domingo, 12 de abril de 2015

LA GUAJIRA COLOMBIANA

Recorrimos la Península de la Guajira desde Riohacha. En el paseo llamado Malecón se veían indígenas de la Guajira vendiendo artesanías y coloridos bolsos. Las mujeres vestían largas túnicas estampadas y alguna blanca. En Uribia, la capital indígena, compramos bebidas y dulces para dar a los niños.



Atravesamos el Desierto de Carrizal, un paisaje árido y arenoso, con matorrales y muchos cactus altos. Se veían algunos burros guiados por niños o mujeres, transportando fardos y bidones de agua. En el camino los niños cortaban el acceso poniendo una cuerda atada a ambos lados, y pedían dulces, bollos o galletas.





Almorzamos en una ranchería de Cabo de la Vela, frente al mar. Pescado con arroz, ensalada y patacones. Unos niños sesteaban en una hamaca chinchorro y jugaron con nosotros. Cabo de la Vela era una aldea junto al mar Caribe, bastante polvorienta y adormilada, con cabañas alineadas a lo largo de una calle principal. La electricidad era de generador. 



Por la tarde fuimos a la Playa Ojo de Agua, nos bañamos y la recorrimos subiendo a unas colinas de roca que cerraban un lado de la playa.


La Playa Pilón de Azúcar, era la más bonita, una lengua de arena anaranjada y fina, con acantilados y con un peñasco en forma de pirámide. Sobre el Pilón de azúcar había una Virgen que se veía en la distancia. Subimos el caminito para contemplar las vistas. 



Al día siguiente seguimos la ruta por la Guajira. La primera parada fue Bahía Forteta y luego fuimos a la Laguna Gran Vía, llena de flamencos rosas con el pico amarillo y negro. Había un grupo de entre treinta y cuarenta flamencos. El color rosa se debía a su alimentación de pequeños camarones. Los flamencos más jóvenes eran blancos porque no había comido suficientes camarones.



Otra parada fue en las Dunas de Taroa, de 60m de altura. Subimos a la cresta y al otro lado la duna caía hacia el mar. Espectacular. Descendimos y caminamos por una larga playa con oleaje. Una de las playas más salvajes y que más nos gustó en Colombia. Unos metros más allá unas rocas formaban una laguna natural de aguas más tranquilas. Allí nos dimos un largo y placentero baño.



Luego fuimos a un mirador y finalmente a la mítica Punta Gallinas, el punto geográfico más al norte de Sudamérica. Allí estaba el Faro, una caseta con una simple torre metálica en forma de “A”, alimentada por paneles solares. Junto al mar había un montón de túmulos de piedras apiladas por los que visitaban el lugar.


Contemplamos la puesta de sol en Punta Agujas. Y dormimos en la Ranchería Luzmilla, en Bahía Hondita. Al día siguiente regresamos a Riohacha y Santa Marta. Nos llevamos un buen recuerdo de la Península de Guajira y su gente.





jueves, 9 de abril de 2015

EL PARQUE NACIONAL TAYRONA

Desde Santa Marta fuimos al Parque Nacional Tayrona. Estaba encajado entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la costa del Caribe, desde la Bahía de Taganga hasta la desembocadura del río Piedras.

En el Centro de Acogida del Parque nos pasaron un vídeo sobre la naturaleza y fauna, y nos dieron algunas indicaciones sobre el recorrido ante un mapa que señalaba las playas.

Caminamos por un sendero iba paralelo a la costa y a tramos se adentraba pasando por zonas de grandes rocas, por pasarelas y palmerales. Por el camino encontramos alguna iguana descansando. Pasamos por la zona llamada Arrecifes, donde el baño estaba prohibido por el fuerte oleaje y las corrientes submarinas. Unos carteles advertían de las 100 o 200 víctimas, que no fueras una más.

Sólo estaba permitido el baño en las playas La Piscina, de aguas más tranquilas, y en Cabo San Juan, la última playa, donde acababa el camino, cortado por acantilados. Tardamos unas dos horas en llegar.




Nos alojamos en Cabo San Juan, en una de las carpas agrupadas bajo un palmeral. Era alojamiento para mochileros y parecía un campamento de un Festival de música, como decía la guía. de Lonely Planet. Tenía una zona de chinchorros. Lo primero que hicimos fue tomar zumos naturales de piña y refrescarnos con el baño.






La Playa de Cabo San Juan era de las más bonitas, dos playas en forma de media luna separadas por una colina con una cabaña-mirador en la cima, con grandes rocas a los lados y un palmeral denso y alto.






Al día siguiente fuimos temprano a Pueblito Chairama, la ciudad prehispánica, tierra de los indígenas Tayrona. Fuimos por un sendero en el bosque tropical, con lianas, mucha hojarasca, árboles de corteza pelada y raíces extendiéndose por el suelo. Luego fue una subida empinada saltando piedras, algunas enormes; una de ellas tuvimos que subirla con ayuda de una cuerda colgante. Fuimos totalmente solos y tardamos una hora y media en llegar.



En Pueblito quedaban ruinas arqueológicas con unas 250 terrazas circulares, donde estuvieron las cabañas. Hubo 500 viviendas que albergaron 4000 habitantes en su momento de máximo esplendor. Vimos un grupo de cabañas reconstruidas, con alguna mujer Tayrona y niños vestidos con túnicas blancas. Tenían el pelo liso negro y rasgos indígenas, y eran huidizos. Se respiraba tranquilidad en aquel entorno aislado.












domingo, 5 de abril de 2015

EL ENCANTO COLONIAL DE LEIVA Y BARICHARA

Villa de Leyva de estilo y arquitectura colonial, y rodeada de montañas, nos impresionó. La guía de la Lonely Planet la describía así. “La fotogénica y aletargada Villa de Leyva parece haber quedado anclada en el pasado. Declarada Monumento Nacional en 1954. Ha conservado sus calles adoquinadas y sus edificios encalados”. 

La Plaza Mayor era inmensa, una de las mayores y más bellas plazas principales de las Américas. Tenía unas dimensiones colosales y los edificios del otro lado se veían como una línea blanca diminuta, como una maqueta. Frente a la Iglesia Parroquial, en el centro de la plaza había una fuente Mudéjar.



Los edificios coloniales, muchos del s.XVI, tenían balcones y porches de madera, y patios interiores con jardines. Destacaban casas históricas como la Hospedería Roca, la Casa de Juan Castellanos y la Casona La Guaca, convertidas en tiendas de artesanía, bajo los soportales. O la Casa Museo de Antonio Ricaurte, que visitamos, luchó a las órdenes de Bolívar y es recordado por su sacrificio en la batalla de San Mateo en Venezuela en 1914. Exhibía armas y mobiliario. El jardín era precioso, con un pozo y repleto de flores.




También visitamos la Casa Museo de Antonio Nariño, uno de los pioneros de la Independencia de Colombia, y defensor de los derechos humanos.

Luego fuimos paseando hasta la Hostería del Molino de Mesopotamia, con un molino de 1586. Eran varias edificaciones bajas pintadas de rojo terracota y amarillo intenso, alrededor de jardines. Había un estanque circular de piedra, donde nos dijeron que se bañó Bolivar.



Callejeamos viendo los comercios: pequeños cafés, panaderías y pastelerías, jugos de frutas, roas y artesanía, algunas peluquerías y numerosos restaurantes con encanto. Cenamos trucha y mazarcada, un gratinado de carne mechada de pollo y ternera, con maíz y queso. Delicioso.


Al día siguiente fuimos con una furgoneta a Barichara, otra ciudad colonial española de 300 años de antigüedad. Era más pequeña y menos majestuosa que Leyva, pero coqueta y con mucho encanto. Apenas vimos turismo. Decían que en el pueblo se filmaban muchas telenovelas, al ser tan pintoresco. Las casas eran blancas con tejados rojos y puertas y ventanas verdes o azules. Las calles empedradas tenían bastante pendiente y eso las hacía más fotogénicas. 



Recorrimos las callecitas admirando los tejadillos voladizos con travesaños y faroles colgantes, balcones de madera con algunas macetas, las ventanas con celosías de madera. Algunos muros estaban adornados por buganvillas.

En la Plaza estaba la Iglesia Catedral Inmaculada Concepción, del s.XVIII, de piedra arenisca labrada, y de un dorado anaranjado, según la luz.






Había tiendas tipo colmados que ofrecían todo tipo de mercancías expuestas en las estanterías. En algunas vimos letreros de venta de hormigas culonas, la especialidad culinaria de Barichara y el Departamento de Santander. La tradición se remontaba a 5000 años atrás, cuando los guabos criaban y comían hormigas fritas o asadas por sus supuestas propiedades afrodisíacas y curativas. Decían que sabían como polvo crujiente mezclado con granos de café. Pero no las probamos porque preguntamos en varios sitios y en todos nos dijeron que no había cosecha, q1ue todavía no habían salido.



Desde Barichara emprendimos el Camino Real al pueblo de Guane. El sendero era ancho, bordeado de árboles y estaba empedrado. Lo construyó un alemán. Había grandes árboles con raíces aéreas, algunos árboles con lianas colgantes que llamaban “barbas de viejo”, y otros con campanillas amarillas que se esparcían por el suelo. Fue un recorrido muy agradable y relajante, los dos solos y contemplando la verde naturaleza y las montañas.


Guane era un pequeño pueblo, similar a Barichara, con apenas dos calles alrededor de la plaza. En el pueblo había motocarros pequeños amarillos, aunque apenas había tráfico. Nos sentamos en la plaza y tomamos bebidas y helado casero de coco. Cartagena de Indias era la ciudad colonial colombiana por excelencia, la más conocida. Pero Leyva, Barichara y Guane nos enamoraron, conservaban su encanto colonial