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martes, 3 de abril de 2018

LAS CUEVAS BUDISTAS DE PAK OU

Desde Luang Prabang embarcamos hacia las Cuevas Pak Ou. Era una barcaza alargada, con techado de madera y pintada de azul, El trayecto por el río Mekong fue fantástico. En las orillas había un muro de vegetación con plataneros, mangos y papayas, rodeado de montañas. Vimos algunos pescadores con sus redes y nos cruzamos con otras barcas. La corriente bajaba rápida.



De camino paramos en la aldea Lao Lao, donde elaboraban licor artesanal destilado del arroz. También tenían telares y vendían telas coloridas. En la aldea había unos coquetos templos budistas.


Las Cuevas Pak Ou aparecieron en un recodo del río, sobre un acantilado rocoso. Las recordaba muy bien de mi primer viaje a Laos en 1993. Desembarcamos y subimos por una escalinata de piedra. Primero fuimos a la cueva más alta. Estaba repleta de estatuillas de Buda de todos los estilos, tamaños y posiciones. Leímos que había mil estatuas de Buda. 

Las cuevas no eran muy grandes, tenían 50m de profundidad, y en algunas zonas estaban oscuras y utilizamos la linterna. La historia de las cuevas se remontaba a más de trescientos años. La segunda cueva, con un muro blanco almenado en la entrada, nos gustó más. 


En la escalinata unas mujeres vendían coronas de flores y arroz envuelto en hojas de plátano, en forma de cucurucho, para hacer ofrendas. Desde arriba se veían las barcazas alargadas en el embarcadero y el gran río Mekong. Al irnos de las cuevas vi la silueta de un Buda, que con las manos extendidas parecía despedirnos. 


lunes, 2 de abril de 2018

LA CEREMONIA BUDISTA TAK BAT

 

Madrugamos para ver la ceremonia del Tak Bat. Nos levantamos a las cinco y media, todavía de noche. El Tak Bat era la ceremonia de peregrinación de los monjes para pedir limosna y demostrar sus votos de pobreza y humildad, haciendo méritos para la vida espiritual budista.


A un lado de la calle habían colocado esteras y banquitos para los donantes, donde nos sentamos a esperar. Otros vecinos estaban sentados en sillas. Al poco apareció una hilera de monjes. Iban descalzos, vestidos con su túnica azafrán mostrando el hombro derecho, y llevando un cuenco para recoger las ofrendas. El cuenco era grande, recubierto de tela y lo portaban con una cinta en bandolera.



Los monjes llegaban en grupos de veinte o treinta formando hileras ordenadas. Todos mantenían el silencio y era una ceremonia con cierta solemnidad. Además era un espectáculo muy estético el contemplar a los monjes con sus túnicas naranjas entre el verdor de las calles.

La ofrenda era un puñado de arroz hervido, cogido con las manos, y algunos plátanos. La señora de nuestro hotel nos dio un cestito de mimbre con arroz y una bolsa de plátano seco para que realizáramos nuestra pequeña y modesta ofrenda.


Tras recorrer la ciudad los monjes regresaban a sus templos, y seguían su rutina habitual. En la zona que estábamos había bastantes laosianos, ancianos y jóvenes, sentados en sus banquitos, haciendo la ofrenda. Aunque la ceremonia se ha transformado en un imán para el turismo, mantiene su sentido para los laosianos, y según la zona en la que se presencie puede haber pocos turistas. Nosotros tuvimos suerte y fue una buena experiencia contemplar y participar de esa escena ancestral.









domingo, 31 de agosto de 2014

EL MAJESTUOSO PALACIO DE POTALA




Viajar también es tener un libro en las manos y trasladarte a los lugares que describe. Es mirar una fotografía detenidamente, observando todos los detalles, el paisaje, la gente, la indumentaria, la luz, sintiéndose parte de esa fotografía.

Por eso escribí que este viaje empezó hace muchos, muchos años, cuando vi por primera vez la fotografía del Palacio del Potala en Lhasa. Desde el primer momento supe que deseaba estar allí. Que deseaba subir aquellas escaleras y penetrar en el recinto sagrado, y respirar siglos de tradición budista.

Allí estaba el imponente edificio blanco y rojo oscuro, de techos dorados, sobre una de las colinas. El Palacio Blanco era la Residencia del Dalai Lama. El Palacio Rojo era el edificio con funciones religiosas, con capillas y chorten, las tumbas de los Dalais Lamas precedentes, que despertaban auténtico fervor  y veneración.


 

El majestuoso Palacio del Potala era la Sede del Gobierno Tibetano y la antigua residencia del Dalai Lama. Fue construido en el s.XII y restaurado en el XVII. La construcción actual data de 1645 y tardó más de cincuenta años en completarse. Consta de 13 edificaciones con paredes de 130m. de altura y más de mil habitaciones. Era un merecido Patrimonio de la Humanidad.

Todo el complejo tenía numerosas construcciones, santuarios, aposentos, bibliotecas y terrazas. Empezamos la ascensión de las numerosas escaleras que nos adentraban en el recinto sagrado. De cerca los muros tenían una gruesa capa de cal de un blanco cegador, debían restaurarlo cada año. Entramos por grandes portalones como pomos de bronce de los que colgaban adornos coloridos de lana trenzada. Era un laberinto de pasillos, recintos y capillas, con columnas rojizas y techos con vigas pintadas de azul cobalto.

En casi todos las salas y capillas había grandes calderos con mantequilla de yak que alimentaba las mechas encendidas perennemente. Los peregrinos llevaban botellas de plástico rellenas con mantequilla que vaciaban en los diferentes calderos;  otros llevaban recipientes con mantequilla sólida y la colocaban con una cuchara, y los más modernos llevaban termos de mantequilla líquida.




En cada estancia había un monje guardián removiendo la manteca y custodiando los tesoros. Miles de estatuas de Budas y otras divinidades, como Milarepa. El Buda de la Compasión tenía mil ojos y mil brazos para abarcar todo lo que contemplaba. La gente arrojaba billetes pequeños de un yuan en ofrenda. Montones de billetes se acumulaban y caían por los suelos, siendo pisoteados y rotos. Los peregrinos cantaban su salmodia en murmullos, y una cantinela acompañaba nuestros pasos.

Hicimos la kora alrededor del Palacio del Potala. Seguimos las ruedas de oración, observando a los cientos de peregrinos y viendo como cambiaba la perspectiva de la imponente fortaleza. Al anochecer, contemplado desde la gran plaza, parecía un sueño. Un lugar mítico, imposible de olvidar.

 
 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego


viernes, 20 de octubre de 2006

LA CIUDAD SAGRADA DE PURI

Puri era uno de los lugares de peregrinación más sagrados de la India. Además coincidimos con la festividad del Diwali por lo que cientos de peregrinos ocupaban las calles. El Templo hindú Jagannath Mandir, dedicado al señor del Universo, encarnación de Vishnú. Estaba amurallado y tenía varias torres piramidales blancas y rosadas. 

La entrada no estaba permitida a los no creyentes. Se podía ver parte del interior desde la Biblioteca, pero estaba cerrada. Así que lo vimos desde la terraza del primer piso del bar The Grand, cercano al templo, y contemplamos el ambiente.



Un gran gentío rodeaba el templo. Mujeres con sus saris coloridos, santones con túnicas naranjas o dhotis mínimos, ancianos de barba larga y canosa, conductores de rickshaw…Todos deambulaban calle arriba, calle abajo. Llevaban ofrendas de flores naranjas y comida troceada (coco, pepino, cebolla). En los puestos vendían rosarios y parafernalia hinduista, garbanzos condimentados, polvos de colores y chai.



Rodeamos el templo amurallado y vimos las entradas protegidas por estatuas de leones, hombres a caballo, tigres y elefantes de piedra. Leímos en la guía de la Lonely Planet que en el templo trabajaban 600 hombres que se encargaban de los rituales de los dioses, y 400 cocineros, unas 20.000 personas dependían del templo para vivir. Viendo aquella multitud y las riadas de gente que entraba y salía parecía creíble.




Nos empapamos de aquel ambiente religioso y festivo. Y nos gustaron mucho las calles de los alrededores, con vacas deambulando libremente. Las casas eran de piedra de dos plantas, con balcones con balaustradas y patios. Muchas estaban deterioradas, pero eran bonitas. 









Nos empapamos de aquel ambiente religioso y festivo. Y nos gustaron mucho las calles de los alrededores, con vacas deambulando libremente. Las casas eran de piedra de dos plantas, con arcos y balcones con balaustradas y patios. Muchas estaban deterioradas, pero eran bonitas. 

Aquel laberinto de calles era mucho más tranquilo que la calle principal. La gente nos saludaba, preguntaban de que país éramos y nos deseaban “Happy Diwali”. El Diwali es la fiesta de las luces. Por la noche todas las calles, casas y comercios de Puri tenían pequeños cuencos con lámparas de aceite para celebrarlo y tiraban petardos y fuegos artificiales. Los vimos desde la playa.