al aire libre con ruinas de fortificaciones, casas, termas, cuevas, un Monasterio Ortodoxo, una capilla, una cruz antigua y otros restos arqueológicos que databan desde el Paleolítico a la Edad de Hierro y la Edad Media. Estaban ubicados en una pared rocosa junto al río Raut. 

El acantilado de piedra caliza seguía el recorrido de los meandros del río. Era una reserva natural y cultural, Patrimonio de la Humanidad. Pertenecía al único Parque Nacional de toda Moldavia, con valor arqueológico, histórico y religioso


Primero fuimos al pueblo de Butuceni y subimos la colina hasta el Monasterio rupestre, tallado en la roca del despeñadero. Bajamos unas estrechas escaleras y apareció la sala de la Capilla con una bóveda de pura roca. La cueva había sido excavada por monjes ortodoxos en el s. XIII. Un monje celebraba una ceremonia frente al iconostasio, con una familia. Otro monje barbado estaba junto a los iconos.



La gruta se abría al acantilado, con vistas del serpenteante río a sus pies y el mosaico de verdes campos cultivados. Sobre la pared había otro Monasterio más grande. Lo visitamos y vimos a un monje barbado con una escalera por el jardín y otros dos en sus tareas.




Luego paseamos por el pequeño pueblo de Butuceni, con solo 235 habitantes, de ambiente tranquilo. Estaba dentro de la comuna de Trebujeni, en el distrito de Orhei. Las casas bajas de piedra estaban pintadas de azul, y tenían fachadas con columnas. Las verjas metálicas también las pintadas de azul o verde, con ornamentos de dibujos geométricos. Bonitos pozos estaban repartidos por el pueblo.









Comimos en el restaurante Butuceni, el único abierto. Decorado con mazorcas de maíz, textiles, porche con flores y jardín. Estaba repleto de potes de vidrio con confituras y conservas de pimientos, coliflor y otras verduras, hierbas y nueces. Tenía una chimenea en la preciosa cocina, con calabazas secas. Y en el comedor tenían un gran panel con billetes de todas las procedencias. Tenía mucho encanto y se comía muy bien. Comimos sopa de habas y placinta, la pasta hojaldrada rellena de queso. Un lugar especial y acogedor para acabar la excursión a Orheiul Vechi.