sábado, 17 de febrero de 2024
EL DESIERTO DEL SÁHARA MAURITANO
sábado, 18 de agosto de 2018
TRANSIBERIANO 5. EL LAGO BAIKAL Y LA ISLA OLKHON
En la ruta del Transiberiano, desde Irkutsh fuimos al Lago Baikal, en la región de Siberia Oriental. El lago era el más antiguo y profundo del mundo, con 25 millones de años de antigüedad y 1680m de profundidad. De 636km de largo, 80km de ancho, con un área de extensión comparable a Bélgica. Contenía el 20% de agua dulce de todo el planeta. Los científicos estudiaron que si se agotaran todas las reservas de agua de la tierra, con el agua del Baikal podrían vivir 7000 millones de personas durante 40 años. Era el último reducto y Patrimonio de la Humanidad.
Lo alimentaban
386 ríos. El más caudaloso era el río Selanga, que procedía de
Mongolia. El lago desaguaba en un solo río, el Angara. La pesca era la
principal actividad de las poblaciones del lago, se había identificado 52
especies de peces. Sus aguas se usaban para tratamientos médicos, ya que eran
ricas en oxígeno y con escasa presencia de sales minerales.
El lago tenía treinta
islas dentro. Un ferry nos llevó hasta la isla Olkhon, la tercera isla
lacustre mayor del mundo. Estaba considerada uno de los lugares más
sagrados de Asia para los pobladores buriatos, y eran uno de los polos de
energía chamánica.
Al llegar seguimos por
una pista terrosa hasta el pueblo Khuzir, la “capital” de la isla, con 1200
habitantes. Nos alojamos en el Nikta’s Homestead. Lo construyó un ex campeón
ruso de tenis de mesa. Nos encantó el complejo de cabañas de madera con adornos
de carpintería, entre hiedra y flores por todas partes. Las habitaciones estaban
decoradas con petroglifos, adornos étnicos y estufas de madera. Precioso y muy
acogedor.
En la Shaman Rock
había un árbol repleto de tiras de colores, plegarias que se ofrecían a los
dioses. También había un grupo de 13 postes verticales, envueltos en tiras
de colores, los llamados “Trece señores de Olkhon”, venerados por los buriatos.
Caminamos por los senderos. La roca quedaba en un extremo del lago frente a una
playita de arena con forma de media luna. Allí nos bañamos, aunque brevemente
porque el agua estaba muy fría.
Al día siguiente contratamos una excursión con barco. El barco nos llevó al extremo norte de la isla. Fuimos costeando la isla, viendo sus acantilados rocosos. Nos seguían las gaviotas y les dimos pan, con lo que se arremolinaban alrededor del barco y se disputaban los pedazos de pan. El sol iluminó las rocas de la costa tapizadas de un verde suave, casi amarillento. Había colinas bajas, bosques de abetos y algunas playas. Comimos en el camarote del barco, ensaladas y sopa de pescado muy rica.
Pasamos por la roca
que llamaban “Tres hermanos”. Nos contaron la leyenda de una chica que se
enamoró de uno de los hermanos y se fugó. El padre envió a los hermanos a
buscarla transformados en águilas. Pero los hermanos volvieron y mintieron al
padre, diciendo que no la habían encontrado. El padre descubrió la verdad y los
transformó a los tres en rocas.
Otro punto del
trayecto en barco fue Placa Peschanoa, donde estaba la prisión en los
tiempos de la época soviética. La verdad es que era una bahía bonita con
una playa, un emplazamiento curioso para una cárcel de terrible historia.
Llegamos al punto
norte llamado Khoboy, el extremo de la isla. Y vimos el Pico del Amor. Desembarcamos
después de cuatro horas de trayecto en barco. Unas furgonetas tipo tanquetas
nos llevaron a varios miradores a los pies de los acantilados con vistas
impresionantes del lago. En uno de ellos vimos a unos niños practicando el tiro
al arco.
lunes, 6 de agosto de 2018
TRANSIBERIANO 1
La Ruta del
Transiberiano conectaba Moscú con Vladovostok, en la costa del Pacífico. Había
muchos trenes que hacían el trayecto, pero el Transiberiano clásico era el que
llamaban Rossiya, el tren nº2, que salía de Moscú los días impares y de
Vladovostok los días pares. Luego estaban los trenes de película,
recreaciones del lujo de época, como el “Golden Eagle” o “El Oro de los Zares”,
cuyo viaje organizado de dos semanas costaba carísimo.
Compramos los
billetes de tren desde España a través de la web oficial de Ferrocarriles
Rusos. El trayecto seguido se recorría en una semana, pero cada viajero puede diseñar
su ruta y decidir las paradas y el tiempo en cada una. Nosotros lo hicimos
en tres semanas, en tres tramos: Moscú-Novosibirsk, Novosibrisk-Irkutks
y Irkutks-Ulán Udé. El último tramo lo compramos en Rusia. Elegimos compartimentos
de cuatro literas, a un precio razonable, y teníamos curiosidad por ver quienes
serían nuestros compañeros de viaje.
Partimos desde la estación Yaroslav de Moscú. La propia estación era un edificio monumental con torreones y cúpula de tejas negras, era imponente y preciosa, con sabor antiguo. Estaba en la Plaza Komsomolskaya, que reunía tres estaciones de ferrocarril: Kalancheuskaya, Leningradsky y Yaroslav, de donde salía el Transiberiano.
A las once de la noche subimos a bordo del tren. La encargada (provonitsa) revisó nuestros billetes y el pasaporte y nos instalamos. Viajamos con una abuela rusa (babushka) rubia y su nieta. Compartimos con ellas té negro servido en las tazas con soporte de plata labrada que llevan el vaso en su interior. y chocolate. Las literas se quedaban hechas con las sábanas todo el día. El truco era que las literas inferiores se levantaban y se convertían en respaldo, sin verse las sábanas. Durante el trayecto la provonitsa se ocupó de traernos la comida al compartimento, de pasar el aspirador por la moqueta y no faltara papel en los lavabos.
En el largo trayecto tuvimos tiempo de contemplar el paisaje y el paisanaje, escribir, dormir y leer sobre la apasionante historia del transiberiano. La primera propuesta de un tren a través de Siberia la hizo en 1857 Percy Mc Donought Collins, un banquero estadounidense que quería explotar las riquezas naturales. Siguieron otras propuestas rusas y extranjeras, pero los burócratas ponían pegas. Hasta que en 1891 el zar Alejandro II anunció la construcción de un camino de hierro atravesando Rusia. El 31 de mayo de 1891 el zarevich Nicolás, futuro Nicolás II, puso la primera piedra para la construcción del Transiberiano en Vladvostok. No se completó hasta 1916.
Entre el surgimiento de la idea y la decisión de llevarlo a cabo transcurrieron 30 años. Miles de trabajadores y reclusos forzados dejaron sus vidas en un proyecto desquiciado: unir por vía férrea Moscú y Vladovostok, confín del imperio zarista en el Pacífico.
En cada vagón había un samovar que proporcionaba agua caliente para el té y las sopas de sobre instantáneas. Desayunamos té y galletas en el vagón restaurante. Las cortinas y los manteles eran granates y los asientos verdes. El tren se había modernizado y la decoración era mínima. Los asientos estaban tapizados en azul, los vagones y pasillos alfombrados en rojo y las cortinillas de las ventanas eran blancas. Pero lo importante era la ruta.
Fuimos a curiosear los vagones de tercera clase, con literas de tres pisos y literas en el pasillo, aprovechando el espacio. Había más niños, más gente durmiendo y más comida en las mesas.
Pasamos por el
Obelisco que separaba Europa de Asia, por Perm, que tuvo campos de prisioneros
del Gulag, y por Ekaterimburgo, donde los Bolcheviques fusilaron en 1918 a
Nicolás II, el último zar, y a su familia. También pasamos por Nizhni
Novogorod, que fue el lugar de destierro de André Sakharov, el inventor de la
bomba de hidrógeno, y después destacado disidente. Hicimos varias paradas
cortas, que aprovechamos para comprar aguas, pizzas y un embutido tipo salami.
Paramos en la estación de Omsk, que fue otro destino de destierro. El escritor Fiedor Dovstoievsky estuvo allí cuatro años condenado a trabajos forzados. La estación era de color verde y blanco. En las vías exhibían una locomotora antigua de vapor. Era negra, de chimenea alta y en el centro de la parte delantera tenía la estrella roja, símbolo del comunismo ruso. Así eran las locomotoras originales del Transiberiano.