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viernes, 25 de febrero de 2022

SAN MIGUEL DE ALLENDE

 


San Miguel de Allende nos cautivó desde el primer momento. Era Patrimonio de la Humanidad por su preciosa arquitectura colonial, calles empedradas y peculiares iglesias. 

Subimos por la calle del Canal, donde estaba nuestro hotel. Al lado había un convento de fachada rojo terracota, transformado en la Posada de las Monjas. Llegamos a la Plaza Principal, arbolada, con algún limpiabotas, y rodeada de edificios con porches

En la Plaza Principal destacaban varias casas nobles, como la Casa del Mayorazgo de los Condes de la Canal, de color rojo terracota. Tomamos jugos frente a la casa, bajo los porches. Luego recorrimos la calle Mesones llena de edificios históricos convertido en Posadas y hoteles con encanto.



Allí estaba la Parroquia San Miguel Arcángel, el icono más emblemático de la ciudad, con sus altas torres rosas de un particular estilo neogótico. Las torres puntiagudas rosadas se veían desde varias calles. Según leímos, su diseño se basó en un pastel belga. Vimos otras iglesias y capillas, como la capilla de San Francisco o la Parroquia de la Saludasomando sus torres entre las calles estrechas.

El Oratorio de San Felipe Neri tenía fachada rematada en forma de concha de piedra en la parte superior, con muros rosas y amarillos.




Las calles coloniales eran muy coloridas, con casas rojo terracota, naranja, amarillo ocre, rosa, algún toque de azul o verde. Bajamos por la calle Barranca hasta el Parque Benito Juárez, muy agradable y sombreado. Los locales leían en los bancos y paseaban a sus perros. Subimos por la calle del Chorro hacia el Mirador y contemplamos la ciudad. Cerca estaban los antiguos lavaderos, pintados de color rojo intenso, rodeados de cactus y jardines.









Cualquier rincón era colorido y fotogénico. Pasaban vendedores de sombreros, con montones de ellos superpuestos sobre sus cabezas, como torres andantes. También había mujeres vendiendo bolsas y textiles. En las esquinas había puestos de jugos de frutas y licuados, y algunos de helados.



Las calles coloniales eran muy coloridas, con casas rojo terracota, naranja, amarillo ocre, rosa, algún toque de azul o verde. Bajamos por la calle Barranca hasta el Parque Benito Juárez, muy agradable y sombreado. Los locales leían en los bancos y paseaban a sus perros. Subimos por la calle del Chorro hacia el Mirador y contemplamos la ciudad. Cerca estaban los antiguos lavaderos, pintados de color rojo intenso, rodeados de cactus y jardines. 





La Plaza de Toros era una curiosidad de otro tiempo. Sólo vimos la puerta de entrada al recinto taurino, con una reja.



Luego fuimos al Mercado de Artesanía, con muchos textiles coloridos. Las casas de los alrededores eran muy bonitas, de dos plantas con balcones y plantas, con calles haciendo curva en algún tramo. Estuvimos un par de días paseando por sus calles. San Miguel de Allende fue una de las ciudades coloniales más bonitas que habíamos visto.



Por la noche había mucho ambiente, se reunían en la plaza varios grupos de mariachis. Vimos tocar una serenata dedicada a una chica asomada al balcón. Los mariachis vestían elegantemente, algunos con traje negro, con pantalones con adornos metálicos laterales, otros con trajes color crema y chaquetillas entalladas bordadas. Todos llevaban sombreros y alegraban el ambiente de la ciudad.






martes, 2 de diciembre de 2014

PINTURAS NICARAGÜENSES


 
Coloridas, abigarradas, repletas de figuras, mujeres con vestidos multicolores y hombres con sombreros trabajando la tierra o en festividades, casas de tejadillos rojos, iglesias, y plazoletas. Y siempre dentro del marco de una explosión de naturaleza con verdes montañas, volcanes, lagos y palmeras por todas partes.
Julio Cortázar en su viaje al país en los años ochenta ya se fijó admirativamente en las pinturas nicaragüenses y escribió sobre ellas en su libro “Nicaragua, tan violentamente dulce”, una de las lecturas que me acompañaron.





En las tiendas de artesanía ofrecían pequeños cuadros de escenas de ese tipo, pero fue en galerías donde vimos las mejores muestras. Era un estilo naïf; algunos dirían que con cierto infantilismo o ingenuidad, pero transmitía mucho más. Cada lienzo estaba lleno de pequeños detalles, que atrapaban la mirada del espectador y le hacían fijarse en cada centímetro de lo que plasmó el artista. Pero sobretodo, eran pinturas llenas de vida, una de las múltiples formas de expresar el latido del pueblo nicaragüense.
 

 
 
© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego