Fuimos caminando por una carretera de montaña con vistas al lago Atitlán, hasta llegar a Santa Catarina de Palopó. El pueblo estaba escalonado en una colina y era muy tranquilo. Las mujeres llevaban huipiles en los que predominaba el color azul eléctrico de fondo. Vimos varias mujeres tejiendo telas. Jugamos con los patojos, el apelativo cariñoso de los niños, y pregunté a las tejedoras cuánto tardaban en elaborar una tela. Las de más trabajo por el dibujo se hacían en dos meses, y las más sencillas en tres semanas.
Recordé una frase del libro de Rigoberta Menchú: "La
mamá nunca se queda sentada en casa sin hacer nada. La mamá siempre está en constante
oficio y si no tiene qué hacer tiene su tejido y si no tiene tejido, tiene otra
cosa que hacer.” La vida misma.
Comimos pescado del lago, acompañado de guacamole.
El guacamole era muy popular en el país hasta el punto de que los antigüeños se
conocían por el apodo de "panzas verdes". Se
llamaron así durante generaciones porque en tiempos difíciles durante la
colonia, los terremotos y los desastres naturales se alimentaron básicamente de
aguacates. Ser Panza Verde se transformó con el tiempo en señal de orgullo y de
identidad. Como los huipiles. Y en estos tiempos de globalización, creo
que siempre es bueno conservar, o por lo menos recordar, las señas de
identidad.
© Copyright 2003 Nuria Millet Gallego
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