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sábado, 5 de abril de 2025

EL BARRIO DE CHRISTIANIA Y TÍVOLI



Al entrar en Christianía nos recibió la frase "The World is in our hands", sobre un trol de madera, tallado por el escultor Thomas Dambo. Christianía era un barrio de espíritu hippy y alternativo en Copenhague. Se formó en los 1971 por un grupo de padres jóvenes que se establecieron con sus hijos en los barracones militares abandonados. Y se transformó en una comuna de autogobierno, en la que vivían unas mil personas. 

Se consideraban una  República independiente de Dinamarca, con sus propias normas y leyes como no tener armas y sobre todo vivir en libertad, respetando la libertad de los demás. Tampoco tenían coches en sus calles, solo se veían bicicletas con grandes cestas para transportar cosas. Se respiraba un ambiente bohemio y relajado.

Paseamos por su calle principal, la Pusher Street. Los muros de las casas tenían coloridos graffitis. Había galerías de arte, tiendas de artesanía y algún mercadillo de ropa. Todo era colorido e imaginativo. En el jardín de la casa de un pintor vimos unas botas, usadas como macetas para flores.



Algunos de los graffitis representaban la diversidad del barrio, y otros eran reivindicativos como el de "Free Palestina". Los bares y restaurantes veganos tenían encanto, con una decoración especial. Hasta 2004 se permitió el consumo y venta de marihuana, posteriormente se toleraba el consumo discreto.









Junto al barrio estaba la Iglesia del Salvador de estilo barroco, con una torre de 90m con una escalera de caracol exterior, como un zigurat, con 400 escalones. Era del s. XVII y la inauguró el rey Christian V. Decía la leyenda que el arquitecto se suicidó lanzándose desde la torre, pero en realidad murió en su cama siete años después de la construcción

Desde la parte alta de la torre las vistas de la  ciudad eran magníficas. Destacaban las agujas de las iglesias entre los tejados rojos, y se veía uno de los canales de aguas verdosas.




Por la tarde visitamos los Jardines del Tívoli, un parque de atracciones de estilo retro. La entrada con un arco flanqueado por dos huevos decorados, casi dalinianos, prometía fantasía. Había una montaña rusa que provocaba los gritos de los visitantes, varios tiovivos, pagodas y un palacio oriental blanco, un estanque con sauces llorones y un viejo galeón. 








Un carromato rojo vendía palomitas y más allá vendían manzanas caramelizadas o el algodón dulce rosado de nuestra infancia. Había varios cafés y restaurantes donde las familias podían reponer fuerzas y seguir el recorrido hasta la noche.