Los cerezos en flor
anuncian la llegada de la primavera en Japón. Ese florecimiento es lo que
llaman sakura. Es una auténtica pasión colectiva, los periódicos
informan diariamente sobre la evolución de la floración y en las páginas de
internet pueden verse mapas invadidos por el color rosa.
Las ramas de cerezo
adornan templos centenarios, casas de madera tradicionales, parques y jardines
en todo el país. La gente sale a los numerosos parques de todas las ciudades y
sentados en hules azules montan picnics
con los amigos o la familia. Comen, beben, tocan música y juegan. “Comer,
beber, amar”, ese era el resumen de la vida que proponía la película del
director taiwanés Ang Lee.
En Kyoto disfrutamos en el Paseo
del Filósofo o Sendero de la Filosofía. Era un camino peatonal junto a un
canal, bordeado de cerezos y otros árboles y flores. El nombre proviene de uno
de sus paseantes más célebres, el filósofo del s.XX Kitaro Nishida, que deambulaba por el camino absorto en sus pensamientos.
Algunos pétalos empezaban a caer alfombrando el suelo y siendo arrastrados por
el agua del canal. Cuando soplaba alguna ráfaga de viento más fuerte parecía
que nevaba. No me extrañó que fuera del agrado del filósofo o que se inspirara
allí.
Es conocido que los japoneses disfrutan de la arquitectura y
la gastronomía española. Pero no esperaba encontrarme un grupo de jóvenes
japoneses comiendo jamón ibérico en
el parque (con su jamonera y todo!) y bebiendo vino de Rioja en copas de cristal. Unos sibaritas. Fue sólo una de
las múltiples sorpresas que nos reservaba Japón.
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego