Siempre me han gustado
las camas con mosquitera. Las hay individuales
y de cama de matrimonio; colgadas del techo o instaladas en dosel; algunas son
de gasa blanca y otras de colores. Transforman cualquier habitación, le dan una
atmósfera diferente, vaporosa, evocan el trópìco y hasta tienen un halo
romántico. Pero cuando se utilizan una temporada larga y por necesidad, para
defenderse del ataque furioso de los mosquitos, acaban resultando calurosas y molestas.
En Mozambique resultan necesarias y no sólo para los viajeros de paso,
sino para la población local. Es uno de los países con un índice más alto de malaria o paludismo, la enfermedad
transmitida por el mosquito anófeles. Es un problema que afecta a más de 90
países en el mundo.
Conocimos a varios
cooperantes de estancias largas que las utilizaban diariamente y reconocían que
acababan siendo engorrosas. Una profesora estadounidense tomaba la medicación
profiláctica durante un período de dos años, algo poco habitual dados los
efectos secundarios de esta medicación.
En Manhiça está el centro de investigación donde el médico español Pedro Alonso ensaya una vacuna contra
la malaria. Además de atender pacientes, forma a futuros médicos e
investigadores. Esta enfermedad causa un
millón de muertes anuales, el 90% en África. Por eso cuando vimos carteles
como el de la foto quisimos recordar la lucha contra la malaria. En ese aspecto
Mozambique me recordó al libro “Tristes trópicos” de Levi-Strauss. La lucha
continúa…
© Copyright 2013 Nuria Millet Gallego