Mostrando entradas con la etiqueta "casas coloniales". Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta "casas coloniales". Mostrar todas las entradas

jueves, 28 de abril de 2016

LA HABANA VIEJA

 

Resumir los atractivos de La Habana es una difícil tarea, pero intentaré describir algunos de ellos. Nos alojamos en la céntrica calle Campanilla y salimos a explorar la ciudad. En la Plaza Vieja los edificios eran imponentes y tenían grandes arcos en sus fachadas, con vidrieras de colores sobre puertas y ventanas. el barroco convivía con detalles art noveau 

Había fachadas pintadas de amarillo y azul. En una esquina estaba el Palacio Cueto, decían que de estilo gaudiniano, en proceso de restauración. En otro edificio cercano había una escuela y los niños hacían ejercicio y correteaban por la plaza. Hicimos una visita curiosa a la Cámara Oscura, un dispositivo óptico en una torre que, mediante un sistema de espejos, ofrecía vistas de 360º de la ciudad. Era como un periscopio panorámico.




En la Plaza de Armas había un edificio imponente, el Palacio del Segundo Cabo de 1772, que albergaba una librería y el Gabinete de Arqueología. Junto a él estaba el Castillo de la Real Fuerza del s.XVI, una de las fortalezas más antiguas de toda América, con un patio con cañones y un gran foso de aguas verdes. Vimos el Templete donde se celebró la primera misa, bajo una ceiba. La plaza era un mercado de libros de segunda mano.



Continuamos por la calle peatonal del Obispo, con galerías de artes, comercios y bares musicales. En una esquina estaba el mítico Hotel Ambos Mundos, que fue refugio de Hemingway. Estaba restaurado en rosa, y con piano bar, la música se escuchaba desde la calle. 

Otra de las calles peatonales adoquinadas era Mercaderes, con museos, tiendas y restaurantes con bonitos patios interiores. Y otro hotel histórico era el Hotel Inglaterra, de fachada blanca. Cerca estaba el Bar Floridita, donde el escritor tomó sus tragos, y la Bodeguita del Medio, con mucho ambiente. La Habana tenía muchos bares y restaurantes con solera y rincones para descubrir.




La Plaza de la Catedral, presidida por la Catedral de San Cristóbal del s.XVIII. Era asimétrica, con dos torres desiguales, de estilo barroco y de interior clásico, con copias de cuadros de Murillo y Rubens. Subimos a la torre para contemplar las vistas panorámicas de La Habana. Tejadillos de rojas tejas, agujas de iglesias y cúpulas, y la figura del Capitolio emergiendo entre los edificios. El Capitolio Nacional se construyó por el boom del azúcar tras la II Guerra Mundial y era similar al de Washington, pero más alto y rico en detalles. 




Cerca estaba el Gran Teatro de la Habana, que fue el Centro Gallego, un edificio espléndido y de dimensiones colosales, con torres coronadas por estatuas. El Museo Nacional de Bellas Artes, que fue el Centro Asturiano en su origen, era de estilo barroco y piedra blanca, y también impresionante. Los emigrantes construyeron fuera de su tierra edificios magníficos.

Frente al Teatro esperaban una colección de coches antiguos deslumbrantes. Eran modelos americanos de Chevrolet, Ford, Dodge, Plymoyh, Pontiac…La mayoría eran descapotables y de colores rojo, rosa, azul o naranja. Se utilizaban de taxi para los turistas. Ver aquellos estilizados y coloridos descapotables en las viejas calles de La Habana era un espectáculo de película.



Otro día recorrimos el barrio residencial El Vedado, y el barrio Chino. La ciudad tenía muchos otros museos y muchos eran gratuitos: el de Arte Colonial, ubicado en el bonito Palacio de los Condes de Bayona, el del Ron Bacardí, el Numismático, la Casa Guayasimín, el Museo de Méjico, la Casa Obrapía, donde vivió el escritor Alejo Carpentier o la Casa África. 

Y en los atardeceres paseamos por El Malecón, el mítico paseo marítimo de 8km de largo, el punto de encuentro tradicional de los cubanos. Al atardecer coincidían pescadores de caña, familias, parejas y grupos de amigos, paseantes contemplando el Atlántico. Empezamos el recorrido desde el Castillo de San Salvador de la Punta hasta la Embajada Americana. 

El mar estaba tranquilo y pequeñas olas rompían contra el cemento desgastado de la parte baja del malecón. El paseo era tal y como habíamos visto tantas veces en fotos, sin árboles, flanqueado por fachadas con porches de colores pastel bastante desgastadas, que miraban al mar. Estuvimos varios días en La Habana y disfrutamos de sus calles, sus paladares, de su historia y sus rincones y de su gente.







sábado, 16 de abril de 2016

LAS CALLES DE TRINIDAD

Trinidad era otra de las bonitas ciudades coloniales cubanas. Considerada un museo al aire libre y Patrimonio Mundial. Se fundó en el s.XVI y prosperó gracias a las enormes fortunas azucareras amasadas a principios del s. XIX en el Valle de los Ingenios. Sus calles adoquinadas tenían casas de planta baja de colores, con grandes ventanales con rejas y tejadillos de tejas rojas.

Era una ciudad tranquila y callejeamos por los alrededores. Los edificios de la Plaza Mayor eran más nobles, casonas y palacetes de dos plantas con balconadas. Uno era el Palacio Ortiz y otro el Museo de Arquitectura. Visitamos el Palacio Ortiz, construido por un español que fue alcalde de Trinidad. Conservaba frescos originales de 1820 en sus paredes y albergaba una Galería de Arte con pinturas de varios artistas.

En el Palacio Cantero estaba el Museo Municipal dedicado a la historia de la ciudad y su lucha por la independencia. En las diferentes salas de comedor, dormitorio y cocina exhibía mobiliario de la época, armarios, baúles, porcelanas, vajillas. Fue el museo que más nos gustó.





La torre amarilla de la Iglesia de la Santísima Trinidad sobresalía entre los tejadillos rojos. Subimos a la torre para contemplar las vistas de la ciudad, con tejados rojos entre palmeras. En el convento de la misma iglesia estaba el Museo de los Bandidos, que exhibía fotos mapas, armas y otros objetos relacionados con el combate contra las diversas bandas contrarrevolucionarias que operaban en la Sierra de Escambray entre 1960 y 1965.

Había fotos de los grupos guerrilleros con Fidel, el Che y Camilo Cienfuegos. Y objetos de los guerrilleros como cantimploras, prismáticos y hasta la hamaca donde durmió el Che.






La Casa Templo de Santería Yemayá estaba dedicada al orisha, el dios yoruba del mar. En la entrada tenía una muñeca negra vestida de blanco, como una santera, y un altar con otra figura negra con ropajes blancos y azules, y ofrendas.

Los restaurantes tenían encanto, casi todos con patios interiores con plantas y porches. Uno de ellos tenía una ceiba centenaria con un tronco enorme. Otro era una casa-museo, con mobiliario, vajillas y porcelanas antiguas.  Cenamos en el dormitorio, junto a una gran cama de matrimonio. En muchos restaurantes podía escucharse música en directo. La música era parte importante de la cultura cubana.

Las escaleras de la Casa de la Música estaban bordeadas de terrazas repletas de gente tomando algo y escuchando música. Por la noche había mucho ambiente.






Vimos las ruinas de la Iglesia de Santa Ana, que solo conservaba la fachada. Nos alojamos en la casa colonial de Marisela y Gustavo, que nos enamoró al verla. Fachada azul y blanca, con altos ventanales con rejas, techos altos, mobiliario antiguo con mecedoras y patio con plantas.



Otro día fuimos al barrio Tres Cruces, más popular. La gente estaba sentada en la puerta de sus casas, tomando el fresco. Nos saludaban y era fácil entablar conversación. Por las calles adoquinadas transitaban campesinos guajiros con sus caballos y se veían algunos coches antiguos.

Trinidad tenía otros atractivos, desde allí hicimos una excursión al Parque Natural de Topes de Collantes y a la Playa Ancón..





viernes, 8 de abril de 2016

GIBARA, CUEVAS Y CINE

 


Cerca de Guardalavaca estaba Gibara. Era una ciudad agradable en la costa norte cubana, con una bonita bahía, edificios coloniales con porches, y el mar al final de cada calle. El huracán Ike casi la borró del mapa en el 2000, y cuando fuimos todavía quedaban huellas de la destrucción. El topónimo procedía de “jiba”, el nombre indígena de un arbusto del lugar. Fue la ciudad natal del escritor Guillermo Cabrera Infante.

La ciudad fue una importante ciudad exportadora de azúcar, conectada a Holguin, la capital provincial por un ferrocarril. Con la construcción de la carretera central en la década de 1920, Gibara perdió importancia mercantil y cayó en un profundo letargo. Así la describía la guía. Pero eventos como el Festival de Cine Pobre, impulsado por el actor Jorge Perugorría, y actividades como competiciones de escalada o espeleología, le daban vida.

El ambiente de las calles era tranquilo, y la gente tomaba el fresco en la puerta de casa, sentados en hamacas. Se veía algún Chevrolet antiguo, como en toda Cuba. Estuvimos alojados en Las Hermanas, una preciosa casa familiar de techos altos, ventanas con rejas, suelos de mosaicos, mobiliario antiguo y patio con plantas.





Allí contactamos con Darwin, un bonito y simbólico nombre para un guía. Con él visitamos la Caverna del Panadero. La cueva estaba cercana al pueblo. Al poco de entrar encontramos luz natural proveniente de un agujero en el techo de la cueva; se llamaban dolinas y eran un sistema de refrigeración. Había siete dolinas en aquella cueva. Caminamos con el casco y las linternas viendo estalactitas, estalagmitas y formaciones curiosas como tentáculos de pulpo o lava derretida.

Vimos murciélagos apiñados en el techo, que revoloteaban al iluminarlos. Comían flores y semillas que cogían del exterior. Las semillas que caían al suelo germinaban en algún brote de hojas blancas al no tener clorofila sin la luz, y hojas verdes cerca de la entrada. 


La cueva tenía cuatro niveles de profundidad y bajamos hasta el cuarto, unos 150m bajo la colina. Allí estaba el lago subterráneo, como una piscina de aguas verdes transparentes. El baño fue de lo más refrescante y extraño. Las estalactitas se reflejaban en el agua calma como en un espejo. En la cueva había una gran sala natural, donde se proyectaban películas del Festival de Cine de las Cavernas. Otra curiosidad.