martes, 3 de septiembre de 2024
LAGOA DOS ARCOS, COLINAS CUROCA Y GRUTAS SASSA
domingo, 28 de febrero de 2021
NECRÓPOLIS SUDANESAS
En la ruta hacia el norte
visitamos un Cementerio Sufí, con unas enormes tumbas en forma de
cúpula llamadas Qubbas. El Sufismo podría decirse que es la parte
espiritual del Islam, que se convirtió en la religión Nubia en Sudán. Se
caracterizaba por su ascetismo y tuvo un papel importante en la formación de
sociedades musulmanas a través de sus actividades misioneras y educativas.
El cementerio era del s.
XVII, de época post-medieval. Las Qubbas estaban dispersas y la luz del
atardecer bañaba su piedra arenisca en una luz dorada. Entramos en el interior
de una de ellas y nos recibió un intenso olor a excremento, estaban llenas de
murciélagos. Oímos sus chillidos al perturbar su paz y salimos en seguida. En
el terreno de alrededor había otros sepulcros cubiertos de piedras blancas y negras.
Otra tumba que nos impresionó fue Al-Kurru, en la necrópolis real de Napata, de casi 3000 años de antigüedad. Era la tumba subterránea del Faraón Negro Tanutamani, sucesor de Taharqa. La entrada era un tubo alargado, custodiado por dos hombres de túnicas blancas. Uno de ellos la abrió y descendimos las escaleras en semioscuridad, estaba a bastante profundidad. La cámara funeraria tenía una entrada en arco con pinturas milenarias muy bien conservadas. Nos sorprendió el colorido de las pinturas: rojos, negros, amarillos y ocres. Los pigmentos habían resistido el paso del tiempo. Nos dijeron que eran las pinturas originales, no restauradas.
En el centro de la cámara
funeraria había un sol rojo y a los lados unos monos que lo adoraban. En las
paredes laterales había jeroglíficos, un gran escarabajo y muchas
figuras de egipcios de perfil. En el exterior de la necrópolis había un templo
semienterrado con 22 columnas, protegido por un tejadillo y una pirámide semiderruida.
Los egipcios dominaron el territorio sudanés durante siglos y dejaron su
huella. Otras necrópolis tenían tumbas bajo pirámides, como las de Nuri y
Meroe, que veríamos más adelante. Leímos que cuando descubrieron la
tumba de Al-Kurru y entraron en el túnel, este se derrumbó y mató a varios
arqueólogos. Y es que Sudán con sus templos, tumbas y ruinas históricas, era el
sueño de cualquier arqueólogo, y también de cualquier viajero.
jueves, 13 de febrero de 2020
LOS HAITISES Y CAYO LEVANTADO
Desde Samaná cogimos una barca para visitar el Parque Nacional Los Haitises. Estaba
formado por decenas de peñascos rocosos en el mar cubiertos de vegetación, eran islotes entre manglares y humedales costeros. Los montículos se formaron hacía
dos millones de años. La zona era lluviosa y tenía vegetación subtropical con 700
especies de flora y plantas como bambús y bromelias. El nombre “Haitises” significaba
“tierra de montañas” o “tierra alta” en lengua taina.
Navegamos entre los manglares de tres tipos: rojos, negros y blancos. Los indios tainos utilizaban los pigmentos de los manglares para dibujar sus pictogramas. Los manglares formaban un laberinto de ramas enlazadas que buscaban el agua. Las raíces aéreas eran como dedos que se hundían en las verdes aguas. Pegados a las ramas había conchas de moluscos, y cangrejos correteando.
El Parque tenía varias cuevas calizas en las que durante siglos los indios tainos vivieron en paz. Tenían petroglifos y pictogramas de escenas de caza, ballenas y otros animales. La Cueva del Ferrocarril se llamaba así por un ferrocarril que se construyó para transportar las mercancías que llegaban en los barcos a los pueblos del interior. Pero hacía mucho que había desaparecido. Tenía una gran entrada y un interior oscuro con formaciones de estalactitas y murciélagos. mu
La Cueva de Arena tenía grandes oquedades que dejaban ver el mar y la hojarasca verde del bosque tropical. Había pasarelas de madera que comunicaban varias entradas. En una de las entradas había guardianes divinos grabados en la piedra.
Seguimos navegando
hasta Cayo Levantado, con una playa de arena blanca y muchas palmeras
cocoteras. El mar tenía un color azul intenso con franjas verdosas. Una playa
de ensueño. Nos bañamos y buceamos en un extremo frente a dos rocas triangulares
en el mar. Comimos en la isla, pescado asado con ensalada, arroz con tostones y
gandulas, las habichuelas rojas. Delicioso.
viernes, 8 de abril de 2016
GIBARA, CUEVAS Y CINE
Cerca de Guardalavaca estaba Gibara. Era una ciudad agradable en la costa norte cubana, con una bonita bahía, edificios coloniales con porches, y el mar al final de cada calle. El huracán Ike casi la borró del mapa en el 2000, y cuando fuimos todavía quedaban huellas de la destrucción. El topónimo procedía de “jiba”, el nombre indígena de un arbusto del lugar. Fue la ciudad natal del escritor Guillermo Cabrera Infante.
La ciudad fue una importante ciudad exportadora de azúcar, conectada a Holguin, la capital provincial por un ferrocarril. Con la construcción de la carretera central en la década de 1920, Gibara perdió importancia mercantil y cayó en un profundo letargo. Así la describía la guía. Pero eventos como el Festival de Cine Pobre, impulsado por el actor Jorge Perugorría, y actividades como competiciones de escalada o espeleología, le daban vida.
El ambiente de las
calles era tranquilo, y la gente tomaba el fresco en la puerta de casa,
sentados en hamacas. Se veía algún Chevrolet antiguo, como en toda Cuba. Estuvimos
alojados en Las Hermanas, una preciosa casa familiar de techos altos, ventanas
con rejas, suelos de mosaicos, mobiliario antiguo y patio con plantas.
Allí contactamos
con Darwin, un bonito y simbólico nombre para un guía. Con él visitamos la Caverna
del Panadero. La cueva estaba cercana al pueblo. Al poco de entrar
encontramos luz natural proveniente de un agujero en el techo de la cueva; se
llamaban dolinas y eran un sistema de refrigeración. Había siete dolinas
en aquella cueva. Caminamos con el casco y las linternas viendo estalactitas,
estalagmitas y formaciones curiosas como tentáculos de pulpo o lava derretida.
Vimos murciélagos apiñados en el techo, que revoloteaban al iluminarlos. Comían flores y semillas que cogían del exterior. Las semillas que caían al suelo germinaban en algún brote de hojas blancas al no tener clorofila sin la luz, y hojas verdes cerca de la entrada.
La cueva tenía
cuatro niveles de profundidad y bajamos hasta el cuarto, unos 150m bajo la
colina. Allí estaba el lago subterráneo, como una piscina de aguas verdes transparentes. El baño fue de lo más refrescante y extraño. Las estalactitas se
reflejaban en el agua calma como en un espejo. En la cueva había una gran
sala natural, donde se proyectaban películas del Festival de Cine de las
Cavernas. Otra curiosidad.