Volamos desde Pokhara a Jomsom en una avioneta de 15 plazas. Amaneció nublado y pospusieron el vuelo hasta que mejorara el tiempo. El técnico nos propuso hacernos una foto con el resto de pasajeros mientras esperamos. Se despejó y fue un trayecto corto sin turbulencias, de unos veinte minutos. Vimos las montañas nevadas de la cordillera Himalaya de los Annapurnas, destacando el Dhaulagiri de 8.167m. El cielo estaba de un azul intenso.
El Reino de Mustang es una región que, según palabras del Dalai Lama, era uno de los únicos lugares del mundo en los que se podía encontrar la auténtica cultura tibetana, gracias a su aislamiento. Desde su fundación en 1380 el Reino perdido de Mustang permaneció encerrado en sí mismo y mantuvo su estilo de vida tradicional. Hasta 1964 no se concedió el permiso para visitarlo a un occidental. Toda su población era tibetana y durante mucho tiempo fue un reino independiente y soberano. Desde finales del s. XVIII fue anexionado por Nepal Tibet y Nepal se lo disputaban por su situación estratégica de paso entre montañas.
Mustang fue durante siglos una de las zonas más importantes de la "Ruta de la Sal" y paso obligado de todas las caravanas de sal y carne que se dirigían a la India y Nepal. En 2008 el gobierno de Nepal abolió la monarquía en el Reino de Mustang y se anexionó su territorio.
El permiso para visitar el Alto Mustang nos pareció demasiado caro y te obligaban a contratar el viaje guiado, Así que decidimos visitar el Bajo Mustang por nuestra cuenta, caminando solos y en sentido descendente En Pokhara tramitamos los permisos TIMS (Trekkers'Information Management System), necesarios para hacer cualquier trekking por los Annapurnas. Optamos por el permiso FIT (Free individual Trekker) también llamado Green Color. Al llegar a Jomsom validamos los permisos en la Oficina de la Policía Turística, trámite imprescindible.
Jomsom era el centro administrativo de la región. Allí cogimos un jeep con otros pasajeros para ir a Muktinnath, un trayecto de solo 20km. Muktinath era una población tranquila a 3.800m de altitud. Era el límite entre el Alto y el Bajo Mustang.
Sus casas tradicionales de piedra encalada y con tejados planos de pizarra negra. En las azoteas asomaban los mástiles con banderolas de oración verticales ondeando al viento. Era un ambiente bastante rural, con calles de tierra y se veían algunos burros. En la plaza principal había puestos de venta de textiles.
Nos alojamos en el Hotel 4 Seasons, por 1.500 rupias, unos 12 euros. Desde la sencilla habitación en la azotea teníamos vistas del pico nevado del Dhaulagiri, imponente con sus 8.167m, ese era el auténtico lujo.
Subimos los 203 escalones de piedra de una colina hasta llegar a la estatua de un gran Buda dorado, que contemplaba el pueblo y las montañas de los Himalayas cubiertas de nieve. Reposaba bajo una estructura, rodeado de mástiles con banderolas de oración. Había otro santuario con un Buda negro.
Seguimos el sendero hasta el Templo de Jwalami, la diosa del fuego. El santuario interior albergaba una especie de horno de piedra, donde ardía la azulada y famosa llama de Muktinath, alimentada por gas natural que surgía de la tierra. Era una llama sagrada, símbolo de Brahma.
El Templo de Muktinath era un templo sagrado tanto para los hindúes como para los budistas. Era el segundo santuario más sagrado de Nepal después de Pasupatinath en el Valle de Kathmandú. El templo representaba la armonía entre ambas religiones. Al entrar había dos estanques donde los fieles se bañaban en ropa interior y rápidamente, porque el agua estaba helada.
Alrededor del templo estaban los 108 manantiales que brotaban a través de caños dorados en forma de dragón. Los peregrinos seguían la tradición de pasar bajo los caños deprisa y mojarse, para purificarse y completar la peregrinación. Según las creencias, el agua bendita que procedía del Himalaya, lavaba los problemas y aliviaba las penas. Las mujeres se colocaban una tela a modo de pareo, y los hombres iban en ropa interior.
En la parte superior de la colina había un templo tibetano con su decoración habitual de coloridas telas colgantes y dos tambores. Había algunas ruedas de oración gigantes, de 2m de altura. Las estatuas de mantequilla de colores estaban decoradas con esmero, y tenían ofrendas de billetes y cuencos con flores en agua. En la terraza del Hotel Bob Marley tomamos limonadas con menta y frutos secos. Desde allí contemplamos las azoteas planas de las casas.